Por César Leante.
Como Cuba vive de crisis en crisis (o mejor, en una crisis perpetua), treinta y dos años después de la de los misiles (octubre de 1962), tuvo lugar la de los balseros. Si bien venía goteando desde 1981, cuando se produjo la estampida de 125.000 cubanos por el pequeño puerto de Mariel, la gota se hizo otra vez torrente en julio de 19941. El 13 de ese mes (hacia las 2 de la madrugada) un viejo remolcador, el Trece de marzo, era abordado en la bahía de La Habana por unas setenta personas, entre las que había mujeres y niños. Desde que enfiló hacia la boca del puerto, el remolcador comenzó a ser seguido por un barco "bombero" -de los empleados para apagar incendios en el mar-, pues la fuga era conocida por la policía al haber introducido ésta espías entre el grupo que había planeado la huida del país. Es más, había llegado a oídos del propio Castro, y éste decidió dar un "escarmiento" ejemplar. Pudo haber abortado la operación deteniendo a los que pretendían fugarse o impidiéndoles que se embarcaran. Pero no lo hizo. Prefirió una acción que según sus cálculos pondría fin de una vez por todas a las salidas ilegales de Cuba mediante el robo de embarcaciones. Y dio la increíble orden de hundir aquel viejo barco con todos los pasajeros que llevaba dentro. Fue hundido por lanchas torpederas de la Marina de Guerra cubana, pereciendo cuarenta personas.
Pero ni siquiera este sanguinario escarmiento detuvo a los que querían escapar del país. Así, a menos de quince días del trágico suceso, el 26 de julio, fecha en que se conmemora a bombo y platillo el ataque al cuartel Moncada, "inicio de la revolución", un grupo de personas secuestró a punta de pistola una lancha de pasajeros de las que hacen la travesía entre La Habana y las cercanas poblaciones de Regla y Casablanca, en el lado opuesto de la bahía, y puso proa hacia EE.UU. En el secuestro murió un policía. Una semana más tarde, el 3 de agosto, otro grupo se apodderó de otra embarcación y se dirigió a la Florida. Antes de llegar a su destino, fue interceptada por un guardacostas norteamericano que ofreció a los pasajeros la posibilidad de pedir asilo en EE.UU. De ellos, 120 aceptaron, y la lancha raptada fue devuelta a Cuba.
Y así llegó el 5 de agosto, día en que se produciría un acontecimiento inconcebible hasta entonces en Cuba: la primera manifestación anticastrista en 35 años de dictadura. "Radio Bemba", esto es, el rumor popular, había comenzado a propalar que ese día sería secuestrada otra lancha y cientos de "pasajeros" se acumularon en los muelles de Luz y de Caballería -lugares desde donde salen las embarcaciones de transporte público para cruzar la bahía y llegar a Regla o a Casablanca-, con la esperanza de abordarla o abordarlas caso de ser más de una. Desde el secuestro anterior de las dos lanchas, la policía registraba minuciosamente a todos los viajeros, por lo que había que hacer colas interminables para atravesar la bahía. La gente incluso dormía en el paseo de la Alameda de Paula y en los parques aledaños para acceder de mañana a los muelles, pues durante la noche se interrumpía el servicio. Pero ese día, 5 de agosto, la concentración era multitudinaria. Millares y millares de personas cubrían los Elevados (puentes de hierro sobre los que circulan los trenes de carga) de la flota pesquera, las explanadas de los embarcaderos y la Avenida del Puerto hasta la entrada del túnel (que pasa por debajo del mar en la desembocadura de la bahía). Tan compacta era la muchedumbre que no se podía circular en bicicleta (medio de transporte casi único de los habaneros). Encima del muro del malecón se apiñaban jóvenes con patas de ranas dispuestos a tirarse al mar a la menor ocasión.
Aquella gigantesca afluencia de gente se debía también a que había "corrido la bola" de que ese día llegarían embarcaciones de la Florida a rescatar a fami liares cubanos, como había ocurrido con el Mariel. Alertada, la policía vigilaba en camiones Sil soviéticos y frente a la aduana había paneles con guardias vestidos de civil. "Irónicamente -cuenta un testigo- pusieron dos o tres pipas para vender refrescos (agua con algún edulcorante), pues había personas que ya llevaban varios días allí durmiendo a la intemperie". Como pasaban las horas y nada ocurría, en su desesperación la gente abordó un remolcador atracado frente al ministerio de la Marina de Guerra. Mas el barco no tenía motor y tuvieron que abandonarlo. La policía cargó entonces contra los asaltantes del barco y comenzó a golpearlos. Pero, por primera vez, la gente no se arredró ni se dispersó sino que, por el contrario, se enfrentó a la policía y ésta tuvo que retirarse. Luego, sin que hubiera habido organización previa, sin ser dirigida por nadie, espontáneamente, la multitud marchó primero por la Avenida del Puerto, en la vieja Habana, y después por el Malecón.
Gritaban consignas contra el comunismo, contra el gobierno, contra Castro, y se decían entre sí "Se jodió esto", "Ahora sí ya se acabó el socialismo", "Se cayó Fidel", pero sobre todo coreaban a voz en cuello "¡Libertad! ¡Libertad!" Al pasar frente al Palacio del Turismo, en la Avenida del Puerto y la calle Cuba, comenzaron a "caerle" pedradas a las "guagua s" de turismo, objeto de su furia porque el turismo marcaba la diferencia entre una vida privilegiada y la miserable que ellos llevaban. En el camino se les unían más y más personas, que de espectadoras pasaban a ser manifestantes también. Seguramente en sus mentes y en sus corazones estaban presentes las manifestaciones multitudinarias que no mucho tiempo atrás habían barrido los regímenes comunistas de la Europa del Este. Quizás ellos podían hacer lo mismo, quizás ellos, manifestándose así, masivamente, podrían derrocar también a la dictadura castrista, que al cabo era una dictadura más. Si otras naciones lo habían conseguido, ¿por qué ellos no? Y continuaban avanzando por la ancha avenida del Malecón, con el mar a su derecha y a la izquierda otro mar de ventanas y balcones que se abrían y poblaban de gentes atónitas o solidarias que los veían pasar. En la bocacalle de Galiano estaba el hotel Deauville y los manifestantes rompieron sus vidrieras a pedradas. Otro tanto hicieron con las tiendas "dólar", enclavadas en los alrededores y en otras calles, pues la "despenalización" del dólar había traído un aumento considerable de las desigualdades entre los que tenían dólares y los que no. Había rabia en el pueblo por ello.
Al llegar al parque Maceo, donde se alza la estatua del libertador mulato de Cuba, y donde en la época de la dic tadura de Batista los estudiantes se congregaban para marchar, por ese mismo Malecón o por la aledaña calle de San Lázaro, hacia el Palacio Presidencial, o ya aquí se enfrentaban a la gendarmería batistiana; aquí, donde un héroe muy popular de la revolución, Camilo Cienfuegos, fue herido por primera vez en su vida, chocaron los actuales manifestantes con la policía castrista. No disparó ésta a matar, pero sí cargó contra la multitud con porras, cabillas, tubos y otros objetos contundentes. No empleó sólo el gobierno a su policía, sino sobre todo a su mafia parapolicial, las denominadas Brigadas de Respuesta Rápida, que no son otra cosa que militares vestidos de paisano, una especie de SS nazi disfrazada de organización ciudadana. Los manifestantes se dispersaron entonces por esa zona central de La Habana, por las calles Belascoaín, la mencionada San Lázaro, Neptuno, el barrio de Colón, lanzando los mismos gritos contra la tiranía, pidiendo libertad y, como hemos visto, rompiendo algunas vidrieras de hoteles y de tiendas especiales para turistas. Pero 35 años atrás, el 1 de enero de 1959, algunos habaneros habían hecho lo mismo para acabar con los salones de juego que había en esos hoteles de lujo. Antes destruían el vicio, ahora en lugar de privilegios, un sitio turístico que los ofendía y humillaba. Como antaño, se trataba de un desagravio, o si se quiere una venganza.
La improvisada protesta llegaría a miles de manifestantes hacia el mediodía. Esta es la cantidad que dan The New York Times y France Press, pues la agencia oficial de noticias cubana Prensa Latina los calcula en unos cientos. Miles o cientos, lo real es que por primera vez en 35 años de castrismo se producía un acto de rebelión, ya que el único conato que hubo antes fue durante el episodio de la embajada del Perú, cuando una noche un grupo de ciudadanos avanzó por la bella Quinta Avenida de Miramar gritando "¡Abajo Fidel!" Pero entonces fue sólo un pequeño incidente aislado. Ahora se trataba de una manifestación en toda regla, como si el volcán que era -y sigue siendo- Cuba, hubiera por fin hecho erupción.
Un testigo presidencial me refirió lo siguiente: "Empiezo a subir por Lealtad y cuando llego a Neptuno, lo mismo. Estaban acabando con todas las tiendas área dólar de la zona. Lo único que escuchaba era una gran algarabía, ruidos de cristales rotos y gritos de ¡Libertad! y ¡Abajo Fidel! Sigo subiendo y llego al cuartel (estación de policía) de Zanja. Ahí estaban concentrados y a toda la policía se le veía temerosa. Muchos tienen parientes o viven en la zona del conflicto. Tenían bloqueada la calle. Uno parado al lado del otro con armas largas AKM, temiendo que la gente pudiera acercarse a la estaciC3n y lanzar cócteles molotov o piedras. Y se escuchaban gritos de candela, hay que darle candela a toda la Habana.
"En toda la zona del conflicto: los muelles, la Habana vieja y centro Habana, de Reina hasta el Malecón, y desde la Avenida del Puerto hasta Belascoaín, las calles estaban bloqueadas para los turistas con tanques de basura. Más de cien mil personas deben haber participado, aunque activamente sólo un 10 ó un 20%. Todas las cuadras se encontraban repletas de gente y para las 5 ó 6 de la tarde ya Fidel tenía controlada la situación con un despliegue inmenso de policías, tropas especiales, ejército, milicianos y contingentes. Durante varios días fue un mar de uniformes azules. Toda la zona estaba sitiada."
A la rebeldía sucedió la represión. Y, para darle legitimidad, Fidel Castro se presentó, horas después, en el lugar de los hechos. Según dijo, venía a recibir también su cuota de "balas y piedras". Recorrió algunas calles hasta el castillo de La Punta, al final del Paseo del Prado, y para la prensa, sobre todo extranjera, sin que le vacilara la vergüenza, dijo: "Lo importante es que el pueblo está librando esta batalla y por eso yo estoy junto al pueblo". Era el pueblo el que se había rebelado contra él, pero él, con esa capacidad para la demagogia que tiene , invertía los términos. No era de extrañar en "el gobernante más mentiroso del mundo", como lo había calificado Gorbachov.
En el enfrentamiento con las fuerzas represivas, había habido algunas decenas de heridos -no graves, y tampoco había habido muertos- y otras decenas de detenidos. Pero a la noche de ese día 5 de agosto de 1994 se desató la represión. Y se desató precisamente en circunscripciones populares de la ciudad. En el barrio de Colón, por ejemplo, fueron sacadas de sus casas personas sospechosas de haber participado en la manifestación o de haberse mostrado solidarias con ella. Para esta labor de delación apeló a los tristes Comités de Defensa de la Revolución, que denunciaron a participantes y simpatizantes de la revuelta. En un alarde de poder, componentes de las Brigadas de Respuesta Rápida, de los CDR y miembros de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y, cómo no, policías con vestimentas civiles, capitaneados por el secretario general de la UJC, Juan Contino, efectuaron a la tarde una contramarcha por las mismas calles y lugares que los manifestantes habían transitado por la mañana, vociferando contra los "traidores", "vendepatrias" y "contrarrevolucionarios" y a favor de Fidel y la revolución. El corresponsal de El País, Mauricio Vicent, relataba así la airada respuesta castrista a la manifestación: "... el malecón y las calles de La Habana se llenaron de gente que, desplazada en autobuses y camiones por las organizaciones de masas cubanas o llegadas de centros de trabajo cercanos, recorrió la ciudad coreando consignas a favor de la revolución e insultando y agrediendo a quienes se manifestasen contra el Gobierno [énfasis mío]". Y en otro momento de su crónica: "... grupos de civiles armados con palos y tubos de metal, la mayoría miembros de los Destacamentos de Respuesta Rápida, recorrían las calles coreando consignas a favor de Fidel Castro".
Y en una noche que el periodista llama "caliente", barriadas populares como San Leopoldo y Cayo Hueso, que para la policía eran "problemáticas", "... fueron tomadas por tropas especiales armadas con fusiles, ametralladoras y pequeñas tanquetas". Por su parte, las turbas castristas estuvieron gritando y amenazando hasta la madrugada y no sólo "golpearon a aquellos que se manifestaron contra la revolución" (de nuevo el corresponsal de El País), sino también a los que "miraron mal a los manifestantes favorables a Castro". En realidad, más que una noche caliente parece haber sido una noche "de las cabillas de hierro", versión castrista de "la noche de los cuchillos largos" protagonizada por los nazis en Alemania en 1934. Y es que todos los fascismos se parecen y se calcan a sí mismos, aunque se llamen comunistas.
Pe rsonalmente, mi testigo puede contar esta anécdota sobre la represión: "Tuve un amigo que cayó preso por andar curioseando el 5 de agosto. Lo tuvieron preso una semana en la estación de policía que está al lado de la Oficina de Intereses Americana. Sin aseo personal, marchando desde que salía el sol hasta que se ponía en el patio, cantando el himno nacional y el del 26 de julio, y gritando consignas revolucionarias y dando vivas a la revolución y a Fidel. Desde que salió (de la estación) andaba con un pulóver con la foto del Che Guevara. Dice que no quería más problemas".
¿Por qué fracasó este brote de rebeldía, por qué no prosperó, por qué se extinguió tan velozmente? En primer lugar, por su espontaneidad, porque no tuvo la menor organización, ninguna dirección. Nació producto de una frustración (no poder irse del país) y de la rabia contra un abuso (la paliza que la policía intentó propinarle a los que se habían apoderado del remolcador sin motor). Esos fueron los detonantes; no hubo otros, como quiso hacer creer el gobierno y el propio Castro, quien declaró que la manifestación había sido "organizada". De haberlo sido, de haber estado preparada o coordinada él no habría podido reprimirla tan fácilmente, no la hubiese aplastado en un solo día. Otro hecho que contribuyó a su liquidación fue=2 0que no pudiera extenderse a otros barrios debido al aislamiento en que vive la población habanera y cubana en general. Como todos los medios de comunicación están controlados por el gobierno, éstos no dijeron ni una palabra de lo que estaba ocurriendo en el área central de la capital, no informaron en absoluto de las manifestaciones. Los habitantes de Miramar, por ejemplo (según me cuenta mi testigo) ignoraban lo que había ocurrido (o estaba ocurriendo) del otro lado de la ciudad, más allá del río Almendares. Y lo mismo les pasaría a los pobladores de la Víbora, el Cerro, Luyanó, no digamos a los de los "ultramarinos" pueblos de Regla y Guanabacoa. En una ciudad donde no hay transporte público vivir en distintos barrios es como vivir en países diferentes. Esto hizo que la protesta del 5 de agosto no se extendiera y benefició a Castro en su aplastamiento.
Pero hay un detalle interesante en esta ola de barbarie oficial: si hubo golpeados después de la manifestación es porque aún después de ocurrida hubo quienes se atrevieron a pronunciarse contra el gobierno o a mirar con desprecio a sus tropas de choque. Mi testigo me cuenta que "el día 19 de agosto, un día antes de lanzarme al mar, desde una azotea destruyeron los techos y parabrisas de dos autos estatales de una empresa sita en Aguiar y Obrapía".
Luego de aquel alarde de prepotencia callejera, Fidel Castro hizo funcionar rápidamente su válvula de escape. Por miedo a un nuevo brote de violencia, producido por la inconformidad reinante en el país, reprodujo lo que había hecho en 1981: permitir un éxodo masivo de cubanos, como el de Mariel, no obstante el enorme descrédito político que le acarrearía. Mil veces prefiere una mala imagen al peligro de una sublevación. Después de todo él no confiaba en ninguna ética -ni política ni moral- sino en las balas de sus fusiles. Y a la revuelta sucedió la fuga de miles de cubanos hacia EE.UU. en las más precarias embarcaciones que concebirse pueda: las balsas.
La revuelta contra Castro y los balseros: he aquí dos signos transparentes de la descomposición del régimen. Y aunque el primero, la revueelta, fue neutralizado por la represión y la subsiguiente fuga de los balseros, aquel hecho probó una cosa: que era posible la rebeldía, que se podían recorrer las calles de La Habana gritando consignas contra Fidel Castro y su fatal sistema. Por eso no es ocioso concluir este artículo suscribiendo el encendido mensaje que Mario Vargas Llosa dirigió a los millares de cubanos que el 5 de agosto de 1994 produjeron la primera rebelión popular contra Castro: "Estuvimos allí -escribía el escritor en su artículo no gratuitamente titulado '¡Con u stedes!'-, bajo el sol ígneo, desfilando y gritando en el Muelle de Luz, en el Castillo de la Fuerza, en el Malecón, salpicados por el agua de mar, gritando y desfilando, y enfrentando también nuestros puños a los palos y fierros de los matones y a las pistolas y metralletas de los centuriones y coreando también ¡Libertad! ¡Libertad! Hasta perder la voz en las barbas del tirano".
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