La falta de agua, el desalojo consumado o aplazado de alguna familia o asentamiento periférico, y también un abuso policial en la vía pública, son a menudo las motivaciones de los cubanos para que se arme un guirigay sin mayor trascendencia.
En realidad, no hay voluntad de salir del redil totalitario. Las preferencias se inclinan por las adaptaciones a los distintos escenarios que se crean a partir de la crónica disfuncionalidad del modelo centralizado, el reforzamiento del embargo estadounidense desde que Donald Trump se instaló en la Casa Blanca, y ahora los demoledores efectos económicos y sociales del coronavirus.
Lo cierto es que el cubano se las arregla para sortear el cada vez más accidentado terreno de la supervivencia, cuidándose de no expresar comentarios de carácter político en alta voz o matizándolos mediante el destaque de una frase de Fidel, o la exaltación de cualquiera de los supuestos logros de la revolución socialista que sacan a relucir en los noticiarios día tras día.
La doble moral es parte de una normalidad construida sobre la desconfianza mutua y la necesidad de infringir constantemente las leyes con tal de alimentarse y resolver otras necesidades de primer orden.
La obligatoriedad de delinquir es una forma de chantaje del Estado, una suerte de humillación a gran escala que ha convertido a la población en rehenes de un grupo de militares y burócratas encaramados, hace más de seis décadas, en la cima del poder absoluto.
El trabajo no tiene un valor real. Es solo una patética recreación de lo que debería ser, algo tan simple como procurarse el sustento y una mejor existencia mediante el esfuerzo genuino, ya sea físico o intelectual.
Solo hay dos opciones para salir del laberinto de las carencias: las impostergables incursiones en los entresijos del mercado negro, y el recibo de partidas monetarias de algún familiar o amigo radicado en el extranjero.
A propósito de esto último, el lunes 20 del actual mes entró en vigor la limitada dolarización circunscrita, hasta ahora, al comercio minorista, con la apertura de tiendas donde solo se puede comprar con la moneda del imperialismo yanqui, el enemigo externo que le ha servido al poder como elemento legitimador del socialismo de raigambre neo-estalinista.
Los afortunados clientes están obligados a comprar con tarjetas magnéticas, cargadas desde el exterior con el dinero del imperio.
Quienes no cuenten con un suministrador seguro se enfrentan a peores desafíos para conseguir las mercancías que llegan en limitados lotes a las tiendas que ofertan en pesos convertibles (CUC).
Con este evento se amplía la brecha entre los que tienen dólares y los que dependen única y exclusivamente del salario que reciben, en el cada vez más desvalorizado peso cubano (CUP), y quienes acceden por estímulo a modestos pagos en (CUC) en los empleos estatales, así como los trabajadores por cuenta propia que ofrecen sus servicios al turismo internacional en esta moneda, creada en 1994 para contrarrestar la influencia del dólar.
Ante los beneficios relativos del sector poblacional que periódicamente recibe partidas monetarias a través de las oficinas de la Western Union, y el extraordinario número de perjudicados que logran a duras penas no hundirse en las profundidades del hambre y la miseria, la vida sigue su curso con las resignaciones y acomodos a remolque.
Si algo queda claro es que la glorificada igualdad social que aun sirve de fundamento a la ideología vigente se acerca a su definitiva extinción.
Es imposible esconder el fracaso de la gesta emancipadora de 1959 que proporcionaría, según sus protagonistas, tantas satisfacciones y esperanzas a cada cubano.
Finalmente, el dólar estadounidense venció por knock out al peso cubano. No importa el retraso o el escamoteo del veredicto.
Es un hecho consumado que traerá cambios a mediano y largo plazo. Ojalá no sea un remedo del socialismo de mercado al estilo chino. Ya veremos.
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