viernes, 16 de diciembre de 2011

Lo mío primero: Del lobo y las ovejas.

Por Regina Coyula.

El periodista de BBC Fernando Ravsberg, con La Plaga, ha pasado el dedo por una llaga supurante que padece nuestro país: la corrupción, fenómeno en el que el pedigrí político avala la habilitación para cargos de importancia, y donde el conocimiento técnico se deja a un lado en busca de dividendos personales. Ravsberg supone que los políticos subestiman a la burocracia; yo me atrevería a afirmar que no la subestiman, sólo no pueden ir contra ella, de hecho, muchos políticos se encuentran (como se han encontrado antes, recordar Secretario del PCC en Ciudad de la Habana hace un lustro apenas) dentro de esa misma dinámica que corresponde al eslogan de una cadena de tiendas en divisas: lo mío primero.

De esto se habla entre murmullos y especulaciones, porque a pesar de la transparencia informativa que se pide desde el podio de los discursos, la información en nuestro país sigue parcelada y nadie se atreve a publicar contenido caliente sin previa consulta y autorización.

Ravsberg señala las apropiaciones millonarias de un grupito, lo cual siempre indigna; pero existe otro goteo menor aunque constante, y es el de los trabajadores en cualquier puesto estatal que se llevan lo que pueden. Alguno, resmas de papel, presillas o una cinta de impresora; otro, gasolina, otro, un saco de cemento, otro, botas de trabajo, otro comida. Y así completan con la apropiación indebida lo que el salario no cubre.

Para el gobierno tiene además un altísimo costo político porque la población los identifica con la revolución, algo bastante lógico teniendo en cuenta sus cargos, su militancia comunista y su discurso, generalmente ultraizquierdista. Por supuesto que la población tiene que identificar al Gobierno con semejantes hechos, en definitiva los cargos y la militancia no son por aclamación. En cuanto al discurso, es el de todos los funcionarios que ostentan un cargo público, que en cada oportunidad en que deben hacer profesión de fe, la hacen, porque de la firmeza ideológica depende el cargo, y de él, todo lo que se desprende (en un sentido literal).

Claro que los ladrones de cuello blanco roban. Me roban. Nos roban. Pero nadie se entera, y si se entera, se entera mal, y mal enterado como está nunca va a identificar el robo en temas tan ajenos como la renta de un avión o el cable submarino de fibra óptica como problemas propios. Andaremos por mejor camino el día que los ciudadanos puedan cuestionar el uso de sus impuestos o las decisiones del gobierno con el presupuesto. En nuestro país todo se debe a la Obra de la Revolución, esa entelequia casi divina que se ha mordido la cola, pues también desde hace tiempo y con mayor frecuencia es señalada por la población como responsable de nuestros males, uno de ellos, éste de la corrupción que nos ocupa.

Encuentro en el trabajo de Ravsberg una tesis prejuiciada. Si no he entendido mal, ¿más vale malo conocido, porque el próximo se adivina peor? Desde este blog y casi al principio de hacerlo, expresaba mi rechazo y alarma ante la posibilidad de un futuro a la rusa. A pesar de que nuestra juventud ha crecido un poco al pairo en cuanto a principios éticos, me resisto a creer que la opción sea entre el inmovilismo catatónico o las mafias. Luego de tanta moral de supervivencia aderezada de consignas políticas, podría también haber una reacción positiva hacia valores universales como el trabajo y la honradez. No puedo condenar al futuro porque no existe, en cambio puedo servirme del presente y del pasado para su diseño racional.

Un vistazo a la historia demuestra que la corrupción florece en los regímenes cerrados de corte dictatorial donde la probidad queda relegada ante la incondicionalidad. En esta lucha contra la corrupción, no puede ser el lobo quien cuide las ovejas.
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