Por Zoé Valdés.
Después del asesinato de Orlando Zapata Tamayo, al que su carcelero privó de agua durante 18 días, mientras el reo se extinguía en una huelga de hambre en la que exigía mejoramientos carcelarios, de otras huelgas de hambre por parte de opositores -como son los casos de Guillermo Fariñas y de Franklin Pelegrino- y de huelgas y ayunos de presos políticos, además de siete días de marcha de las Damas de Blanco, en las que se hizo sentir la represión y la violencia en su contra, de una paliza a Reina Luisa Tamayo Danger, madre de Orlando Zapata Tamayo, después de todo eso, sin contar la crisis de corrupción entre los jerarcas de Cubana de Aviación, y de empresarios extranjeros encarcelados, después de todo ese rosario de desgracias, por fin, habló Raúl Castro.
¿Qué dijo que valiera la pena? En síntesis, nada. Habló de un país hundido en la miseria y en el desencanto, aunque lo hizo con fintas, (más que metáforas, a él no se le dan los giros literarios en los que su hermano era un experto), porque bien sabe él que ese país lo han hundido él y su hermano, nadie más, volvió con el teque o descarga verborreica al referirse a los enemigos, al eterno imperialismo yanqui, y la novedad fue, un estreno: el enemigo europeo; era de esperar. Siempre que quieren créditos bancarios, se ponen a lloriquear como víctimas.
Y entonces, espantó con esa maravillosa frase amenazadora: "Este país jamás será doblegado. Antes prefiere desaparecer, como lo demostramos en 1962". ¿Estará dejando entrever que Vladimir Putín jugaría el papel de Nikita Krouchtchev? Mediocre momento de histrionismo; a lo más que puede aspirar Raúl Castro es a estas maromas de saltimbanqui, que sólo lo colocan no sólo fuera del juego, sino en el punto final del mismo.
Lo que resulta evidente es que se agotaron los grandes y memorables instantes (que duraron medio siglo), de su hermano mayor acaparándose el show. Pobre Raúl, hasta para su propio espectáculo llegó tarde, justo en el minuto en que se corren las cortinas que sellan el desenlace. No se ha dado cuenta aún de que, aunque coloque al niño balsero Elián González, hoy convertido en un joven sumamente serio y triste, vestido de militar, a tartamudear unas parrafadas mal aprendidas, el reflector del mundo se ha enfocado en los verdaderos protagonistas del cambio, en Óscar Elías Biscet, en Ariel Sigler Amaya, en Ricardo González Alfonso, en Guillermo Fariñas, en Franklin Pelegrino; en las valientes Damas de Blanco, y en la madre de Orlando Zapata Tamayo, la señora Reina Luisa Tamayo Danger, quien después de haber sido apaleada por los agentes de la seguridad del Estado, cuando se dirigía a la iglesia, no ha vacilado en enviar su denuncia al mundo, reclamando que nos hagamos eco de sus exigencias, que no son otras que las de una madre a la que no le han entregado aún el acta de defunción de su hijo asesinado, y que exige respeto, libertad, para que pueda haber paz.
Raúl Castro, con esa poca gracia que lo obligó a vivir a la sombra de su hermano, afirma que no aceptará chantajes, y, sin embargo, chantajea al mundo amenazándolo con que hará desaparecer la isla. Ah, curioso, ya no es que irán los americanos a invadirla y a bombardearla, ellos solitos se encargarán del último pistoletazo, del tiro de gracia final. Muy gracioso, si no fuera porque ya nadie lo escucha, aun cuando lo aplaudan, ¿o es que lo habrán escuchado alguna vez?
Lo que sí habrá que recordarle a Raúl Castro, aunque seguramente lo tendrá muy fresco en su memoria, es un poema de Heberto Padilla, del poemario que desencadenó los juicios estalinistas en la isla, un proceso que empezó en 1968 y culminó con el encarcelamiento del poeta en 1971, y que como broche de oro no tiene desperdicio:
Para escribir en el álbum de un tirano
Protégete de los vacilantes, / porque un día sabrán lo que no quieren. / Protégete de los balbucientes, / de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo, / porque descubrirán un día su voz fuerte. / Protégete de los tímidos y los apabullados, / porque un día dejarán de ponerse en pie cuando entres.
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