Los invito a recorrer un día cualquiera, a cualquier hora, la céntrica Rampa, en la avenida 23, desde la calle L hasta el Malecón. Siete de la tarde de un lunes. Un viento frío e intenso procedente se siente en esa zona del Vedado. No muy lejos, fuertes marejadas han provocado penetraciones del mar e inundado el litoral habanero.
El cielo gris, encapotado, presagia lluvia en un mes de enero que parece mayo. Pero nada detiene a los internautas capitalinos. O ‘wiferos’, el nuevo giro lingüístico en un país que a diario reinventa -y destruye- el idioma español.
Tres de una misma familia saludan a gritos a un pariente que vive en Estados Unidos. Después, la señora por una pantalla de su teléfono inteligente, le dice que Cuba está mal, “mi’jo esto está de madre. La comida cada día más cara. Una libra de tomates cuesta veinte pesos y los agros están vacios. Esto no hay quien lo aguante ni lo arregle”.
Cerca, sentados en una piedra a la entrada del restaurante Polinesio, en los bajos del antiguo hotel Havana Hilton, hoy Habana Libre, dos hombres de la raza negra, con estrafalarios peinados, gesticulan y chillan en voz alta:
“Ñooo, asere estás ‘trepao’ en un coche que está de pinga (bueno). Ecobio, mira ver si puedes empatarme con una yuma pa’ levantar el vuelo de esta mierda”, expresa uno, mientras al otro de lado de la video-llamada, el amigo que exhibe su flamante auto, se aleja de la pantalla para que vean la última versión de Nike que usa, levanta el brazo izquierdo y con una sonrisa les dice que esa pulsera grande que lleva es un Apple Watch.
Si se llega a otras zonas wifi de La Habana, el panorama es más o menos igual. Mujeres y hombres de diversas edades charlando con familiares o amigos en el extranjero, adolescentes colgando fotos en su muro de Facebook o haciendo comentarios triviales sobre deportes o artículos de consumo. Quieren capitalismo a chorros.
Las plazas wifi de la capital también son embriones para proyectos migratorios. En un banco de cemento de la Villa Panamericana, al este de la ciudad, tramaron un maratón terrestre por varios países de Centroamérica.
Hasta el 18 de diciembre de 2015, ETECSA reportaba la existencia de 57 puntos wifi en toda la isla. Siete meses después de la apertura del primer punto, internet tiene un uso meramente comunicacional. Pocos gastan 2 cuc (50 pesos), el jornal de cinco días de un trabajador con un salario mínimo, en leer ediciones digitales de El País o BBC Mundo.
Nadie busca estadísticas, noticias o visita una galería de arte o un museo virtual. Debido al atraso tecnológico de los bancos, agencias de viajes, tiendas y empresas nacionales, usted no verá a nadie haciendo compras online, transacciones bancarias o reservando pasajes aéreos o terrestres.
Para una mayoría de cubanos, internet se resume en Facebook, enviar correos electrónicos para pedir dinero a sus parientes en Miami o ligar un extranjero. Con las conexiones wifi, el jineterismo femenino y masculino ha encontrado nuevas oportunidades para vender sexo.
Los cubanos dedicados a la prostitución en Cuba inventan más trucos que David Copperfield. Siempre van dos pasos por delante de las autoridades. Cuentan con el apoyo de carpeteros de hoteles, dueños de bares y paladares, taxistas, fotógrafos, personas que alquilan casas, peluqueras, modistas, proxenetas y policías corruptos, que de una forma u otra comercializan ‘mangos (chicas) que están para chuparse los dedos’.
En miserables ‘puticlubs’ en barrios marginales de La Habana, por 5 cuc se prostituyen muchachas que la noche anterior llegaron a la capital procedentes de provincias orientales, las más atrasadas del país.
Algunas prefieren hacer la calle. Rondan discotecas, bares de moda o clubes nocturnos, ofreciendo sus cuerpos por 20 cuc. Si el cliente titubea, le hacen una rebaja del cincuenta por ciento.
La llegada de internet a Cuba, a fines de los años 90, fue muy bien aprovechada por las jineteras habaneras, entre las cuales había profesionales, estudiantes universitarias y graduadas de escuelas de idiomas. Desde hoteles, que entonces cobraban 10 dólares la hora de navegación, creaban webs o se camuflaban como chicas en busca de amistades. Colgaban fotos en ropa interior, para resaltar sus traseros.
Con la llegada de Facebook y las redes sociales, todo fue más fácil. Al menos eso piensa Roxana (nombres cambiados). “Antes había que zapatear el Vedado o Miramar para enganchar a un yuma. Corrías el riesgo que la lacra (policía especializada) te abriera un expediente o un chulo sinvergüenza te explotara. Ahora ligar es más simple”.
Yuliana es más grafica. “Es tirar la carnada a ver qué pescas. Te puedes anunciar como una puta dura y pura, pero a mí eso no me cuadra. Es mejor insertarte en las redes sociales o sitios donde la gente busca amigos y parejas. Ni Spielberg tiene tantos guiones. Como a los hombres les gusta pensar que ellos son los que ligan y manejan el control de la situación, yo se los hago creer y a cada uno le escribo un guión”.
Lorena, estudiante de bachillerato, en diciembre gastó 25 cuc chateando con potenciales ‘novios’. Sentada en el parque de Galiano y San Rafael, Centro Habana, le pregunta a una amiga cuáles son las mejores opciones para empatarse con un extranjero de alto poder adquisitivo.
“Es que en internet abundan los tipos infladores (mentirosos) que te dicen que tienen dinero y están como yo, cruzando el Niágara en bicicleta. Seleccioné tres candidatos, cuando aterricen en Cuba, veré si tienen plata y valen la pena”, acota Lorena.
La ilusión de muchas jineteras cubanas es iniciar un romance duradero con alguien que las saque de la prostitución, casarse en la isla vestida de blanco y poder emigrar legalmente a una ciudad del primer mundo. O del tercero, da igual. La competencia las obliga a no ser tan exigentes.
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