Haydée Santamaría se suicidó dos días después del 27 aniversario del asalto al cuartel Moncada.
Hace hoy 40 años Haydée Santamaría Cuadrado se suicidó.
Su inmolación ocurrió dos días después del 27 aniversario del asalto al cuartel Moncada. Aquel acto conmemorativo se realizó en la plaza que lleva el nombre de su hermano, Abel Santamaría, en la provincia Ciego de Ávila. Fue, además, el día del cumpleaños de Melba Hernández, la otra mujer que estaba vinculada a aquella acción.
La versión oficial dice que murió en la casa que compartía con sus hijos a consecuencia de un disparo en la cabeza realizado con una pistola. A pesar de estar considerada como una heroína y de ser miembro del Consejo de Estado y del Comité Central, sus restos no fueron velados como le correspondía en la Plaza de la Revolución, sino en una funeraria del Vedado en La Habana.
En el código político de los que mandan en Cuba los suicidas no merecen ser honrados, quizás por eso los que asistieron a su funeral compartieron la sensación de que estaban incurriendo en un acto de desobediencia.
La causa de su decisión se atribuye a que su salud física y mental estaba muy deteriorada y a que nunca había podido superar los traumas de haber perdido a su hermano y a su novio en aquella acción de Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953.
Su depresión, casi permanente, se vio afectada por lo ocurrido unos meses antes cuando la Embajada de Perú se vio tomada por más de 10.000 cubanos que ya no querían seguir viviendo en Cuba y luego más de 100.000 se embarcaron por el puerto del Mariel rumbo a Estados Unidos. Los tristemente célebres mítines de repudio en los que se humilló y maltrató a los inconformes deben de haberle parecido una atrocidad. Sus colegas de La Casa de las Américas, que ella presidía, notaban que pasaba semanas enteras sin acudir a su despacho.
Cuesta trabajo creer que en los últimos minutos de su vida Haydée Santamaría no quisiera dejar por escrito los profundos motivos de su dramática decisión. Resulta significativo que nunca nadie se ha atrevido a negar la existencia de una carta que, con toda seguridad, iba dirigida a Fidel Castro.
A los cubanos que tienen hoy menos de cincuenta años seguramente ya no les interesa conocer el contenido de una probable confesión de decepciones. Si apenas les importa saber algo de la vida de aquellas personas que se ilusionaron con una utopía, mucho menos los motivos que tuvieron para matarse. Qué más da, si hoy ya casi todo el mundo está decepcionado.
Ese desinterés, ese olvido, viene a ser como la segunda muerte que les espera a los que fundaron un proyecto sin futuro. Si algún día se desclasifica esa carta que nunca conocimos los que queríamos estar enterados de ella, no pasará de ser una curiosidad histórica... y solo han pasado cuarenta años.
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