En realidad, el mercado negro sigue mostrando un excelente desenvolvimiento. Esos alardes policíacos están lejos de causar pánico entre una población obligada a operar en los ámbitos de la economía sumergida. A veces como cliente y otras como proveedor de primera, segunda o tercera mano.
La reventa de productos robados de los almacenes del Estado es parte de una cultura que surge de la fatídica vigencia del hambre y otras fieras tan comunes en los paisajes del socialismo con sus fallidos planes productivos, la entrega gratuita de esperanzas en un futuro mejor y el éxito de las políticas sociales encerrado a perpetuidad en las páginas de los periódicos, la engolada voz de un locutor radial o en los ademanes de un periodista de la televisión que se esmera en ofrecer detalles de los “óptimos resultados”. Nada mejor para refutar esos pavoneos que un paseo por la cotidianidad de cualquier barrio de La Habana o algunas de las múltiples zonas campestres del interior donde la gente vive en barracones, sin muebles, sin electricidad ni garantías de comer tres veces al día.
El coronavirus y las secuelas que ha dejado en todos los rubros de una economía renqueante y en pie gracias a los subsidios -desde hace un tiempo menguados- provenientes de Venezuela, ha renovado las credenciales de vivir al margen de la ley.
Estoy convencido de que no hay forma de acabar con el acaparamiento, la sustracción de mercancías de los depósitos estatales y otras vías de subsistencia, muy lucrativas, en tiempos de escasez aguda como las que enfrentamos desde el brote pandémico.
La experiencia confirma la certeza de mis apreciaciones.
Levantarme a las 6 de la mañana el miércoles 24 del mes en curso para conseguir un turno que me permitiera comprar dos cajas de leche evaporada y dos de puré de tomate, cada una de 500 gramos, no bastó para poder ocupar un puesto privilegiado en la fila, más tarde convertida en aglomeración.
En primera instancia tenía el número 6, pero al final tuve que conformarme con el 44. Esto representó, en total, 7 horas de espera.
Al mediodía fue que salí con mi pequeño botín.
En este caso solo se podían adquirir dos cajas de cada uno. Una mujer policía tomaba fotos, con su teléfono celular, del carnet de identidad de cada persona para cerciorarse de que nadie pudiera comprar dos veces.
Marcar para varias personas con el objetivo de superar las barreras del racionamiento es algo que sucede a diario en las afueras de los comercios. No importa de qué producto se trate. Todo es vendible en tiempo de crisis.
Ya en la capital existen decenas de cuartos y apartamentos convertidos en tiendas a partir de las adquisiciones antes referidas.
En estos sitios el aceite vegetal obtenido a 2 CUC se vende a 6 CUC y las pequeñas cajas de puré de tomate de 500 gramos que cuestan 1,05 CUC, se ofertan a 2 CUC, por solo citar dos ejemplos de esta espiral de acciones correspondientes a un entorno decadente y rapaz donde sobreviven los más determinados a realizar este tipo de transacciones.
Ni hablar de las mercancías que no llegan a los estantes y que son vendidas subrepticiamente por quienes están a cargo de evitar estos procedimientos, dígase gerentes, almaceneros y hasta policías que se prestan a algún tipo de colaboración a cambio de algunas migajas.
En fin, que la corrupción el relajo no tiene fecha de vencimiento ni la tendrá bajo un sistema, cuyos máximos representantes se ufanan de controlarlo todo.
Lejos de eso, lo que se promueve es la corrupción y la marginalidad.
Definitivamente, en estos lares ha triunfado la malversación y el fraude. La honestidad y el talento son dos cualidades depreciadas en un escenario perverso y desgastante.
Con la crisis actual se alejan aún más las posibilidades de terminar con una anormalidad sistémica que envilece y desmoraliza.
Insisto en que esa publicidad a las pretendidas hazañas de la policía en la desarticulación de negocios ilícitos, ni edifican, ni asombran y mucho menos atemorizan a los millones de cubanos que se las arreglan para cruzar el mar de prohibiciones absurdas sobre cualquier ilegalidad.
Las circunstancias demandan una transformación raigal de las estructuras económicas y la creación de un ambiente donde cada cual tenga la oportunidad de forjarse una vida digna a cuenta del esfuerzo genuino.
Una necesidad urgente desestimada por los mandamases una y otra vez. Ojo, el tiempo se agota.
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