Eusebio Leal.
La muerte a los 77 años del Historiador de La Habana Eusebio Leal tras una larga batalla contra el cáncer ha provocado un sinfín de lamentaciones. Hay lamentos y ditirambos de altos personeros del régimen -que era de esperarse- y también, en las redes sociales, tristeza en los comentarios de muchas personas, incluso no simpatizantes del castrismo, bien intencionadas, a las que les preocupa qué va a ser de la capital cubana ahora que no estará Leal.
A esas personas lamento decirles que la ciudad, ante la desidia de las autoridades, se seguirá derrumbando. Como se derrumbaban en vida de Leal, más allá de los límites de su preciado y embellecido casco histórico, las edificaciones en Centro Habana, El Cerro o Diez de Octubre.
El pasado 27 de enero murieron tres niñas aplastadas por un balcón que se derrumbó en el barrio de Jesús María. Hace solo unos días, una mujer del Cerro murió a consecuencia de las lesiones recibidas tras caerle encima el techo de su vivienda y un empleado de Servicios Comunales resultó seriamente herido cuando se desplomó la pared de un edificio apuntalado de la calle Belascoaín convertido en un vertedero de basura.
Sucesos trágicos como estos vienen ocurriendo desde hace décadas, cuando Eusebio Leal, que aún gozaba de buena salud, estaba demasiado ocupado en la restauración de monumentos y edificaciones de interés histórico y velando por la administración de la empresa Habaguanex -los militares lo desplazaron de allí en cuanto enfermó- y los ingresos en divisas del turismo.
Eusebio Leal mostró preocupación por el deterioro de La Habana, pero, en la práctica, su interés y sus esfuerzos se centraron en el sector de interés histórico -y turístico- de la Habana Vieja, ese trozo de la capital cubana que consiguió fuese declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Allí Eusebio Leal montó una Habana Vieja para vender y recaudar moneda dura de los turistas. Una Habana Vieja casi virtual, sepia o en technicolor, a gusto del cliente. Como un grabado de Landaluze. Falso folklore de postal turística. Un tinglado para atrapar incautos. Mezquita y catedral ortodoxa casi sin feligreses. Un jardín-cementerio para ricos, con tierra de varios colores, a la sombra de un convento. Y previo pago de licencias a la Oficina del Historiador hay personajes costumbristas: ancianos barbudos, vestidos de verde olivo, impersonators de Fidel Castro, y cartománticas de utilería con atuendos decimonónicos.
Una Habana con Cohíba, mojitos, Cuba Libres, música de Compay Segundo y tiendas con precios del Primer Mundo. Y también boinas guerrilleras con la estrella roja, carteles y camisetas con el rostro ferozmente soñador de Che Guevara.
Una pintoresca estafa a sólo metros de La Habana profunda, la real. La que habla a gritos y palabrotas. La ciudad que, además del olor a ron y lechón asado de los restaurantes, apesta a mierda, sudor y basura sin recoger. La de los edificios apuntalados, las cuarterías, las calles con baches, los salideros de aguas albañales. Y los marginales, los desventurados y la policía por doquier.
En su cuenta de Twitter, el presidente Miguel Díaz-Canel afirmó que Eusebio Leal “salvó La Habana por encargo de Fidel”. En realidad, la parte de La Habana que salvó Leal fue a pesar de Fidel. Si del máximo líder hubiese dependido, la habría demolido para construir toscos edificios prefabricados, al estilo soviético o yugoslavo, como los que hay en Alamar, San Agustín o el Reparto Eléctrico. No se puede negar a Leal el mérito de haber intercedido para conseguir que se restaurara y conservara y no fuera arrasada la parte antigua de la ciudad.
No debe haber sido fácil para Leal, una rara avis entre el funcionariado comunista que ni en los peores momentos del ateísmo de estado negó que era católico, arreglárselas para ser, simultáneamente, el Historiador de la Ciudad que sustituyó a Emilio Roig de Leushering y un ducho empresario y diputado de la Asamblea Nacional.
De algún episodio triste también formó parte, porque su firma quedó marcada en la declaración de apoyo al fusilamiento de los tres jóvenes cubanos que secuestraron la lanchita de Regla por aquel ya lejano 2003.
Tal vez a las peripecias para hacer compaginar todo eso se refería Leal cuando en el año 2008, en el VII Congreso de la UNEAC, al concluir su discurso, como el abate Sieyés, exclamó: “¡Yo sobreviví!”.
Recordemos que Emmanuel Joseph Sieyés se las arregló para estar en los Estados Generales, la Convención, el Directorio, el Consulado y el Senado de Napoleón Bonaparte, y siempre libró su pescuezo de la guillotina.
Eusebio Leal fue un fiel alabardero del castrismo, pero en descargo suyo hay que decir, eso sí, que era el más culto de los contadísimos funcionarios cultos del régimen, y que, hasta sus últimos momentos, trabajó incansablemente al frente de la Oficina del Historiador de la Ciudad, como atestiguan los que laboraron bajo su dirección.
Puedo entender a los que se preocupan por el destino de La Habana después de Eusebio Leal. En el castrismo siempre todo puede ser peor. El sustituto de Leal, que jamás tendrá su erudición, probablemente será un panzón vividor, de discurso barato, escudado tras “el bloqueo y la falta de recursos”. Y la ciudad se seguirá cayendo. Cómo no. ¡Si se caía con Leal!
¡Cómo me gusta éste periodista! En éste artículo tiene más razón que un santo. Hay que hacer tábula rasa.
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