Por Pedro Corzo.
Guevara no respetaba a los que no pensaban como él. Creo su propia escala de valores en la que los derechos de los otros no tenían cabida.
El fraude generado en torno a la figura de Ernesto Guevara continua vigente a pesar de los 45 años transcurridos de su muerte, porque junto a los intereses de los grupos políticos e intelectuales que defienden un legado que no existe, han cohabitado a través de los tiempos, un número importante de personas que requieren de un símbolo para usarlo en ocasiones como lanza, para las agresiones, y otras de escudo, en la que resguardan debilidades, contradicciones y remordimientos.
El mito de Guevara ha evolucionado. En el presente un ignorante incapaz de ofender al prójimo le compra a su hija una maleta escolar con el rostro del verdugo de La Cabaña, otro usa camiseta o carga pancartas con su esfinge para reclamar respeto al medio ambiente, porque ignora que fue el “Che”, como le dicen sus partidarios, quien dirigió el desmonte de los bosque cubanos a fuerza del uso indiscriminado de explosivos, y un tercero puede apoyar un proyecto político contrario a las ideas que Guevara promovió hasta el día de su muerte, porque ignora que su ídolo vivía el dilema de si admirar a Mao Tse Tung o José Stalin.
El Guevara de los 60, el real, tiene muy poca relación con el revolucionario vegetariano, tolerante y flexible que algunos pretenden presentar. El “Che” era un hombre violento. Creía en la lucha armada, defendía el tableteo de ametralladoras y aseguraba que el odio era una eficiente arma para matar.
El Guevara que murió en Bolivia, que fue capturado vivo y que clamó por el respeto de su vida, defendía la censura, estaba a favor de la ejecución de sus enemigos, y fue capaz de responderle a Gamal Abdel Nasser, el líder egipcio, cuando este comentó que su revolución había generado pocos exiliados, "Eso significa que en su revolución no ha ocurrido gran cosa, yo mido la profundidad de una transformación social por el número de gente afectada por ella y que piensa que no tienen cabida en la nueva sociedad".
El Guevara real, el que planteo que había que llevar la guerra a todos los rincones y escribió sobre la necesidad de conflictos como el de Viet Nam, expresó en más de una ocasión “El camino pacífico está eliminado y la violencia es inevitable. Para lograr regímenes socialistas habrán de correr ríos de sangre y debe continuarse la ruta de la liberación, aunque sea a costa de millones de víctimas atómicas”.
Ese Guevara, de quien tal vez un fervoroso creyente colgó un afiche en su habitación, le escribió a su madre desde México “No soy Cristo ni un filántropo, soy todo lo contrario de un Cristo. Lucho por las cosas en las que creo con todas las armas de que dispongo y trato de dejar muerto al otro para que no me claven en ninguna cruz o en ninguna otra cosa".
Como si esta misiva no fuera suficiente para mostrar su verdadera naturaleza, escribió a su primera esposa, Hilda Gadea, desde la Sierra Maestra, “Querida vieja: Aquí en la selva cubana, vivo y sediento de sangre, escribo estas ardientes líneas inspiradas en Martí. Como un soldado de verdad, al menos estoy sucio y harapiento, escribo esta carta sobre un plato de hojalata, con un arma a mi lado y algo nuevo, un cigarro en la boca".
Aquellos que impulsan una plena tolerancia y respeto a las tendencia sexuales no deberían usar a Guevara como un icono de esas demandas. El “Che” era un hómofobo extremista. Fue pionero en perseguir a homosexuales y lesbianas, desterrando a muchos en el otoño de 1960 a la península de Guanahacabibes, posteriormente envió al mismo lugar, sin que mediara tampoco un proceso judicial, a prostitutas y proxenetas.
Este individuo expresó en una ocasión “solamente enviamos a Guanahacabibes aquellos casos dudosos de los que no estamos seguros que deban ser encarcelados…. a la gente que no debería ir a la cárcel, gente que ha cometido crímenes contra la moral revolucionaria, en mayor o menor grado.”
Ernesto Guevara no respetaba a los que no pensaban como él. Creo su propia escala de valores en la que los derechos de los otros no tenían cabida. Trató de imponer sus convicciones sangre y fuego, por eso es incomprensible que instituciones, partidos políticos, intelectuales y personalidades que si conocen a Guevara, no se esfuercen porque sus partidarios y afines rompan con el mito, o es que también les gusta la fantasía de la boina que se llenó de sangre.
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