Un hombre lee el periódico Juventud Rebelde.
Y es que la paciencia popular ante los embates de la escasez, en vías de ampliar su impacto en toda la Isla, parece estar a las puertas de su definitiva extinción, y no es para menos. El coronavirus ha puesto de relieve los graves problemas estructurales de la economía de Cuba, cuya trayectoria puede ser descrita en dos palabras: estancamiento e involución. Muy poco que ver con el embargo estadounidense y mucho con las políticas económicas impulsadas por el alto mando, que continúa exaltando las supuestas bondades del centralismo y el rechazo a la economía de mercado, dos realidades de un largo inventario de insensateces.
A la acelerada disminución de las ofertas de artículos básicos en los centros comerciales se suman las severas limitaciones en el acceso a agua potable y los cortes del fluido eléctrico. El reciente escándalo de los vecinos de una barriada del municipio capitalino de Diez de Octubre por la prolongada ausencia de agua pudiera tomarse como un botón de muestra de lo que se está articulando en la sociedad cubana, más allá de los habituales discursos triunfalistas de los funcionarios y las complacientes coberturas de la prensa oficial. La gente está harta de esperar por ese futuro mejor que la historia devela como una gran tomadura de pelo.
Las peores noticias para los cubanos no se limitan al crecimiento de los contagiados con el mortal virus ni tampoco los decesos que se reportan cada semana. A la retahíla de desgracias, hay que agregar el enfrentamiento a un nuevo ciclo de penurias y las nulas probabilidades de enfrentarlas con cierto éxito.
Con la pérdida total o parcial de las fuentes de ingresos, el régimen de Cuba está obligado a arreciar las medidas de racionamiento y multiplicar la efectividad de su sistema represivo. Es improbable que una apertura a fondo pueda llevarse a cabo en el actual contexto de una crisis sanitaria sin precedentes a nivel mundial.
Esa absurda reticencia a eliminar el bloqueo interno nos acerca ahora a una situación con todas las credenciales para que derive en una profunda crisis humanitaria. Con el sector turístico completamente paralizado, la contracción de las remesas, enviadas fundamentalmente desde Estados Unidos y los envíos de petróleo desde Venezuela también a la baja, la realidad no puede ser más sombría.
Por otro lado, las muy funcionales redes de la economía subterránea, de la cual dependen miles de familias, no escapan de los efectos de la COVID-19. El menor trasiego de productos a causa de la recesión, aún no decretada, pero imposible de ocultar, significa más miseria con todo lo que eso trae aparejado. Aunque en los medios de prensa no aparezcan detalles sobre la violencia social y el alcoholismo, se intuye que, frente a la confluencia de penurias, sin solución a la vista y en vías de profundizarse, tales fenómenos ocurran de manera rutinaria, en decenas de localidades y no solo de La Habana.
Antes de concluir, pienso en la conveniencia de ponerle fin a esa bronca bizantina con el país más poderoso del mundo. ¿Vale la pena continuar en esa guerra fría, hace tiempo perdida y que nos ha quitado la oportunidad de aprovechar innumerables ventajas en el plano de las macro inversiones, fomento de las pequeñas empresas, desarrollo tecnológico, etc.?
Apelar a la dignidad y a la soberanía como coartada para el sostenimiento de esa postura es una falacia. A fin de cuentas, el estilo de vida desarrollado bajo las banderas del socialismo es una vergüenza. Las consignas patrióticas no han servido para garantizar una existencia decorosa ni las marchas combatientes, ni ningunos de los inventos de control social, tras los que se esconde la malsana intención de evitar fisuras al monopolio estatal administrado por el partido único.
Vivir con miedo a expresarse libremente, con salarios mediocres y obligado a recurrir al mercado negro para paliar gran parte de las necesidades más perentorias nada tiene de gloria y honorabilidad. Ojalá y está crisis epidemiológica motive a alguien con suficiente poder dentro de la nomenclatura de Cuba a cambiar las perspectivas de la política, tanto al interior como la que tiene que ver con el poderoso vecino. Al final habrá que sentarse a negociar. No hay otra opción viable.
Comparativamente, los cubanos son muchísimo más pobres que hace seis décadas, la mayoría viven como indigentes. El alivio a este cruce de infortunios, llega mediante el robo, la especulación o el dinero que envían los familiares del exterior. ¿Tiene sentido batir palmas por la continuidad de una Revolución tan inútil?
0 comments:
Publicar un comentario