Por Arnaldo M. Fernández.
Para celebrar el aniversario 75 (noviembre 7, 1992) de la revolución bolchevique, el Servicio Secreto de Inteligencia británico sacó de Rusia al oficial retirado de la KGB Vasili Mitrokhin, junto con su familia y su archivo completo de transcripciones y extractos de expedientes de la Dirección de Inteligencia Extranjera, que había tomado entre 1972 y 1984 durante su misión de supervisar el traslado de archivos desde el cuartel general de la KGB en Lubianka (centro de Moscú) a las nuevas oficinas de aquella dirección en el suburbio moscovita de Yasenevo.
Los papeles de Mitrokhin acreditan que Moscú demoró hasta diciembre 27 de 1958 para dar visto bueno al envío de armas desde Checoslovaquia a la guerrilla castrista. Castro había pedido infructuosamente armas a Moscú en 1956, cuando se encontró en Ciudad México con el diplomático Nikolai Leonov, quien había sido compañero accidental de Raúl Castro a su regreso de Europa (1953).
Leonov estaba en México para mejorar su español, por encargo de la KGB, y a la hora del triunfo de Castro sacó de la manga hasta las fotos que se había tirado con Raúl en el barco, pero aun así el Kremlin se mostró escéptico. Su imagen de Castro estaba moldeada por la percepción pesepista, menos favorable que la impresión de Leonov.
Castro tomó la iniciativa y mandó a Ramiro Valdés (julio de 1959) para que conversara en secreto con el embajador soviético y jefe de centro de la KGB en Ciudad México. A los tres meses, el ex jefe de centro de la KGB en Buenos Aires, Alexander Alexeev (Shitov), aterrizaba en La Habana con la «delegación cultural» que fijaría la primera residencia de la KGB en Cuba. Alexeev confesó que ni siquiera se imaginaba que Castro sabía algo de marxismo. Castro tomó de nuevo la iniciativa pidiéndole a Alexeev que Anastas Mikoyan, el viceministro primero de la URSS, se diera una vuelta por La Habana. Y esto nos lleva de nuevo a Leonov, quien vino como intérprete de Mikoyan.
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