Por Caleb Vega.
La desaparición del Ministerio del Azúcar (MINAZ), comunicada oficialmente por el diario Granma, no es ninguna sorpresa y carece de significación real para esa desmantelada industria, otrora orgullo nacional.
Corte mecanizado de caña en la zona de Calimete, en la provincia de Matanzas.
Aunque la medida fue analizada el pasado sábado en un Consejo de Ministros, que concluyó que "en la actualidad no cumple ninguna función estatal", la decisión estaba cantada desde abril, cuando se anunció que el MINAZ iba a ser eliminado y reemplazado por una empresa estatal. Mientras tanto, el gobierno perfilaba planes para permitir la inversión extranjera pensando en una quimérica revitalización del sector en un momento en que los precios del azúcar se han disparado en el mercado internacional.
Con la desactivación y demolición de centrales azucareros, ordenada por Fidel Castro en el 2002, esta industria perdió más de la mitad de su capital y paso de ser una industria rentable y generadora de divisas a una industria que apenas puede sostenerse. Pasó de un papel fundamental como estrella de la economía al de un simple espectador en las graderías de tercera clase. Su papel de ministerio ya no le correspondía hace varios años. Su suerte se venía cocinando, pues su patrimonio había sido dilapidado.
Conocí un dicho que decía que quien tiene un amigo tiene un central. Un central azucarero era sinónimo de riqueza. Un municipio o territorio cubano que contaba con una industria era un lugar próspero.
Fidel Castro tomó cuenta de esto y explotó al máximo la industria azucarera, haciéndola responsable por el desarrollo del país y asumiendo con las rentas de su producción el sustento del resto de las empresas y programas sociales.
Le asignaban un sinnúmero de inversiones con medios propios, totalmente ajenos al desarrollo azucarero y fuera de sus áreas, y se descuidaban los mantenimientos e inversiones de la industria, así como las tierras de cultivo cañero. Poco a poco, pero con una constancia morbosa, el flamante MINAZ comenzó su deterioro.
Los centrales fueron convertidos en empresas con una delegación del ministerio en cada provincia. Se desintegraron las delegaciones provinciales y se convirtieron en grupos empresariales. Hoy le toca al ministerio convertirse en el Grupo Empresarial de la Agroindustria Azucarera, adscrito ahora a otro ministerio. Por cierto, entre los dos juntos no logran tener el patrimonio de uno solo de ellos hace 20 años.
Un país descapitalizado.
De los 158 centrales azucareros que existían hasta el 2002, por dictamen de Castro se cerraron 71 y muchos de ellos se demolieron, incluso algunos habían sido remodelados con inversiones millonarias. Ahora, nueve años después, del total de 61 que podrían hacer la zafra, nos enteramos que se mantendrán activos 56, de los cuales sólo 46 molerán en la próxima contienda.
La mediocridad en las altas esferas gubernamentales no sólo se revela en la eliminación de lo que fue la principal fuente de ingresos para Cuba: la industria azucarera. En su empeño por mantenerse en el poder, los Castro han puesto en juego la soberanía de nuestro país e hipotecado el futuro de la nación. Hoy Cuba no es más que un país descapitalizado y sin una estructura empresarial incapaz de generar riquezas ni siquiera para la subsistencia nacional.
La desaparición del MINAZ es hoy la metáfora de la desparición del país como entidad económicamente viable, convertido hoy en una provincia dependiente de Venezuela.
Es horrible y penoso ver las condiciones en que diariamente trabajan lo obreros agrícolas cubanos, la falta de instrumentos más elementales como machetes, azadas, lima, ropas, zapatos, sin una adecuada alimentación y atados a un salario que no cubre ni un tercio de lo indispensable para vivir. Esas mismas víctimas están siendo convocadas ahora para cultivar caña en terrenos arrendados y salvar la industria del colapso definitivo ante la ineficiencia estatal.
En esas condiciones es imposible sustentar una industria. Pasa igual con la raquítica ganadería nacional. No hay nada más parecido a un zombie que un obrero agrícola. Y para qué hablar de los bateyes de los centrales azucareros que fueron demolidos, transformados en pueblos fantasmas. Como el país fantasma en que nos han convertido.
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