Cubanos a punto de zarpar rumbo a EE.UU. durante el éxodo del Mariel.
Yo llegué a la Antigua URSS como estudiante universitario justo en 1978, año en que el gobernante cubano estableció legalmente los viajes de la Comunidad que pondrían al descubierto ante muchos cubanos la falsedad tanto del mito antimperialista como del mito revolucionario. Los viajes de la Comunidad fueron una suerte de pre Perestroika. A Fidel Castro -en su ánimo y hábito de ser mantenido- no le quedaba más remedio que aceptar estos reencuentros que, pensaba él, le abrían una puerta para incidir en la política norteamericana relacionada, particularmente, con el tema del embargo. Pero el costo político para el capital simbólico de la Revolución que acarrearía aquella jugada era inevitable. De igual modo, la Perestroika iniciada por Gorbachov en la URSS era la única vía posible de salvar el socialismo, solo que a un costo realmente elevadísimo para el PCUS. La sorpresa que yo experimenté cuando llegué y me establecí en San Petersburgo es inenarrable. Los rusos no querían comunismo, lo expresaban de una forma explícita y, en adición, la juventud -y no tan jóvenes- parecían mayormente pro norteamericanos. Pero ahí no acaba la cosa, La opinión que tenían de sus líderes era desastrosa, incluyendo a los miembros del Politburó y sus sucesivos Secretarios Generales. En Cuba, el pueblo ignoraba todo esto pero, a su manera, comenzaba a despertar y hasta a aborrecer al máximo líder tropical.
Si bien los viajes de la Comunidad iniciaron ese proceso de desencantamiento general que el éxodo del Mariel haría ya patente y gráfico, no se debe concluir de aquí que el diálogo es la solución del tema cubano. En aquellos años anteriores a los 80 Cuba estaba internamente bloqueada y aislada del resto del mundo en todos los sentidos. Era necesario abrir una brecha en ese blindaje. Pero, no se confundan las cosas: cuando Obama intentó hacer valer su política anti aislamiento ya Cuba no estaba aislada ni siquiera internamente: el dólar no era ilícito, los viajes al extranjero estaban permitidos, la conexión a internet era un hecho, el comercio internacional tenía -y tiene- lugar sin límites, incluyendo a los Estados Unidos, uno de sus principales socios. Lo que no había en Cuba era liquidez, a causa de la corrupción de las élites y de las restricciones que estas imponen a la actividad privada. Obama solo pretendía financiar el castrismo a cambio de un legado que pudiera dar peso histórico a su desabrido paso por la Casa Blanca.
Ahora quiero regresar a esos años del Mariel para recordar cómo estaban ya las relaciones entre el vitoreado Comandante en Jefe y su pueblo.
En un libro de Alberto Moral, titulado Fidel Castro y el 11-S: El genio perverso (2011), se aborda el tema del éxodo del Mariel desde una interesante perspectiva que revela la manera macabra en que Castro manejó aquella crisis. La tesis de Moral es que Castro recurrió a un peculiar método de lucha, ya utilizado por él anteriormente, que resultó de la combinación del populismo y el terrorismo con los crímenes de bandera falsa. Cabe destacar que el caso del éxodo del Mariel es considerado por el autor como ejemplo de lo que llama “Movimientos populares contrarrevolucionarios” que, según muestra en su libro, ya existían anteriormente. Esto indica que en el 80 el fenómeno solo se extendió de manera imprevisible. Pero la pregunta que se impone es: ¿fue el éxodo del Mariel provocado por Castro? Moral piensa que sí. Y aunque no brinda alguna prueba concreta es cierto que en el contexto general de la emigración hacia los Estados Unidos se pueden identificar hasta ahora tres grandes éxodos cada 15 años, aproximadamente. Visto así, no parece ser algo casual. Sin embargo, ¿qué interés podría tener Castro en el caso del Mariel? Lo que podemos constatar es una cadena de sucesos: Fidel pretendió ejercer su autoridad con los seis primeros refugiados en la embajada y Lima lo desafió. Quiso entonces castigar a los peruanos retirando la protección de la embajada y en día y medio el número de refugiados dentro del inmueble creció de 6 hasta algo más de 10 000. La solución de este caos creyó encontrarla en la apertura del puerto de Mariel y pronto advirtió que la cifra de los que aguardaban para enlistarse como emigrantes a lo largo de todo el territorio nacional, al decir de algunos, superaba el millón. Es en este punto donde Castro -según sostiene Moral- recurre, por una parte, al terrorismo y al populismo implementando los archiconocidos actos de repudio y, por otra, al crimen de bandera falsa, ordenando el incendio del círculo infantil más grande del país. ¿Cómo entender todo este entuerto del Mariel? ¿Acaso, Fidel creía realmente que tenía el apoyo del pueblo y se la jugó? No. Fidel creía que aún tenía engañado al pueblo y se la jugó, para terminar descubriendo, paradójicamente, que el engañado por la propia propaganda revolucionaria y por la complacencia de sus más cercanos colaboradores había sido él mismo. El año 1980 cambió la perspectiva de la realidad de todos los cubanos. A partir de los sucesos del Mariel, una especie de pacto entre gobernados y gobernadores regiría la vida pública, si bien no la privada: para los primeros, la doble moral; para los segundos, la aceptación de la apariencia en lugar de la realidad. La moraleja de todo esto es que Fidel Castro murió sabiendo, sin rastro de duda, que el proyecto socialista no funcionaba, que los dirigentes no eran ni serían confiables en absoluto y, sobre todo, que el pueblo cubano -para usar sus propias palabras- no lo quería y no lo necesitaba.
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