viernes, 18 de agosto de 2023

Los comunistas de ayer son los oportunistas de hoy.

Por Luis Cino.

El pasado 16 de agosto, al cumplirse 98 años de la creación, en 1925, del primer partido comunista cubano, los mandamases del neocastrismo no desperdiciaron la ocasión para volver a proclamarse como los herederos del legado de sus fundadores (Julio Antonio Mella, Carlos Baliño y José María Pérez). Esa es otra de las manipulaciones castristas de una historia comprimida, hecha a empujones y mal contada a su conveniencia.

Fidel Castro, mentor y guía espiritual de los actuales mandamases del nuevo partido comunista, solo tomó el nombre (en octubre de 1965) en aquel acto donde hizo el paripé de preguntar cómo debía nombrarse el partido único.

Anteriormente, el Partido Socialista Popular (PSP), que era el nombre que había adoptado el Partido Comunista desde 1943, había sido diluido por el Máximo Líder en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI).

Castro unció a su carro -principalmente por congraciarse con los soviéticos- a los comunistas que se plegaron a sus designios y conveniencias. De los que estorbaban, como Aníbal Escalante y Joaquín Ordoqui, se iría deshaciendo en sucesivas purgas (la primera de esas ya había ocurrido en abril de 1962).

Muchos de los miembros del Movimiento 26 de Julio y del Directorio Estudiantil integrados a las ORI se mostraban recelosos y hostiles con los comunistas del PSP, pero Fidel Castro fue indulgente con ellos: decidió utilizarlos y sacarles provecho para consolidar su poder absoluto. Y los viejos comunistas, como Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez y Lázaro Peña, abochornados por sus fallos, venidos a menos, se sometieron y se dejaron utilizar.

Sobre el Partido Socialista Popular comentó el polaco-francés K.S Karol en su libro Los guerrilleros en el poder: “No habiendo sacado ventaja de la politiquería, era un partido de militantes pobres, íntegros, devotos, y a menudo perseguidos. Pero otro había hecho la revolución en su lugar…Eso puso inesperadamente en entredicho todas sus teorías, sus opciones, su táctica e incluso su razón de ser. ¿Hay algo más dramático para un partido surgido para hacer la revolución y convencido de que nadie puede hacerla sin él, que asistir como testigo casi inactivo al triunfo del socialismo en su país?

La historia del Partido Comunista primero y del PSP después es la historia de sus jugadas erradas.

En agosto de 1933, luego de haberse opuesto a la dictadura de Gerardo Machado, sin prever que su caída era inminente, los comunistas, pactaron secretamente y retiraron su apoyo a la huelga general a cambio de ser legalizados y reconocidos como partido político. Eso, y haberse opuesto denodadamente al gobierno de Grau-Guiteras, los enemistaría con el resto de las fuerzas revolucionarias durante todo el resto de la década de 1930.

Luego, bajo cualquiera de sus denominaciones (Unión Revolucionaria Comunista o Partido Socialista Popular) siguieron cometiendo jugadas erradas. A favor suyo solo tienen el papel que jugaron en la Asamblea Constituyente de 1940, que redactó una de las constituciones más avanzadas de su época.

El partido de los comunistas cubanos se caracterizaría por su oportunismo y sus numerosas contradicciones.

En 1939, en la época en que la Unión Soviética alentaba la formación de los llamados “frentes populares antifascistas”, la Unión Revolucionaria Comunista, al formar parte de la Coalición Socialista Democrática, contribuyó a que Fulgencio Batista, que como jefe del ejército los había reprimido duramente, ganara las elecciones presidenciales de 1940. En su gabinete hubo dos comunistas como ministros sin cartera, Carlos Rafael Rodríguez y Juan Marinello.

Luego de que Ramón Grau ganara las elecciones de 1944, los comunistas, bajo el nombre de Partido Socialista Popular (PSP), integraron -por breve tiempo e imbuidos por el browderismo- la Unión Auténtico-Socialista.

Instaurada la dictadura de Batista, luego del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, el PSP tildó de putchista y aventurera la insurgencia fidelista. Pero en 1958, cuando se intuía la derrota del régimen, enviaron a Carlos Rafael Rodríguez a la Sierra Maestra y crearon una pequeña guerrilla en el Escambray.

Someterse al castrismo sería la última jugada equivocada de los comunistas del PSP.

En descargo del PSP hay que reconocerle que pese, a ser un partido errático, confuso y atado a las instrucciones de Moscú, antes de 1959 siempre respetó las reglas del juego democrático. Sus trapisondas y reculateos políticos no fueron muy diferentes de los de auténticos u ortodoxos. No desentonaban demasiado en un espectro político donde primó, luego de 1933, un imaginario de izquierda, socialdemócrata, enfrentado a una derecha no muy coherente y poco letrada (Mañach, Márquez Sterling y Cosme de la Torriente, intelectuales de derecha, fueron notables excepciones).

En la vieja guardia comunista, donde había tanto socialdemócratas como estalinistas, siempre hubo espacio para el debate y respeto por las disidencias. Pese a sus pifias y patinazos, fueron mucho más decentes que los castristas del PCC que los sucedieron y que siguen, tercamente, con sus políticas fracasadas, en el lado opuesto al de la mayoría de los cubanos.

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