Por Juan O. Tamayo.
La Crisis de los Misiles finalizó el 28 de octubre de 1962, con la promesa del líder soviético Nikita Kruschov de retirar sus armas nucleares estratégicas de la isla. Pero, sin que Washington lo supiera, casi 100 cabezas nucleares soviéticas más pequeñas estaban también en Cuba. Y Fidel Castro luchó desesperadamente por mantenerlas en su poder.
En caso de que Castro hubiera logrado su cometido, Cuba se hubiera convertido en una potencia nuclear. Y si el presidente John F. Kennedy hubiera sabido que Kruschov le mintió el 28 de octubre, posiblemente hubiera ordenado una invasión estadounidense a la isla.
Pero el viceprimer ministro soviético Anastas Mikoyan, al sentir que al “impulsivo” Castro no podía confiársele arma nuclear alguna, las sacó de Cuba después de decirle que la ley soviética no permitía la transferencia de armas nucleares a otros países.
“Es una pena. ¿Y cuándo van a revocar esa ley?” le preguntó Castro a Mikoyan durante una tensa reunión celebrada el 22 de noviembre de 1962, de acuerdo con un nuevo libro por Sergo Mikoyan, hijo del diplomático soviético, y la investigadora Svetlana Savranskaya.
En total en Cuba había 80 cabezas nucleares para misiles cruceros FKR-1 y 12 más para misiles Luna, ambos de corto alcance, más seis bombas nucleares para los bombarderos de alcance intermedio IL-28.
Han pasado 50 años desde la crisis de los misiles, del 16 al 28 de octubre de 1962, cuando el mundo estuvo más cerca que nunca de una guerra nuclear y casi se volvieron realidad términos escalofriantes como “Armagedón nuclear” y “destrucción mutua asegurada”.
Las investigaciones en años recientes han mostrado que la crisis tuvo un mayor impacto alrededor del mundo de lo que se sabía anteriormente, afirmó James Hershberg, editor de la serie de libros publicados por el Proyecto de Historia Internacional de la Guerra Fría del Centro Woodrow Wilson, en Washington D.C.
Por ejemplo, las concesiones de Moscú a Kennedy empujaron a Corea del Norte a buscar sus propias armas nucleares, según mostró un estudio. Otro alegó que hizo que Vietnam del Norte acelerara su campaña armada contra el Sur.
Pero el libro de Sergo Mikoyan, La crisis soviético cubana de los misiles se enfoca en la crisis en La Habana en noviembre de 1962, cuando su padre se las veía con Castro para terminar de limpiar los cabos sueltos de la llamada Crisis de los Misiles, también conocida como Crisis de Octubre.
“El titular aquí es lo cerca que estuvo Cuba de convertirse en una potencia nuclear”, declaró Hershberg, cuya serie de libros incluye la obra de Mikoyan.
El libro contiene 50 documentos de los archivos del gobierno soviético y la familia Mikoyan, incluyendo transcripciones de las conversaciones entre Mikoyan y Castro. Sergo Mikoyan murió en el 2010 y Savranskaya, una investigadora del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington, completó la publicación.
La historia esencialmente comienza después de que Kruschov le dijo a Kennedy el 28 de octubre que retiraría de Cuba las “armas que usted llama ofensivas”, refiriéndose a los misiles soviéticos R-14 y R-12 con cabezas nucleares y rangos de hasta 1,550 millas, y los aviones IL-28.
Lo que Kruschov no reveló fue que 98 cabezas nucleares tácticas también habían sido desplegadas en Cuba para los misiles FKR-1 y Luna, ambos destinados a la defensa costera y desplegados esencialmente para defender a la isla de una posible invasión armada estadounidense.
Más aún, el acuerdo oral soviético-cubano del verano de 1962 para el despliegue de las armas nucleares en la isla caribeña incluyó una promesa de que las tropas cubanas tomarían el control de las armas nucleares tácticas después de recibir entrenamiento.
Así que en los primeros días de noviembre, Kruschov envió a Mikoyan —el número dos en la jerarquía soviética, su principal mediador en el extranjero y un amigo de Castro desde 1960— a La Habana para una misión de varias facetas que duraría tres semanas:
Por un lado, Mikoyan debía asegurarle a Castro que Kennedy había prometido que no invadiría Cuba y calmar su enojo debido a que Moscú no lo consultó en sus negociaciones con Washington. Pero, además, el diplomático debía presionarlo para que aceptara inspecciones para confirmar la retirada de las armas estratégicas; urgirlo a no disparar a los aviones espías de Estados Unidos que sobrevolaban la isla y arreglar el tema de las cabezas tácticas.
Castro realmente echaba chispas. La retirada de los misiles lo iba a dejar sin ninguna verdadera arma de disuasión contra un ataque estadounidense, justo 18 meses después de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos y en medio de al menos un complot confirmado de la CIA para asesinarlo.
El embajador soviético en La Habana informó que nunca había visto al líder cubano “tan consternado y furioso”. Y cuando Mikoyan presionó demasiado en un punto, Castro replicó: “¿Qué creen que somos? ¿Un cero a la izquierda? ¿Un trapo sucio?”
Inicialmente, Mikoyan y las fuerzas armadas soviéticas estaban a favor de permitir que Castro quedase en control de las armas nucleares tácticas para defenderse en caso de ataque, según su hijo.
Pero el 27 de octubre, Castro le envió un telegrama a Kruschov prácticamente urgiéndolo a un ataque nuclear preventivo sobre objetivos estadounidenses. El 19 de noviembre, le ordenó a su embajador en la ONU, Carlos Lechuga, que anunciara que las cabezas nucleares tácticas estaban en Cuba. A esa orden se le dio pronto marcha atrás.
“Mikoyan comprendió entonces que la cola cubana era totalmente capaz de menear al perro soviético”, escribió Savranskaya en un epílogo al libro. “Lo que le quedó claro a Mikoyan … es que los soviéticos no podían realmente controlar a su aliado cubano”.
El tema de las cabezas nucleares tácticas fue tratado en la noche del 22 de noviembre, cuando Mikoyan se reunió por más de tres horas con Castro, Ernesto “Che” Guevara y otros tres altos funcionarios del gobierno cubano en La Habana.
“¿Es verdad que todas las armas nucleares tácticas ya se sacaron?”, le preguntó Castro a Mikoyan según las notas de la reunión tomadas por la delegación soviética. Mikoyan respondió que Moscú “no ha hecho ninguna promesa con respecto a sacar” las armas tácticas. “Los estadounidenses no tienen información alguna de que están en Cuba”.
Castro presionó. “¿Entonces las armas están aquí? ¿Y no se dieron seguridades con respecto a su retirada?”. Mikoyan replicó: “No sobre las armas”. Castro agregó: “Por lo tanto, entonces las armas están aquí”.
Posteriormente, de acuerdo con las notas, Castro volvió al tema de las armas tácticas al preguntar “¿Transfiere la Unión Soviética armas nucleares a otros países?”
Mikoyan replicó que hay “una ley que prohíbe la transferencia de cualquier arma nuclear, incluyendo las tácticas, a cualquiera. Nunca las hemos transferido a nadie, y no pretendemos transferirlas”.
Castro insistió: “¿Sería posible dejar las armas nucleares tácticas en Cuba en manos soviéticas, sin transferirlas a los cubanos? Mikoyan respondió que no, porque las 42,000 tropas soviéticas en Cuba son técnicamente sólo “asesores”.
Minutos después Castro regresó otra vez a las armas nucleares tácticas: “¿Así que ustedes tienen una ley que prohíbe la transferencia de armas nucleares tácticas a otros países? Es una pena. ¿Y cuándo van a revocar la ley”, preguntó Castro de acuerdo con las notas.
Mikoyan esquivó la pregunta. “Veremos”, afirmó.
Sergo Mikoyan, quien acompañó a su padre durante los primeros días de la misión a Cuba, escribió en el libro que no está claro si tal ley en realidad existía. Quizás era una política secreta del liderazgo soviético, quizás una mentira conveniente.
El libro también alega que Kruschov y los otros “viejos” que gobernaban en el Kremlin a comienzos de la década de 1960 vieron en Cuba esencialmente a una revolución socialista joven y viril que necesitaba el apoyo de Moscú.
El también “romántico” Kruschov envió armas nucleares para defender a La Habana de los ataques de Washington y no se dio cuenta por completo de los riesgos, según el libro. Las fuerzas armadas de Moscú fueron más pragmáticas, y el despliegue en Cuba duplicó el número de misiles soviéticos que podían llegar a territorio de Estados Unidos.
Pero en el momento en que Mikoyan terminó su misión en La Habana, destaca el libro, Moscú veía a los dirigentes cubanos como “personas impetuosas que preparaban a su país a morir en el fuego de un enfrentamiento nuclear con Estados Unidos en nombre del socialismo mundial”.
Publicado conjuntamente por Woodrow Wilson Press y Stanford University Press, el libro se basa parcialmente en la obra en ruso de Sergo Mikoyan, Anatomía de la Crisis Cubana de los Misiles, publicada en el 2006.
Ashkhen Lazaranova, la esposa de Mikoyan durante 43 años, murió durante los primeros días de su misión de tres semanas a La Habana, pero el diplomático se quedó en la isla caribeña hasta que completó su tarea y partió el 26 de noviembre. Mikoyan murió en 1978 a la edad de 82 años de causas naturales.
Sergo Mikoyan, quien sirvió como secretario personal de su padre, fue uno de los principales especialistas de Moscú en América Latina y sirvió como editor de la revista América Latina, publicada por la Academia Soviética de Ciencias.
El gobierno estadounidense sabía de la presencia de los misiles Luna en Cuba y sospechaba de la presencia de cabezas nucleares, pero no sabía de las muchas otras armas nucleares tácticas hasta una conferencia realizada en La Habana en 1992, en el 30 aniversario de la Crisis de los Misiles, a la que asistieron delegaciones de Estados Unidos, Cuba y la ex Unión Soviética.
Sergo Mikoyan afirmó en el libro que todas las cabezas nucleares tácticas salieron de Cuba el 1ro. de diciembre de 1962 en el barco de carga Arkhangelsk y llegaron el 20 de diciembre al puerto soviético de Severomorsk.
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