Por Ana León.
El triunfo del líder sindical Pedro Castillo en las elecciones del Perú parece inminente. Solo las actas impugnadas podrían modificar el desenlace de los comicios en favor de la candidata derechista Keiko Fujimori, quien se halla a punto de perder, por tercera ocasión, la oportunidad de conquistar la presidencia del país andino.
La polarización extrema que hoy divide al Perú es resultado de la inestabilidad política agudizada en el país desde la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski en 2018, cuando el Congreso de la República lo declaró moralmente incapaz tras la comprobación de prácticas corruptas que lo vinculaban con el escándalo de la constructora Odebrecht. Desde entonces hasta la fecha, otros dos presidentes intentaron sin éxito enrumbar la nación, abonando el terreno para dos contrincantes que hoy representan intereses esencialmente opuestos, aunque ambos comparten el mismo conservadurismo que deja fuera los reclamos de las minorías.
Tanto Fujimori como Castillo se han declarado abiertamente en contra del matrimonio igualitario, el aborto y el consumo de marihuana; pero el oriundo de Cajamarca se anota el plus de haber militado durante años en un partido de corte marxista inspirado en las ideas del líder comunista chino, Mao Zedong, y su modelo de revolución social cuyo punto de partida serían las comunidades rurales. Dicho en pocas palabras: Pedro Castillo es un entusiasta de la izquierda más radical, la que no aparenta ser “progre” para conseguir los votos de las minorías, y exige un control sustancial de la economía por parte del estado.
La izquierda que promulga Castillo es la de Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales. Es la ideología de Mao, Stalin, Castro y Che Guevara desplegada en un contexto regional agravado por la pandemia; que ha descubierto el mal trabajo de gobiernos irresponsables y corruptos, cuyos errores terminan dejando a las naciones desamparadas, a merced de extremistas que recurren una y otra vez al populismo, con promesas de invertir en salud, educación y agricultura, asegurando que no están en contra de la gestión privada, para una vez elegidos arrasar con las garantías civiles y la libertad de empresa.
Pedro Castillo es lo mismo que Jair Bolsonaro, pero el peruano le pega de zurda y eso parece ser motivo suficiente para que los “progres” de la región y medios de prensa supuestamente imparciales se cuiden de emitir críticas severas contra un individuo que ni siquiera tiene claro cómo implementará su plan de convertir al Estado en un fiscalizador efectivo de la empresa privada.
Hasta el momento, ninguno de los medios que condenaron el conservadurismo de Trump y Bolsonaro se ha pronunciado con semejante virulencia sobre la postura de Castillo con respecto a temas medulares de la agenda social; una hipocresía que a nadie beneficia y de modo indirecto se alinea con los postulados de una izquierda machista, homófoba, reaccionaria y fundamentalista.
Peor aún, Castillo no ha logrado explicar su programa de gobierno sin enredarse en una maraña cognoscitiva e imperdonables errores de concepto. En entrevista con el presentador Diego Acuña, el líder del partido “Perú Libre” intentó evadir la pregunta sobre su filiación marxista para terminar reconociendo que, en efecto, lo es. Aseguró que representa “una tendencia de pueblo, la izquierda verdadera, la izquierda progresista”, para adentrarse en un mejunje ideológico en el cual caben paradigmas tan distintos como el modelo económico de la Bolivia de Evo Morales, el programa de educación de Singapur y las políticas fiscales de los países nórdicos.
Pedro Castillo tiene una vaga idea de lo que quiere para Perú, mas no logró ofrecer una sola respuesta firme y coherente a su interlocutor. El líder sindical no sabe qué es un monopolio, no ha interiorizado las consecuencias que traería un proceso de nacionalización, y no tiene la más mínima noción acerca de las políticas fiscales con que se regulan las transnacionales. Su comparecencia en el programa fue una hemorragia de apropiaciones discursivas y datos inexactos que dejaron azorado al propio Diego Acuña; y por si fuera poco, calificó de “buena” la gestión del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, quien en su momento aplicó, sin éxito y con un altísimo costo para la economía peruana, las mismas reformas que él pretende implementar si llega al poder.
Casi tan corto de luces como Nicolás Maduro, pacato y desprovisto de una brújula política confiable, Pedro Castillo parece menos un candidato presidencial que un peón de Vladimir Cerrón, fundador del partido “Perú Libre” que actualmente está siendo procesado por negociación incompatible y aprovechamiento del cargo. Para algunos expertos, éste es el Rasputín que susurra al oído del líder sindical, quien calificó el proceso legal contra Cerrón como un caso de persecución política, y advirtió que las normas jurídicas deberán ser modificadas para evitar que esto continúe ocurriendo con los políticos de su partido.
Un panorama muy triste se cierne sobre la nación andina, amenazada por dos extremos políticos igualmente nefastos. La izquierda más retrógrada está a punto de triunfar sobre el temido fujimorismo, pese a la evidente catástrofe que el ideario marxista ha generado en otros países latinoamericanos. Justo cuando las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua parecen tocar fondo, el estertor sacude a Perú y se disparan las alarmas, una vez más, en el cono sur.
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