Por Carlos Espinosa Domínguez.
En su libro más reciente, Jacobo Machover sostiene que la figura de Fulgencio Batista, sin ser la de un demócrata después del golpe de Estado de 1952, es mucho más compleja de lo que la mayor parte de los historiadores pretenden ofrecer.
“Sesenta años después de aquel mes de enero de 1959 que en Cuba entró en la historia universal, ejerciendo su influencia sobre buena parte del mundo, es hora de indagar en la mitología vertida por la propaganda, insistiendo en la tragedia que esa aventura «romántica» significó para sus protagonistas pero también para la población”.
Las líneas anteriores pertenecen a la introducción que Jacobo Machover (La Habana, 1954) redactó para su libro "Los últimos días de Batista" (Editorial Verbum, Madrid, 2018, 149 páginas). En él parte de la premisa de que el régimen castrista desvirtuó la historia de Cuba, reduciéndola a un enfrentamiento entre “el Bien comunista y el Mal imperialista”. Eso lo llevó a emprender la reconstrucción de un segmento de aquel pasado, así como de los hechos del mismo que se ha pretendido borrar, para intentar establecer parte de la verdad. Como el título anticipa, ese proyecto tiene como figura principal a Fulgencio Batista Zaldívar, un hombre que para la inmensa mayoría de los cubanos fue quien, tras dar un golpe de Estado, instauró en el país una odiosa dictadura (1952-1959). Como ha puntualizado su autor, el libro no busca rehabilitarlo, pero sí ha querido proponer una contrahistoria para restablecer una parte de la verdad.
En una serie de artículos que publicó en el diario parisino France-Soir, entre junio y julio de 1960, Jean-Paul Sartre califica a Batista de “bestia imbécil” y afirma que los latifundistas cubanos le reprochaban el ser “del pueblo”, lo cual significaba ser “casi iletrado”. En el testimonio suyo que Machover recoge en el libro, Roberto, uno de los hijos de Batista, recuerda que este hablaba francés, aunque no perfectamente, inglés, que manejaba mucho mejor, y portugués. Pese a su origen campesino, adquirió cierta educación y llegó a ser sargento taquígrafo. Batista además escribió y publicó cinco libros: Revolución social o política reformista (1944); Sombras de América: problemas económicos y sociales (1946); Respuesta (1960), traducido al inglés con el título Cuba Betrayed: The Growth and Decline of the Cuban Republic, 1962; Piedras y leyes (1961) y Paradojas (1962), que tuvo una segunda edición titulada Paradojismos. Cuba víctima de las contradicciones internacionales (1964). Esos títulos, por supuesto, no hacen de Batista un escritor, cosa que él nunca pretendió; pero desmienten el calificativo de “casi iletrado” que le aplicó el filósofo francés.
Roberto Batista declara estar en desacuerdo con el golpe de Estado que dio Batista, y con el cual se cargó el régimen constitucional vigente. “El error garrafal de mi padre fue el 10 de marzo. Y eso lo digo con todo respeto hacia mi padre (…) Lo mejor fue sacar adelante esa maravillosa Constitución de 1940 y después mantenerse de presidente democráticamente electo durante cuatro años y entregar el gobierno a su opositor. Ese fue el gran logro de Batista. No todo el mundo quiere saber la realidad histórica. Mucha gente la quiere tergiversar”. Roberto Batista sabe, no obstante, que cualquier intento de rehabilitación es una tarea extremadamente ardua y ni siquiera le pasa por la cabeza. Pero como anota Machover, sí busca matizar algunos de los juicios que se emiten sobre su padre.
En busca de una opinión ajena y no tan cercana, me he asomado a Fulgencio Batista: From Revolutionary to Strongman (Rutgers University Press, 2006), la voluminosa y documentada investigación realizada por Frank Argote-Freyre, profesor de historia en Kean University. Se trata del primer tomo de un proyecto compuesto por dos, y en el cual se estudia el período correspondiente a 1933-1939. En la introducción, su autor adelanta algunas ideas muy atinadas y pertinentes. La primera, entre los investigadores existe una tendencia a trasplantar al dictador de los 50 al político de los 30 y los 40. Esto es, se trata a los varios Batistas como un solo personaje. Lo cual, a juicio de Argote-Freyre, es distorsionar y empobrecer su ejecutoria. Como él expresa, el Batista de la primera etapa no es el del periodo posterior al golpe, de igual modo que el Fidel Castro de los años 60 no es el mismo que el de los 70 y los 80.
Capitán de su pueblo, lo llamó Pablo Neruda.
Argote-Freyre recuerda que Batista tuvo un papel clave en la derogación de la Enmienda Platt, así como en las nuevas relaciones con Estados Unidos en los años siguientes. También promovió en 1936 el primer esfuerzo nacional para erradicar el analfabetismo. Algunos años después, estableció una alianza con los comunistas para asegurar su elección. Ya durante su período presidencial (1940-1944), aprobó leyes laborales para reducir el número de norteamericanos a los que se permitía trabajar en la Isla. Buscaba desarrollar la economía y conseguir más independencia política para el país, lo cual lo convirtió en un hombre irritante para los vecinos del Norte. Eso no significa que estos perdieran su gran influencia sobre los asuntos de Cuba y sobre el propio Batista. Eso ni siquiera ocurrió durante el Gobierno de Franklin Delano Roosevelt.
En la década de los 40, Batista se ganó un respeto que trascendió el ámbito nacional. Digo esto porque una vez concluido su mandato como presidente constitucional, realizó una gira por varios países latinoamericanos. En noviembre de 1944, llegó a Chile, y participó en un acto celebrado en la Universidad. Pronunció las palabras de bienvenida alguien que nadie podrá cuestionar desde el punto de vista ideológico: el poeta Pablo Neruda. Machover reproduce en sus libros las palabras del autor de "Residencia en la tierra". Llama a Batista “capitán de su pueblo” y afirma que nadie como él representa a Cuba “tan poderosamente en este instante”. Y entre otras cosas, expresa: “Saludamos al que pudiendo haber seguido el camino de muchos filibusteros del poder, lo entregó con sus anchas manos morenas a quien eligiera su pueblo. Saludamos al que ha restituido a Cuba honor y nombre, al proteger las organizaciones y partidos del pueblo, al llamar a los mejores intelectuales a colaborar en los destinos comunes, al reanudar las relaciones con la Unión Soviética entre los primeros países de América, al declarar la guerra a los bandidos de Alemania e Italia, al fustigar y despreciar a Franco y sus enviados públicamente una y mil veces, al iniciar con México el camino que aislaría más tarde a los siniestros y desleales gobernantes de Argentina.// Y lo saludamos por haber aumentado, con un Gobierno de Unión Nacional, con [Carlos] Saladrigas y con [Juan] Marinello, con [Jorge] Mañach y con [Arístides] Sosa de Quesada, la riqueza de su país dando mayores esperanzas y realizaciones terminantes al bienestar de los trabajadores de Cuba”.
En el capítulo más extenso del libro, titulado “Las traiciones según Batista”, Machover hace un recuento de la etapa que va del 10 de marzo de 1952 al 1º de enero de 1959. Dedica espacio a las primeras manifestaciones de resistencia y luego pasa revista al asalto al cuartel Moncada, la conspiración militar de 1956, el asalto al Palacio Presidencial en 1957 y, por último, en los días finales de la dictadura. Se remite al libro de Batista Respuesta y se detiene en lo que este llama las “traiciones”. La más sorprendente, escribe Machover, “fue la desaprobación de su gobierno por su principal aliado, los Estados Unidos”. Eso se puso de manifiesto en marzo del 58, cuando la administración norteamericana decretó el embargo del armamento destinado al ejército cubano. Este estaba mal equipado, pues el material con que contaba databa de la Segunda Guerra Mundial.
Por otro lado, la alta sociedad, los hacendados y la jerarquía eclesiástica estaban preocupados por el desarrollo de los acontecimientos y veían la salida de Batista y el establecimiento de un gobierno de transición como la solución más conveniente. Al final, el dictador perdió también el apoyo del ejército. De hecho, él mismo sostenía que fue la “deslealtad” de algunos oficiales, y no la ofensiva de los guerrilleros, lo que precipitó su caída.
El libro de Machover posee informaciones y datos convincentes para sustentar el tema que se aborda y la tesis que defiende su autor: “La figura de Fulgencio Batista, sin ser la de un demócrata después del golpe de Estado de 1952, es mucho más compleja de lo que la mayor parte de los historiadores pretenden ofrecer. La imagen que se conserva de su régimen sirve ante todo para justificar una tiranía hereditaria, que cometió innumerables crímenes y que empujó al exilio a millones de personas de cualquier condición y de cualquier edad”. No es una obra de investigación como la de Argote-Freyre. Eso habría demandado una indagación de mayor calado, una solidez de pensamiento, unas especulaciones defendidas sosegadamente, un riguroso instrumental académico. No digo esto como un descalificativo, sino para valorar Los últimos días de Batista a partir de lo que se propone. A partir de eso, cabe expresar que es una obra interesante, informativa, esclarecedora en más de un aspecto, y que al acercarse a la figura de Batista con otra óptica, aporta una módica dosis de nueva luz.
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