Por Sergio López Rivero.
Hace cincuenta y un años, el poder del grupo político de Fidel Castro se hizo absoluto en la isla. Era el 26 de julio de 1959, cuando en un acto masivo en la Plaza Cívica de La Habana, luego rebautizada como Plaza de la Revolución, el líder del Movimiento Revolucionario 26 de Julio recogió los frutos de su estrategia de renuncia (nueve días antes) al cargo de Primer Ministro, el preámbulo que desalojó del poder al Presidente del Gobierno Provisional de la República de Cuba Manuel Urrutia. "Renuncia, ¿para qué?", "Con Fidel hasta el fin", "Fidel, Cuba te necesita" y "¡Queremos a Fidel!", eran las frases que más se escuchaban entonces a favor de Fidel Castro, según el testimonio En Marcha con Fidel del geógrafo de filiación comunista Antonio Núñez Jiménez. "¡Que se vaya Urrutia!", "¡Abajo Urrutia!" y "¡Fuera!", las que de acuerdo a sus memorias demostraban el rechazo de la opinión pública a quien fuera el candidato del Movimiento Revolucionario 26 de Julio para conducir al país hacia el camino democrático tras la huida de Fulgencio Batista.
Violaciones de los derechos civiles y políticos, renuncias y retrocesos, ajustes de orden simbólico, miedos y silencios, juego de intereses, esperanzas, utopías y colaboraciones voluntarias de cubanos normales y corrientes, condujeron al 26 de julio de 1959. Sin embargo, más que a la actuación hegemónica del grupo político de Fidel Castro, hoy la mirada del estudioso debería dirigirse a la sociedad que permitió la construcción de Fidel Castro y a las motivaciones de quienes colaboraron en su creación. A quienes hicieron repicar las campanas de los templos, a quienes hicieron sonar las sirenas de las fábricas y de los barcos, a quienes organizaron la caballería de más de diez mil jinetes que cabalgaron hacia La Habana para apoyar al grupo político de Fidel Castro. Al enjambre de organizaciones, colegios profesionales, instituciones, clubes y sociedades, que vitorearon aquel día a Fidel Castro.
A esto me refiero. Que en una semana Fidel Castro haya ocupado el cargo de Comandante en Jefe, que constitucionalmente correspondía al Presidente de la República de Cuba. Que en menos de dos meses añadiera al cargo de Comandante en Jefe el de Primer Ministro, tras la renuncia a su favor de José Miró Cardona. Y que en poco más de un semestre expulsara al Presidente del Gobierno Provisional de la República Manuel Urrutia, ¿no les decía nada a los demócratas que se habían opuesto al autoritarismo de Fulgencio Batista? En otras palabras. Cuando el 26 de julio de 1959, ante la muchedumbre que lo jaleaba en la Plaza Cívica de La Habana, Fidel Castro lanzó su gorra al aire en señal de júbilo por el rápido reacomodo del poder, ¿hacia dónde miraban los promotores de la Sociedad Amigos de la República y del Conjunto de Instituciones Cívicas, que durante el régimen de Fulgencio Batista se habían erigido en guardianes de la democracia en la isla? ¿No será que Castro necesitó de ellos, tanto como ellos necesitaron de Castro?
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