Por Iván García.
En una noche de la pasada semana, Gilberto, enfermero de un policlínico al sur de La Habana, caminaba rumbo a su casa al filo de la madrugada cuando observó en la puerta de una carnicería especializada a dos señoras corpulentas con un termo de café que organizaban una cola para comprar diez libras de pollo por persona.
Gilberto charló un rato con ellas y luego apuntó su nombre en una libreta escolar. Le dieron un trozo de cartón con su turno, el número 27. Al día siguiente, temprano, Gilberto esperaba en la cola de la carnicería. Creía que iba poder adquirir unas libras de pollo cuya venta, a partir de ahora quedaba limitada, para evitar acaparamiento «debido a tensiones financieras y nuevas restricciones del bloqueo económico de Estados Unidos», según directrices del caótico régimen castrista.
Esa mañana no llegó el camión del pollo. Tampoco a la mañana siguiente. Al tercer día, por fin, un desvencijado camión de la era soviética descargó una decena de cajas de pollo Made in USA. “Bajaron diez cajas, que yo las conté. Cada una contenía treinta y tres libras de pollo, 330 libras en total. En la cola había unas ochenta personas, pero como yo tenía el número 27 calculé que a diez libras por cabeza debía alcanzar. Pero después que le habían vendido a veinte personas, los carniceros dijeron que se había acabado el pollo. La que se armó fue de coger palco. Con policía y todo”, cuenta Gilberto.
Desde hace un año, existe un feroz desabastecimiento de los productos más demandados por la población, ya sea en las tiendas por divisas o en moneda nacional. En las redes sociales circulan videos y fotos de largas filas y de broncas en comercios donde expenden alimentos no racionados por la libreta de abastecimientos, vigente desde 1962.
Daniela, ingeniera, considera que es una vergüenza ver a la gente fajándose por un poco de comida. «Hace unos días, dos señoras, ya mayores, se fueron a las manos en una cola para comprar huesos de cerdo. La semana pasada estuve seis horas en el antiguo diplomercado de Tercera y 70, Miramar. Quería comprar salchichas, leche en polvo y cinco kilogramos de pollo. Tuve que hacer tres colas larguísimas: una para entrar, otra para comprar y la última para pagar en la caja. Mientras el gobierno se le pasa hablando mentiras y haciendo promesas que no cumplen, los cubanos nos desgastamos haciendo colas y cazando comida en cualquier sitio”.
Livia, jubilada, dice que es horrible la chusmería y la violencia verbal que se observa en las colas de comida. “Es la ley de la selva. Los más fuertes se cuelan y compran cualquier cantidad de alimentos con la anuencia de los directivos y empleados de las tiendas. Estuve una semana haciendo cola para comprar salchichas y nunca alcanzaba, porque personas delante de mí sacaban turnos que luego vendían a veinte pesos. Y todavía la prensa oficial pretende disimular que no hay un nuevo Período Especial. Lo hay y peor que el de los años 90, por la pérdida de valores que hay ahora en un sector importante de la sociedad y han marginalizado el país. Somos la Somalia del Caribe”.
El Estado verde olivo, con el pretexto de evitar el acaparamiento, decidió restringir la venta de varios alimentos y productos básicos de aseo. En las tiendas por pesos convertibles (cuc), de manera regulada venderán pollo, aceite, salchichas, yogurt en bolsa, jabones de lavar y de tocador y frazadas de piso, entre otros. En los mercados en pesos (cup), a esa lista se suma el arroz liberado y los frijoles. Por la añeja libreta de racionamiento, implementada hace 57 años por Fidel Castro, cada dos o tres meses distribuirían un paquete de salchichas a núcleos familiares de cuatro personas y cinco libras de chícharos, aunque no a precios subsidiados.
Un funcionario del Ministerio Comercio Interior comentó en exclusiva a Diario Las Américas que “son medidas preliminares, pero si la situación se agudiza, está previsto vender una serie de alimentos por la libreta, manteniendo sus precios actuales. Por ejemplo, a la libra de pollo mensual que se otorga por la libreta per cápita y que cuesta 0.70 centavos en moneda nacional, se añadiría un kilogramo extra, a 1.80 en peso convertible. No se piensa subsidiar alimentos, excepto en casos de ciudadanos de bajos ingresos atendidos por la seguridad social, a quienes se les otorgaría un permiso que les permita almorzar y comer a precios módicos en comedores y centros gastronómicos habilitados para esos fines. Hay diversas variantes, de acuerdo a cada circunstancia. El panorama pinta feo. Incluso ya muchos camiones que reparten alimentos van escoltados con un policía o un funcionario del partido para evitar robos y desvíos”.
El descontento en la calle es generalizado en La Habana y también en el resto de la isla, según testimonios de residentes en la capital que recientemente han viajado a otras provincias. Marta, ama de casa se pregunta cómo es posible que el gobierno no haya podido gestionar con eficiencia el problema de la alimentación. “Son 60 años repitiendo el mismo disco rayado. En los noticieros de la televisión usted observa una Cuba irreal. Todo tiene un límite. Los cubanos no somos de confrontar al gobierno, pero si el desabastecimiento aumenta y los precios siguen subiendo, como la carne de puerco que ya está a 60 y 70 pesos la libra, cualquier día la gente sale a protestar”.
Un ex oficial de contrainteligencia afirma que existen planes de contingencias en caso de que la actual crisis económica desatara protestas populares. “Analistas del Ministerio del Interior estudian las causas que provocan las manifestaciones masivas y la forma de contrarrestarlas. Se ha estudiado desde la Primavera Árabe hasta las protestas en Nicaragua y Venezuela. Entre las medidas de respuesta que frenarían el auge de las protestas, está impedir que los periodistas independientes cubran esas noticias y que activistas y opositores se sumen a ellas. Se ha creado un sistema bastante eficaz, que empieza en el barrio, donde cualquier información de descontento de la población, sean broncas en colas para comprar comida o por otros motivos, se canaliza de manera expedita a los oficiales de contrainteligencia asignados a los municipios. Los servicios de inteligencia tienen diseñados planes para frenar marchas públicas, que contemplan cierres de calles, desvíos de ómnibus y vehículos, medidas que impidan que más personas se puedan sumar a la protesta, detenciones masivas y uso de tropas élites especialmente adiestradas en reprimir a la población”.
El sábado 11 de mayo, una marcha pacífica convocada por el movimiento LGBTI en el Paseo del Prado, en el corazón de La Habana, fue un buen botón de muestra. Fue reprimida por la policía y al menos seis activistas fueron detenidos.
“Participamos alrededor de mil gays, lesbianas, trasvestis y transexuales. Toda la zona estaba acordonada por efectivos de la policía y la Seguridad del Estado. Cuando llegamos al final del Paseo del Prado e intentamos coger el Malecón, comenzó la represión. Previamente la Seguridad había detectado a los líderes y a algunos ni siquiera los dejaron salir de sus casas. Dentro de los participantes había un montón de segurosos vestidos de civil, que se encargaron de señalar a la policía a quienes debían detener”, cuenta Orlando, peluquero homosexual asistente a la manifestación.
En Cuba casi nada funciona. Pero la represión trabaja con la precisión de un reloj suizo.
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