Por Antonio Conte.
Todo pasa, pero a veces no todo queda, querido Antonio Machado. Aquel engendro de dame mami la gasolina, que yo lo que quiero es gasolina, que convirtió en millonario a quien cantaba, por obra y gracia de los medios, las disqueras y el buen gusto popular, pasó a peor vida.
También los golpes de Estado, relajo sin orden en América Latina, cayeron en desgracia: Brasil, Argentina, Perú, Venezuela, Chile, Bolivia, Ecuador, Centroamérica. A ningún coronel se le ocurre ya avanzar con sus tropas sobre palacio, levantar al Presidente y meterlo preso en un cuartel. La excepción fue Honduras, y todo el mundo y su tía le cayeron en pandilla a los militares. Eso de sacar a un mandatario de su lecho, romper puertas, ventanas y deportarlo en un dos por tres, no le cayó bien ni siquiera a los que alguna vez apoyaron el método.
Se dice (otro bla bla bla) que los militares en Cuba pueden decidir el futuro de la nación. ¿De qué galaxia cayeron los que así piensan? El ejército cubano se formó con las armas a un lado y el manual del marxismo-fidelismo en el otro. Y, por ende, en la lealtad a toda prueba a los que mandan. Pensar que Leopoldo Cintra Frías o algún jefe de los tres ejércitos que existen en el país van a tomar por asalto el Consejo de Estado, meter en la cárcel a Fidel y Raúl, e instaurar un gobierno militar de transición (¿para que venga quién a gobernar?) es otra manera de comer cativía, y ya es hora de cambiar ese disco y otros que se repiten hasta el infinito múltiple, como el de las redes sociales, blogueros and company, dotados de una capacidad tumba gobiernos digna de párvulos y lactantes, que representan, en general, la globalización del chisme.
Pero como ciencias sociales y políticas se fueron al carajo hace rato, junto con la historia, cualquier cuento de camino alcanza para tupir campanarios. ¿Dónde está la evidencia de que el gobierno cubano se va a caer mañana, como anuncian a diario los opositores dentro y fuera de la isla y los medios de comunicación de Miami? No los de Fort Lauderdale, ni mucho menos de Jacksonville. El ambiente está creado en los medios: ya falta poco, mañana se acaba aquello, ya la gente no aguanta más hambre (como si el hambre tumbara dictaduras). Incluso van y vienen flotillas lanzando fuegos artificiales a 20 kilómetros del Malecón. ¿A qué se juega? Al flojo, no al duro, como en el buen béisbol.
Morirse hablando.
Martí hablaba mucho, y bueno, tan bueno que su palabra aglutinaba, y los tabaqueros sacaban de sus bolsillos lo que no tenían para contribuir a que el poeta comprara armas, pertrechos, municiones, barcos para la guerra, mientras sufría en silencio sus enfermedades, escribiendo apasionadamente bajo el frío de Nueva York, y acosado por la inteligencia española. Nunca Estados Unidos le dio un centavo a Martí. La Fernandina, por citar un ejemplo, es la prueba de que el norte no ayudaba a aquel hombre atormentado por el destino de su país y la poesía. Sólo vivió 42 años, y murió baleado en el campo de batalla, incomprendido por sus compatriotas.
Hoy, después de 53 años de lo mismo, los cubanos nos morimos hablando. Pero el discurso no es igual al de 1895. A Dios rogando y con el mazo dando era lema no cantado de Martí, que organizó a puro pulmón a generales y doctores, que andaban como siempre andamos los cubanos, comidos por la maledicencia, el contrabando, el chisme y la frivolidad.
¿Con qué, seriamente, se piensa tumbar al gobierno? Ni las Damas de Blanco, ni la oposición en pleno acumulan la fuerza necesaria para sacar del poder a nadie. Si no se alcanza un grado de representatividad teórica y práctica que le dé consistencia al empeño, seguiremos, como el chino, en lo mimo: una marcha nacional que no avanza una cuadra, una mujer tocando cazuela en el mercado de Cuatro Caminos, las muchedumbres entrenadas repartiendo garrotazos, y muchos blogs abogando por la libertad de la nación, mientras el gobierno americano destina millones a la causa de la democracia, y nadie conoce el destino de esos dólares, que no son precisamente para comprar pertrechos de guerra. Tal vez celulares de última generación, laptops e impresoras, o quién sabe. Y eso no alcanza ni para tumbar a Genaro de la mula.
No hay líderes, en la antigua acepción de la palabra; digo Martin Luther, Gandhi, Juan Domingo Perón, Jorge Eliécer Gaitán, y mucho menos seguidores. ¿Por qué no se menciona que Cuba tiene 11.2 millones de habitantes, y nadie se pregunta dónde están, qué hacen, si bailan, sueñan, ríen, lloran, viven, mueren; si conocen a los opositores?
Todo pasa y todo queda, mi querido Antonio Machado, y Cuba, destartalada hasta la última ceiba, sigue ahí, y nada serio se vislumbra que permita afirmar que mañana será otro día.
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