Fidel Castro, 1961 en su discurso Palabras a los Intelectuales.
Palabras a los Intelectuales es el pomposo título con el que es conocido el farragoso discurso, reminiscente de Mussolini, con el que Fidel Castro dio por concluida la última de sus tres reuniones en la Biblioteca Nacional, los viernes 16, 23 y 30 de junio de 1961, con los más importantes escritores y artistas cubanos de la época y los comisarios estalinistas encargados de disciplinarlos.
Con aquel discurso, que pronunció con la pistola sobre la mesa, flanqueado por el zar del ICAIC Alfredo Guevara y el incondicional presidente que no pinchaba ni cortaba Osvaldo Dorticós, sin lograr disimular su disgusto por dedicar demasiado tiempo a algo que consideraba no lo merecía, Fidel Castro se propuso meter en cintura a los intelectuales y acabar con sus impertinencias y majaderías pequeño-burguesas, porque eso eran para el Comandante las preocupaciones acerca de la libertad de expresión.
Luego de seis décadas de cultura domeñada, censuras y prohibiciones, testaferros intelectuales del castrismo como Abel Prieto, Miguel Barnet e Iroel Sánchez se han dado a la tarea de reinterpretar las Palabras a los Intelectuales. Intentan mostrar que la ordenanza del Máximo Líder no fue tan estricta y dejaba suficiente campo a la creación artística, siempre que fuera “dentro de la revolución”.
Ese ambiguo “dentro de la revolución” dejó suficiente espacio para que los paranoicos comisarios de las lupas, las tijeras y el creyón de censores, determinaran lo que quedaba afuera y echaran en el saco sin fondo de los desafectos a todo el que les pareciera tibio, aburguesado, revisionista, desviado, extranjerizante, blandengue, afeminado, o lo que se les antojara. Podían luego, cuando les conviniera, cooptar y rehabilitar a los pecadores que demostraran su disposición a la mansedumbre. Hasta les daba la posibilidad de justificarse con el argumento de que habían errado por no haber sido capaces de interpretar el pensamiento siempre tan elevado del Comandante en Jefe.
Se quejan los comisarios de los que limitan el discurso a la frase tan citada, “dentro de la revolución, todo, fuera de la revolución, nada”. Dicen que lo que realmente dijo el Comandante en aquel discurso no fue “fuera de la revolución, nada”, que es como casi siempre se cita, sino “contra la revolución, ningún derecho”.
¡Como si eso variara en algo el resultado! ¿Se podía estar “fuera de la revolución” sin ser considerado un enemigo y tratado como tal?
Según Miguel Barnet -que con 21 años fue el más joven de los participantes en las reuniones de la Biblioteca Nacional- y el recientemente fallecido Roberto Fernández Retamar, gracias a Palabras a los Intelectuales la cultura cubana fue “inclusiva y democrática” y se libró del realismo socialista y el dogmatismo que se padeció en los otros países comunistas.
Es como si se hubiese olvidado el caso Padilla, la condena al ostracismo de los hoy reverenciados Lezama Lima y Virgilio Piñera; la época cuando un sicario que firmaba como Leopoldo Ávila desde la revista Verde Olivo azuzaba la jauría contra los intelectuales, el teniente Quesada quemaba los títeres del Guiñol, las FAR y el MININT eran las que concedían los premios literarios, los poetas se veían forzados a escribir novelitas policiacas, los dramaturgos obras con moraleja proletaria, y las películas del ICAIC parecían producidas por Mosfilm.
En los últimos años, cuando hablan del Quinquenio Gris (se niegan a aceptar que fue un decenio), lo califican como “un periodo infeliz”, se congratulan de que se haya salido del bache gracias a Armando Hart y la creación del Ministerio de Cultura, y dan por zanjado el asunto con la concesión del Premio Nacional de Literatura, como muestra de su rehabilitación, a varios de los represaliados de entonces, como Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández, César López y Lina de Feria.
Para que las culpas no caigan en el piso, achacan los “errores cometidos” a “la incapacidad de algunos funcionarios que malinterpretaron las orientaciones del Máximo Líder”. Sería muy bueno que explicaran cómo había entonces que interpretar el discurso del Comandante en Jefe en 1971, en la clausura del Primer Congreso de Educación y Cultura, que fue el preludio del Quinquenio Gris, cuando retiró el derecho a “las dos o tres ovejas descarriadas a seguir sembrando el veneno, la insidia y la intriga en la revolución”, lo cual estaba en plena consonancia con sus Palabras a los Intelectuales de diez años antes.
Tienen razón los sicarios del pensamiento oficial cuando afirman que Palabras a los Intelectuales y las políticas culturales resultantes de ellas sentaron los cimientos de la cultura cubana actual. Más de medio siglo de esas aberradas “políticas culturales”, que ahora pretenden remachar con el decreto 349, han generado una cultura de rebaño y un medio intelectual donde más allá de ciertas inocuas poses contestatarias imperan, como en el resto de la sociedad cubana, el miedo, la hipocresía, la simulación y el doble discurso.
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