Montar aparatos/Leer a Padura.
Un domingo de febrero último, en la 28 Feria Internacional del Libro de La Habana, implica recordar que en Cuba la infancia y sus carencias son más pujantes que la lectura y sus excesos. Esa mezcla tramposa de sol con frialdad, que caracterizó al mes de febrero, se apoderó de las jornadas feriales, lo que no impidió la presencia de un elenco difuso de visitantes en el perímetro del Complejo Histórico Militar Morro-Cabaña.
Una feria apta para todas las edades debieron atravesar los interesados en adquirir la última oferta cuentística de Leonardo Padura. La presentación tuvo lugar en la sala Alejo Carpentier. Hubo que rebasar un gentío de adultos desesperados por ingerir algo, mientras vigilaban a sus hijos ávidos por brincar sobre colchones inflables o tirarse por una canal; era la vía para reencontrar a un escritor laureado, ciudadano español y fiel al barrio de Mantilla.
Entre recuerdos, bromas, anécdotas, Padura contó la ocasión en que fue a la guerra de Angola y lo acompañó la suerte de no combatir. Allí escuchó un impacto que le provocó un trastorno auditivo. Al parecer, Padura sufrió un ataque sónico en África lejos de obuses, explosiones, cadáveres. Padeció la cercanía de grillos cubanos, fanáticos a zumbar en territorio ajeno.
Aquello estaba deseando ocurrir (Aurelia Ediciones, 2019) es una antología de relatos escritos a lo largo de los años. El sugestivo título es una frase del emperador romano Marco Aurelio, «el rey filósofo». Era la hora del recuento para una carrera donde la novela desplazó al cuento en su ruta comercial. De la crónica al reportaje, de la reseña al ensayo, de la intriga policial al homicidio político por encargo, la voluntad productiva es el sello Padura, el centro rector de sus virtudes.
El autor de El hombre que amaba a los perros (2009) es un obrero de las letras, un intelectual de salón. Da la impresión de escribir sobre música popular sin bajar al fogoso Salón Rosado de La Tropical o sobre béisbol sin entrar a los baños del Estadio Latinoamericano, cloaca donde fisgonean quienes no les gusta la pelota.
Lo que estaba deseando ocurrir no sucedió en una bóveda de La Cabaña. Otra vez un libro de Padura quedó en manos de quienes estuvieron dispuestos a batirse por agarrar un ejemplar. No pocos se escandalizaron al ver que costaba 120 pesos. El calor ofuscó a revendedores de libros, esnobistas humildes, parásitos de acontecimientos. El mercado cotiza el reciclaje, procura estirar los quince minutos de fama en una eternidad. La política se encarga de perpetuarlo en energía aprovechable.
Algo similar pasó con Desmemoriados, crónicas de Rosa Marquetti, publicado por el Sello Editorial Ojalá. La gracia costaba 150 pesos, aunque nadie susurró malestar al retirarse de la Sala Che Guevara de Casa de las Américas con un ejemplar de estas semblanzas de músicos cubanos. Para el gestor Silvio Rodríguez, lo valioso era el «corazón de rescate» mostrado por la investigadora Rosa Marquetti. El resto, hojarasca para engrosar la mala memoria.
Cóctel Molotov/ Letra púrpura.
De las golosinas y los refrigerios en La Cabaña a la artesanía con música de fondo, el Pabellón Cuba fue de nuevo subsede de la feria. No por esperado dejó de chocarnos el aquelarre libresco de corte histórico-militar. Basta referir títulos recientes de la Editorial de Ciencias Sociales: La nación insurrecta, de Oscar Antonio Loyola Vega; En los umbrales de la Revolución. Terrorismo y bandidismo en Occidente (1959-1965), de José Suárez Amador; La geopolítica de la Posguerra Fría en Asia Central, de Oscar Villar Barroso. Todos fechados en 2018.
Nada significaban las ficciones civiles de Alberto Garrandés en su Capricho habanero. Corte del director (Editorial Ácana, 2015), o Arturo Arango con el guión novelado No me preguntes cuándo (Ediciones Matanzas, 2018), frente a una legión de mamotretos baratos; antiprosa bélica descartada por una invasión de lectores que los acariciaba y soltaba como reliquias fuera de tiempo y espacio.
Si algo sobraba en la librería del Pabellón Cuba era materia prima editorial. Otros títulos reciclados ilustraban el sustrato partidista de un recinto ferial épico: Lucharemos hasta el final (cronología1958), de Rolando Dávila Rodríguez por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2015, 428 páginas a tres pesos cubanos; o Política anticubana de Washington. Compilación de documentos, por la Editora Política en 2006, sin manosear en su estática condición antidecorativa.
Según el diario Granma, Cien horas con Fidel fue el libro más leído en Cuba durante 2018. Editado por el sello editorial Nuevo Milenio y la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, la información no precisó el número de ventas. Este detalle confirmó que las cifras, o la falta de ellas, dominan el imaginario de un consenso sin pruebas. Ciertos dispositivos de la seducción ideológica hay que bajarlos de precio, regalarlos, clonarlos en el iceberg publicitario de mitologías heroicas. Un modo de corporizar al lomo-lector, quien alcanza su definición mejor entre letras muertas.
El lugar de los libros debería ser ocupado por trovadores necesitados de público, quienes animarían el sopor de la antilectura como en la feria habanera. Raúl Torres está disponible con su arsenal de metáforas para traducir el voluntarismo en un sollozo colectivo.
Blanco perfecto/Realismo sucio.
En teoría, la 28 Feria Internacional del Libro estuvo dedicada al narrador, editor y promotor cultural Eduardo Heras León. Este presentó Dolce Vita, un conjunto de relatos. Su primera novela aún la esperan viejos colegas y discípulos que cortejan al Chino Heras por su magisterio y lealtad a los tejemanejes de la política cultural.
Aunque en la práctica el homenajeado fue Pedro Juan Gutiérrez, de quien se publicó La línea oscura. Poesía escogida.1994-2016 por Ediciones Loynaz en Pinar del Río; junto a El Rey de La Habana y Trilogía sucia de La Habana, un fresco de la Cuba sombría, degradada, hambrienta de los noventa. Basta agregar que la Feria en Vuelta Abajo se le consagró a Pedro Juan. ¿Otro chiste pinareño?
A muchos afectados por un clima político-cultural hostil les atrae el cliché de que veinte años no son nada cuando las pesadillas pasan. Pero el arte y la vida no son un tango de Carlos Gardel para nadie en ningún lugar del mundo competitivo. Trilogía sucia de La Habana salió publicada en 1998 en Barcelona por la editorial Anagrama, que colocó a P.J.G en el mapa literario de habla hispana. Ya no tenía nada que envidiarles a sus colegas Reina María Rodríguez o Reinaldo Montero.
Con una tirada inicial que gozó de repercusión crítica y comercial, el impacto le reportó a Pedro Juan la etiqueta de «Bukowski tropical»; un fabulador hecho para suplir a la mojigata prensa oficial, mediante una prosa cocida y cruda desde el corazón de la Isla. Trilogía…necesitó 21 años para enorgullecerse de tener una edición cubana.
Contra el silencio y las postergaciones, Pedro Juan Gutiérrez no es una mofeta en su tierra, al igual que Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas. Ello lo corrobora la publicación entre nosotros de Melancolía de los leones, Animal tropical, El insaciable hombre araña, Carne de perro, El nido de la serpiente, Fabián y el caos; o Diálogo con mi sombra, sumo de la autocomplacencia o pajas mentales computarizadas. En su pseudoensayo «La biopausia», Gilberto Padilla asoció la horrible foto de portada a las confesiones eróticas de un abuelito.
Esa escritura «al límite» de P.J.G es la postal turística que no le conviene exportar al gobierno. Por eso aspiran a revertirlo en una imprenta nacional. Para que no vuelva a ser noticia internacional con la ayuda desinteresada del ostracismo local. Por eso es mejor que el trasiego descrito se fría en su propia salsa con menos ingredientes. Por eso el falso voyeur de las azoteas agradeció a Ediciones UNIÓN facturar libros tan bonitos y limpios de erratas.
En Trilogía sucia de La Habana, predomina el dilema entre la abyección humana y los espacios muertos arquitectónicos. Como en la saga posterior del cronista, los atascados sociales protagonizan una antropofagia de la denuncia simbólica. Solo ellos poseen nombres o alias para devorarse unos a otros. Ruedo de peripecias que descartan al máximo responsable de una infelicidad compartida e inalterable.
Otra reincidencia en Pedro Juan es la ausencia de conflicto entre masa y poder. Las blasfemias anclan en terreno de nadie o charco de todos. Una zona cero donde el medio justifica los fines de corrupción y abusos de primacía.
Al obviar la pirámide hegemónica, el productor rechaza afiliarse a bandos políticos. Nada de compromisos, campañitas ni solidaridad con nopersonas. Lo ideal es habitar en un limbo pasional, porque la irresponsabilidad es una forma del placer.
Simular un «arte político» tras los bastidores del «apoliticismo» transforma al artista incómodo en un hereje agazapado en el closet de la doble moral. Un Sí en la boca y un No en la cabeza como en el dibujo de “Chago” Armada.
Por algo Ediciones UNIÓN escogió a P.J.G como perverso dócil a quien proteger. Vaya osadía que un funcionario de la Institución Arte saque la cara por un paladín de la vacilante izquierda lúcida. Si el literato sin un pelo de tonto dejó de ser un maldito, es porque nunca lo fue. «Si la montaña se acerca a Mahoma, prepárate que es un derrumbe», reza un dicho del argot popular hecho en Cuba.
Bueno fuera que UNIÓN publicara Termina el desfile, de Reinaldo Arenas, Playor, Puerto Rico, 1981. Génesis y apocalipsis del campo y la ciudad, el arte y la inmundicia: tías solteronas que no paran de cotorrear, marchas del pueblo combatiente, seres locos por renacer como planta o vegetal, falsas promesas.
Termina el desfile quizás sea el volumen de cuentos más lúdico y agónico de nuestras letras. Promoverlo en Cuba sería un milagro, libre de poses cautelosas o temerarias. Reinaldo Arenas volvería de la inmortalidad dando gritos de asombro.
«Dentro de cien años, tal vez más, aún se leerá Trilogía sucia de la Habana», ha dicho P.J.G petulante. Una vanidad risible, absurda. Le faltó agregar: «Modestia, apártate». P.J.G obvió suavizar el autoengaño con una boutade, trocar la soberbia en parodia. ¿Tiene sentido un ritual cursi para un heredero de la beat generation?
Trilogía…se adquirió a 20 pesos durante su presentación en la sala Villena de la UNEAC. El Rey de La Habana, Editorial Oriente, 2018, estaba mosqueado a 12 pesos en la carpa del Complejo Morro-Cabaña. La olla podrida añejada por «El malhechor» Pedro Juan Gutiérrez ya es historia. El archipiélago apuntalado, hipócrita y escéptico convirtió su onanismo antiestético en un espejo roto.
Desacato lírico/Violencia de género.
Aquel febrero en que Dios dormía, parafraseando un título de Ángel Santiesteban Prats, se realizó una lectura poética en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, a cargo de la Asociación Hermanos Saíz. Pero una de las convocadas se pronunció contra el Decreto 349, vestida con un pulóver que declaraba en rojo sobre blanco: # Yo Voto NO; y por ahí entró la bala de quien cometió el pecado de soñar con los ojos abiertos; el fantasma de Virgilio Piñera irrumpió para reconfigurar tinieblas.
La irreverencia mutó en reyerta que implicó a Katherine Bisquet y a una promotora cultural. Esta reencarnó a los cancerberos de las Brigadas de Respuesta Rápida, aquellas tropas vestidas de civil que arremetían contra oposiciones pacíficas o disturbios organizados, esos libretazos artísticos ideados para remover la escena.
Dicha especialista le haló los moños a su ex-compañera en la Facultad de Artes y Letras. Imaginamos a la chica, prenacida en 1989, alrededor del cine Yara, sofocando a los interesados en ver Alicia en el pueblo de maravillas, filme mal visto en la marea oficial del cine cubano.
Katherine Bisquet Rodríguez (n. 1992) había obtenido mención en poesía en los Premios Calendario. No merecía tal escarmiento. Ella creció en el seno de la Central Electronuclear de Cienfuegos, proyecto frustrado de la alianza cubano-soviética; allí sus padres deliraron junto a los rusos, para luego marcharse; ellos se negaron a contemplar la historia como artefacto de una quimera en ruinas.
K.B lo expresó en unos versos dedicados a la Ciudad Nuclear: «/Y el naufragio alcanzó a todos por estar hechos de uranio, por no haber empujado la palanca, por ver al robot que aún duerme, en un apartado mundo que todos desconocen/».
Mientras unos abren los ojos siendo iconoclastas, otros nacen póstumos.
La propaganda gubernamental contra la violencia de género fue quebrantada por una muchacha de corta de edad; ésta cedió a las bajas pasiones de la cultura al servicio del arribismo político. «Hoy estoy con ustedes, mañana no sé dónde». Éste sería un eslogan de anticipación para la aventura totalitaria, cuando los extremos se tocan hasta desvanecerse en el suspiro de la fuga o la amnesia.
El cuadro negro abandonó la ficción barriotera para instalarse en un pasillo del Pabellón Cuba, revertido en solar habanero. En la premiación del Calendario, «La promotora» se invisibilizó ante la presencia de Katherine. La indiferencia demostró que pasar la página era lo atinado. «Yo no mando, yo oriento» , aclararía un hegémono de bolsillo mientras devoraba de pie una cajita de almuerzo.
Otra víctima del terrorismo de estado anticomunista como el narrador argentino Haroldo Conti desapareció convencido de que «el arte es una eterna conspiración». Un axioma a punto de extinguirse en la Cuba poblada de misiles revestidos con decretos y cazafantasmas sin aura disfrazados de intelectuales.
Posdata.
La Feria Internacional del Libro de La Habana 2019 fue un parque de diversiones con infiltrados de armas tomar. La hora en que los inspectores de caminos transforman sus oficinas secretas en plataformas combativas. Así les llega el momento de actuar como replicantes de la ciudad letrada; maqueta que urge improvisar cada año, tratando de conservar el evento entre las ofertas culturales.
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