Por Lucas Garve.
El número de reses en 1958 alcanzaba en Cuba poco más de seis millones de cabezas, una res por habitante. La libra de picadillo de res de primera costaba veinte centavos. Lo recuerdo porque el precio estaba anotado en la tablilla de una carnicería de la calle Unión casi esquina Independencia, en la ciudad de Santa Clara.
Hoy el picadillo de primera, importado, vale algo más de dos dólares la libra; cifra que equivale a lo que gana en dos días de trabajo un cubano con buen sueldo. Ni hablemos del blando filete o de la jugosa palomilla, o de la bola para asar, que resultan tan ajenos para los cubanos como objetos voladores no identificados.
La carne de res solamente se encuentra en las shoppings (tiendas estatales que venden sólo en divisas) y en los chistes de los humoristas. Hay quien la busca en el mercado negro, donde vale 50 pesos la libra. Los cubanos de a pie no pueden comprar carne de res por la cuota de racionamiento desde hace más de veinte años.
Antes, cuando era yo niño, recuerdo que el lechero dejaba dos litros de leche por la mañana en la puerta y nadie se los robaba. Valía 20 centavos cada pomo de leche pura pasteurizada, ni mezclada con agua, ni aumentada con leche en polvo.
Durante medio siglo, el gobierno cubano se ha dedicado a experimentar con los vacunos. Recordamos historias descabelladas que incluyen super vacas, capaces de producir cien litros de leche diarios, y vacas enanas, para criar en casa.
Todavía, cuando leemos el periódico, encontramos disparates y mentiras cuando se habla de la carne. Por ejemplo, el periódico Trabajadores del 22 de agosto, publicó una entrevista de Alina M. Lotti a Omelio Borroto Leal, director del Instituto de Ciencia Animal, quien expresa: "Vivimos la etapa en que se podía comprar con facilidad yogurt, leche. En ese momento llegaban de la Unión Soviética 600 mil toneladas de concentrado y 12 mil toneladas de alambre de púas, etc. Después el período especial nos afectó psicológica y materialmente".
Cuánta falsedad, para esconder la verdad que no es otra que los experimentos voluntaristas acabaron con los vacunos, con la leche y el yogurt. ¿O este señor se olvidó de Ubre Blanca y del plan ganadero de Picadura, o el de Los Naranjos, donde cientos de millones de pesos se dilapidaron? Los jóvenes desconocen que aquellos vientos trajeron estas tormentas.
Afirma el funcionario que se necesitan 1.800 millones de litros de leche anuales para satisfacer la demanda nacional, pero sólo se llega a los quinientos. Esos 500 millones de hoy son el resultado del desastre causado por el sistema centralizado de planificación, las cooperativas y el excesivo control estatal sobre la producción agropecuaria.
Luego de tantos reveses económicos en este ramo, ahora la palabra de orden es descentralizar y dejar que los campesinos tomen las decisiones. Por otro lado, publican en la primera página del periódico Granma que no hay que abandonar la planificación. Entonces, ¿en qué quedamos?
De una cosa sí estoy seguro, y es que la barreras del burocratismo, de la planificación centralizada y la ignorancia, no hay vaca ni toro que la brinque.
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