Por René Gómez Manzano.
Como es lógico, esa enrevesada innovación lingüística servirá a los plumíferos del régimen para caracterizar a las nuevas tiendas que venden en divisas extranjeras. Y esto, en un “país de trabajadores”, en el que estos últimos cobran salarios miserables en una moneda de ínfimo valor, que no es aceptada en esos nuevos comercios.
Este invento idiomático constituirá un elemento más del flamante “Plan de Enfrentamiento a las Ilegalidades”, proclamado en los últimos días por la alta jerarquía del régimen. Este Plan, según quienes lo diseñaron, constará de “166 acciones” aplicables a “2976 centros comerciales” por parte de “3054 grupos de enfrentamiento”, los que ejecutarán “361 planes de acciones”. Más claro, ni el agua…
Todas estas cifras incomprensibles y la andanada propagandística que en días recientes ha orquestado y ejecutado el tenebroso Departamento Ideológico del Comité Central del único partido, persiguen un solo objetivo: Imprimir en el cerebro de los cubanos de a pie que la jerarquía del régimen sólo desea lo mejor para ellos; que las muchas calamidades que ellos sufren sólo pueden achacarlas al “criminal bloqueo yanqui” o, en fechas más cercanas, a “los insensibles coleros, acaparadores y revendedores”.
En la nueva arremetida de agitación, a este grupo humano le ha tocado, en días recientes, desempeñar el papel de lo que en Cuba se denomina “El Coco”, y que en otras zonas de nuestro mismo espacio lingüístico se conoce como “El hombre del saco”. Es decir, un ser malvado que es el único ejecutor de todo lo que de malo y canallesco pueda existir en este mundo.
Frente a esto, el primer ministro Manuel Marrero, dirigiéndose a las nuevas fuerzas parapoliciales, pronuncia discursos en los que asume el papel de un personaje bondadoso: “Actuar sin excesos, ajustado a las normas establecidas. Al bueno, aconsejarlo; al medio bueno, neutralizarlo; y al malo, al que no acate, tratarlo con firmeza”. Bellas palabras. Pero si la acción estatal va a centrarse en la profilaxis e instrucción social, ¿entonces cómo se explica este titular que precedió al discurso del Jefe de Gobierno!: “Sancionados en Cuba 1285 coleros desde el inicio de la pandemia de COVID-19”.
La nueva arremetida represiva del régimen cuenta ya hasta con la consabida “Lista Negra”: Según la vicegobernadora de La Habana, Yanet Hernández Pérez, en la ofensiva oficialista “la PNR colaboró con el aporte de una lista de 2075 personas que están procesadas por acaparamiento y reventa de productos, lo cual facilitó el trabajo con el escaneo de los carnés de identidad en las colas y la detección de personas que ya se hallaban en esa lista”.
O sea: que quienes figuren en la aludida relación pudieran repetir la frase del Dante: “Abandonad toda esperanza”… Pero las noticias más recientes no se circunscriben al manido tema de los coleros, acaparadores y revendedores.
Este viernes, el Granma, aunque en página interior, anuncia que se implantará un nuevo sistema para la venta de fósforos. Según Cubadebate, pasará de “normado a liberado regulado”. Para quienes no conozcan la jerga castrista, aclaro que esa acumulación de participios quiere decir que ese elemental producto no se venderá ya “por la libreta”, sino “por la libre”, pero con límites en el número de cajetillas que puede comprar cada usuario.
El cubano de a pie no sabe qué pensar ante esa nueva medida: ¿Ella será para bien o para mal? Aunque a menudo pasaban meses sin que llegara la cuota de fósforos, al menos se suponía que su abastecimiento estuviese garantizado. Ahora se libera su venta, y se fija como precio el mismo que imperaba en el mercado informal (en las raras ocasiones en que aparecía allí ese artículo): un peso por cajetilla.
En el ínterin, nada menos que el Jefe del Estado, en uno de sus discursos del pasado julio, anunció a bombo y platillo que en ese propio mes y en el actual de agosto, a cada consumidor se le asignarán dos libras de arroz y seis onzas de frijoles en adición a la magra cuota que tenemos asignada cada uno de los habitantes de este “paraíso caribeño”.
No satisfecho con explicitar esa adición miserable, el Jefe del Estado se explayó: “Aquí se le dan las cinco libras de arroz por la canasta lo mismo al campesino, que al que tiene una paladar, que al que vive en una ciudad y trabaja por el Estado”. Y, sintiéndose desafiante y por lo visto harto satisfecho de esa distribución propia de indigentes, emplazó muy orondo a sus partidarios y detractores: “¡Díganme en qué país del mundo se viven esas cosas!”.
Mucho será lo que podrán escribir sobre el particular, tanto en el Granma o Juventud Rebelde como en cada uno de los periodiquitos provinciales. Pero todas las toneladas de tinta empleadas en la actual campaña propagandística pueden rebatirse con un solo planteamiento.
Y no importa que en esos trabajos de agitación se aborden los temas de las tiendas en divisas convertibles, los coleros, las brigadas encargadas de hacerles frente o las ínfimas cuotas del racionamiento cubano. Es verdad que los mismos castristas, con las políticas torpes que diseñaron y ejecutaron a lo largo de estos 61 años, han sido los que han conducido a la desdichada Cuba a la situación caótica en que ella se encuentra sumida hoy.
Pero no es menos cierto que la labor a la que se enfrentan ahora mismo Díaz-Canel y su equipo es de las más ingratas y difíciles que quepa concebir; una verdadera “misión imposible”: La de repartir la miseria.
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