jueves, 23 de julio de 2020

Los dólares mandan y el pánico crece.

Por Ana León.


La gente ha enloquecido aún más, si cabe, desde que se anunciara el viernes pasado una nueva segmentación en el mercado interno. La noticia de que a partir del lunes 20 comenzarían a operar tiendas para la venta de aseo y alimentos en dólares, ha provocado un frenesí de acaparamiento entre quienes han sorteado los embates de la crisis económica haciendo colas para comprar y revender los artículos más demandados.

Pasada la medianoche y burlando las rondas del carro patrullero, un grupo de coleros se disputa a gritos los primeros turnos para asegurar la mercancía del día siguiente. Esos cónclaves nocturnos, que solían ser discretos por miedo a la policía, ahora acontecen al borde de la riña tumultuaria porque son muchos los implicados y todos temen que la recaudación de moneda dura aseste el golpe final al comercio en CUC, dejando las tiendas desiertas.

El pánico se sustenta en un análisis lógico: si no hay dinero para importar, la producción nacional es insuficiente y lo que se vende en dólares está teniendo salida, el régimen no dudará en destinar mayor volumen de mercancía hacia esa línea de comercio, aunque sea en detrimento de las opciones más económicas y esgrimiendo cualquier justificación. Ya varios compradores en moneda libremente convertible (MLC) se han quejado de la ausencia de pollo y detergente entre los productos de “gama alta”, lo cual hace pensar que los artífices de la nueva “estrategia económica y social” intentarán satisfacer esa demanda a como dé lugar.

Los dólares mandan, el cubano sobrepasa su propio límite de estrés y todo sigue igual. En las calles la gente anda incómoda, aglomerándose desesperada como en los primeros días de la pandemia, antes que suspendieran el transporte público. Los residentes de municipios y barrios periféricos viajan a las zonas céntricas para comprar algo, aunque sea a sobreprecio. Familias enteras se aprietan durante horas junto a otros extraños en portales y contenes para alcanzar mayor cantidad de productos. Ya nadie quiere oír hablar de distanciamiento social ni población de riesgo ante la COVID-19. Los viejos están en la calle junto a las embarazadas que ya no cuentan con la solidaridad de la cola para comprar primero, sin importar lo avanzado de su gravidez.

A la gente le quedó muy claro el “sálvese quien pueda” implícito en el último discurso de Miguel Díaz-Canel. Lo demás fueron acusaciones, justificaciones y pataletas ante un Consejo de Ministros que lució más apático de lo normal. Nadie se explica de dónde salieron tantos bienes que llevaban meses desaparecidos, pues lo cierto es que a excepción de unos imponentes bloques de carne de res, las nuevas tiendas están vendiendo el mismo tomate frito, los jabones, el aceite, el queso Gouda y otros artículos que se comercializaban antes que fuera declarado el “período coyuntural”, en septiembre de 2019.

De gama alta, nada; a menos que por “gama” se refieran a precios. No se ha diversificado la oferta para los compradores en dólares. La estrategia ha sido retener mercancía para destinarla a una porción más rentable de consumidores, mientras el resto observa de lejos.

No tiene ningún sentido, entonces, seguir persiguiendo a los revendedores que hacen exactamente lo mismo que el Estado: acumular mercancía para venderla a sobreprecio. La diferencia es que al menos los revendedores dejan su esfuerzo en esa empresa que a muchos puede parecer abusiva, pero en la cual existe, incluso, margen para la negociación y el regateo. Los dirigentes cubanos, en cambio, planifican y deciden respecto del hambre colectiva desde sus oficinas y sin dejar de engordar. Luego hacen pública la “estrategia” sin darle mucha importancia al ciberchoteo y la incomodidad popular. A fin de cuentas la cosa no pasa de ahí.

Lo curioso es que con este segundo paso en la dolarización de la economía, el papel de los revendedores podría terminar siendo aceptado hasta por aquellos que los critican. Si resulta igualmente caro comprar los dólares en el mercado negro para abrir una cuenta bancaria que pagar un paquete de muslos de pollo a un colero, no tiene sentido quejarse de una actividad que, al igual que las tiendas en divisas, busca satisfacer la demanda de “los que pueden”.

Tres días después de iniciada la venta en MLC varias ferreterías ya están vacías. Similar destino correrán los productos comestibles y de aseo que mágicamente aparecieron para cubrir la demanda, a pesar de que la Ministra de Comercio Interior afirmó en Mesa Redonda que no había suficientes para vender por la cartilla de racionamiento y a precios liberados cuando el pueblo así lo solicitó, con el fin de evitar las aglomeraciones en medio del aumento de contagios por COVID-19.

Los cubanos presienten que las tiendas en CUC están en cuenta regresiva, y no les falta razón. Un país que tenía dificultades para abastecerse antes de la emergencia sanitaria -aún con la venta de electrodomésticos en dólares- terminará destruido por la estulticia de sus dirigentes en el contexto de una pandemia que ha hecho temblar economías desarrolladas. El régimen lo sabe, como sabe también que los golpes irán directo a ese pueblo que se ciñe como un exoesqueleto, para luego lamentarse ante la opinión internacional de heridas que no le pertenecen.

El pánico de quedar sin un respaldo monetario eficaz ha desatado la cacería de dólares en el mercado informal, donde ya se cotizan entre 1.20 y 1.50 CUC. Las estafas se han disparado en consecuencia, el valor de la moneda nacional sigue en picada y el temor de que el CUC sea devaluado en una movida relámpago para acelerar la unificación monetaria mantiene en vilo a los cubanos que saben, por experiencia, que la casta verde olivo no pierde jamás.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario