Por Ernesto Pérez Chang.
Si la canasta básica, calculada por el Gobierno cubano a inicios de la Tarea Ordenamiento en 2020, era de unos 3.250 pesos (CUP), cuando el valor del dólar en el mercado informal oscilaba entre los 50 y 60 CUP, ahora por estos días, en que el canje en la calle ha alcanzado los 230 CUP por unidad de la moneda estadounidense, el costo de la canasta tendría que haber sobrepasado los 13.000 CUP, una cifra que representa más de tres veces el salario medio en la Isla (de 3.838 CUP), y más de nueve veces la pensión de la mayoría de los trabajadores jubilados (de unos 1.500 CUP).
Sin embargo, aun cuando ni siquiera es posible hablar con seriedad de una “canasta básica” en medio de la profunda crisis de desabastecimiento que padecemos, el régimen cubano, quizás para su autoconsuelo (pero sobre todo para “marear” a los que observan la crisis desde afuera, sin estudiarla a fondo), mantiene ese valor de hace tres años, a pesar de que no solo tanto el “Ordenamiento” como el “Reordenamiento” fallaron (con total mala intención) y, entre otros males que sufren los cubanos, terminaron por dolarizar una economía que ya lo estaba, aunque de modo parcial, en un contexto donde no hay otros modos de acceder a las divisas que no sea por medio de remesas o acudiendo al mercado informal, lo cual es ilegal aunque “tolerado” hasta el momento.
La realidad es que ya nadie puede alimentarse medianamente bien en Cuba con 3.250 pesos, que es, por ejemplo, poquito más del precio de una lata de atún escurrido de 700 gramos, que apenas rinde justo para una cena de cuatro personas; o para dos cartones de huevos que una familia agotaría en menos de 15 días, si decidiera no saltarse las comidas reglamentarias en la jornada, sin hablar de que al optar por esos “lujos” del huevo o el atún, dejaría de tener dinero para arroz, frijoles, viandas, incluso para pagar los servicios básicos, incluido el transporte en el cual intenta acudir al trabajo donde el salario, incluso en el sector no estatal, le llega exclusivamente en moneda nacional.
3.250 pesos mensuales se reducen a unos 14 dólares, al cambio, mientras que los 1.500 CUP del grueso de las pensiones ni siquiera llegan a los siete dólares, de modo que hoy en Cuba hay una mayoría que intenta sobrevivir con unos 20 centavos de dólar al día, lo cual nos sitúa muy por debajo de los límites de pobreza considerados por la totalidad de los organismos que la estudian en el mundo.
Y aunque en varios de los índices publicados recientemente ya se registra de manera más acertada la magnitud de nuestra miseria -que no llegó con la pandemia ni tampoco retrocederá con el retorno del turismo internacional, porque se trata de un fenómeno sistémico- todavía ni siquiera se acercan a la cruda y peculiar realidad de un país de donde su gente emigra incluso a Haití -considerado a nivel global como paradigma de todas la crisis- y no desean retornar, o lo hacen intermitentemente contrabandeando mercancías desde un lugar donde, aun estando muy mal en lo social y lo económico, al menos aparecen las cosas que aquí se extinguieron no ayer ni el año pasado, sino desde el final de la era soviética, y probablemente desde muchísimo antes.
Nadie que no viva el día a día aquí es capaz de hacerse una idea de lo que realmente está ocurriendo en Cuba o, mejor dicho, lo que ha ocurrido durante décadas hasta dejarnos así, ni cuál es el grado de corrupción y degradación moral que en realidad rigen esa “supervivencia” o “resistencia” que algunas izquierdas elogian desde la distancia geográfica y la hipocresía.
Hoy se puede decir que en Cuba son verdaderas rarezas las personas y los hogares que logran subsistir solo con lo que ingresan legalmente por nómina salarial en sus centros de trabajo y sin acceso a la divisa ni al “invento”, esa forma de robo (y de corrupción) tan “institucionalizado” que ya damos por sentado que se trabaja para robar e “inventar” porque de otro modo, a la vez que fingiendo lealtades ideológicas o indiferencias políticas, no se puede vivir “bien” aquí.
Habría que ver cuántos de esos que dicen “estar bien” pertenecen a ese grupo (más bien a esa “especie”) que está dispuesto a aceptar que les alcanza el salario aunque en virtud de esa otra realidad en la que viven (y de la que viven) hace años, y donde se han “normalizado” como sinónimo de “resistencia” todas las formas de delinquir, corromper, robar, estafar, “inflar”, siempre que se practiquen desde la “lealtad política” o la obediencia (que no son lo mismo pero aquí valen igual), y ese, el componente politizado (que no político), es el meollo de nuestra crisis sistémica, y el porqué jamás será resuelta.
Así no hay milagro que nos salve, y el valor del dólar que marca nuestras vidas (lo odiemos o no) continuará ascendiendo por estos días, y bajará después para más adelante, pero remontará otra vez, y mucho más alto, cuando se acerque el final del año y una mayoría de idiotas felices, con las luces de Navidad y el puerco asado que les costó la fortuna que no vale en ningún otro lugar del mundo, desee fingir que está mejor que el vecino. La crisis no terminará, porque la crisis es el propio sistema.
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