viernes, 15 de enero de 2021

Gastón Baquero, un poeta imprescindible.

Por Luis Cino.

No fue hasta el año 2001, cuatro años después de su muerte en el exilio, cuando permitieron la impresión por la editorial Letras Cubanas de La patria sonora de los frutos, una antología de poemas de Gastón Baquero realizada por Efraín Rodríguez Santana,

Desde 1959, Baquero, uno de los mejores poetas que tuvo no solo este país, sino Hispanoamérica toda en el siglo XX, estuvo prohibido en Cuba. Fue borrado de los anales literarios, como si nunca hubiese escrito un verso, como si no existiera su poesía inmensa. Incluso hoy no es tenido en cuenta por la cultura oficial. Su culpa fue haber ocupado un puesto oficial en el régimen de Batista. Para no ser enviado a la cárcel, como si se tratara de un criminal de guerra y no de un simple funcionario de un ministerio, tuvo que ocultarse hasta que consiguió, en marzo de 1959, gracias a las gestiones del gobierno de España y yendo resguardado hasta el aeropuerto por tres embajadores, irse de Cuba.

Radicado en Madrid, trabajó en el Instituto de Cultura Hispánica y en Radio Exterior de España, lo que durante muchos años le robó tiempo para dedicarse a la poesía. Ya eso le había ocurrido en Cuba, en los años 50, cuando luego de escribir algunos de sus mejores poemas (Testamento de un pez, Palabras escritas en la arena por un inocente) como integrante del Grupo Orígenes, para ganarse el sustento, tuvo que dedicarse al periodismo y a trabajar como funcionario gubernamental.

Baquero, un hombre pacífico, tolerante, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, como de haberlo conocido lo hubiese definido Antonio Machado, se vio obligado por circunstancias de la historia a transitar consecutivamente por tres dictaduras: la de Fulgencio Batista, la de Fidel Castro y la de Francisco Franco. Por suerte, pudo vivir sus últimos 22 años en democracia, pero lejos de su tierra, en el exilio.

Nunca se dejó vencer por las adversidades. Teniendo en contra las circunstancias de ser negro, provinciano, de origen humilde y homosexual, logró abrirse paso sin complejos ni amilanamientos.

Gastón Baquero fue un hombre de derechas, conservador, que rechazaba las revoluciones. Pero jamás excluyó ni rehuyó a alguien por motivos políticos. Todo lo contrario. Cuando en los años 40 y principios de los 50 fue jefe de redacción del Diario de la Marina, no tuvo reparos en compartir espacios con su colega el poeta comunista Nicolás Guillén (lo cual, teniendo en cuenta que la Marina era un periódico muy conservador, dice mucho de la libertad de prensa existente en Cuba antes de 1959.

Pero cuando más se puso de manifiesto su nobleza, tolerancia y espíritu ecuménico, fue en el exilio. Lejos de amargarse y emponzoñarse, siguió viendo y defendiendo a la cultura cubana como un todo inseparable (su libro Poemas Invisibles, de 1991, lo dedicó a los apasionados por la poesía “en cualquier sitio de la plural geografía de Cuba”). Sin rencores, siguió en contacto con sus colegas de la Isla y no rompió con los amigos de antaño que se integraron a la cultura oficial. Durante sus últimos años, y hasta su muerte, ocurrida en 1997, abogó y participó en reuniones entre escritores de la Isla y del exilio. Porque como Baquero no se cansaba de repetir, para él era una satisfacción y un honor pertenecer a una colectividad que consideraba muy valiosa e importante, con un significado y un sentido, y siempre presente, aun “en los momentos más oscuros de la historia nuestra”: la de “los poetas cubanos donde quiera que se encuentren”.

Decía Baquero: “El orgullo común por la poesía nuestra de antaño, escrita en o lejos de Cuba, se alimenta cada día al menos en mí, por la poesía que hacen hoy -¡y seguirán haciendo mañana y siempre!- los que viven en Cuba como los que viven fuera de ella. Hay en ambas riberas jóvenes maravillosos. ¡Benditos sean! Nada puede secar el árbol de la poesía”.

Para Baquero, la poesía estaba por encima de todo sectarismo político. Decía que los que sometían la apreciación de un poeta a circunstancias políticas “son unos enemigos mortales de la poesía y sembradores sempiternos de guerras civiles”.

No obstante, nunca dejó de ser un anticomunista convencido, que recitaba en voz alta a Mallarmé, “mientras el camarada Stalin leía monótonamente su informe anual al Partido”, y que, en los momentos en que el dictador soviético enumeraba tanques, cañones y tractores, decía, “nevar blancos racimos de estrellas perfumadas”.

No renunció a denunciar al castrismo y a refutar sus artimañas, como cuando respecto a la manipulación fidelista del pensamiento martiano, escribió: “No hay comparación posible entre Martí y la realidad cubana actual. Es algo de pena que alguna persona se atreva a equiparar la personalidad de Martí o a poner a Martí como precursor de todo esto: de las colas, del hambre, de la dictadura”.

Cintio Vitier, que conocía a Gastón Baquero desde los tiempos de Orígenes y lo describía como “un mulato con rostro de príncipe africano”, definió su obra como “deslumbrante isla tras la niebla que oscila entre la vida y la imagi­nación, entre la emoción y la invención, entre la poesía y la persona”.

Pero Baquero, un poeta imprescindible, con su habitual modestia, confesaba: “A mí me da mucha pena no haber hecho la poesía que yo realmente apreciaría más, de ruptura, el gran himno, el gran grito, la poesía en grande, en una palabra, sin prejuicios, sin trabas, sin lastre”.

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