Por Jorge Olivera Castillo.
Cola en una parada de La Habana.
Estoy a punto de convencerme que el remendado socialismo cubano tampoco se derrumbará este año, más allá de sus habituales torpezas y desvaríos.
La certeza de que el modelo de un solo partido y economía centralizada -implantado por Fidel Castro y sus secuaces- no tiene los días contados viene dada por los espaciosos márgenes de resignación que todavía prevalecen en el cubano de a pie, la impunidad de los cuerpos represivos y, por otro lado, el inalterable posicionamiento de buena parte de la comunidad internacional, incluida la Unión Europea y el sistema de las Naciones Unidas. Ambos organismos manifiestan una suerte de simpatía, con evidentes signos de incondicionalidad, hacia la élite militar que, en vez de gobernar, esquilma y aterroriza a nombre de un supuesto ideal de justicia social, soberanía y libertades.
Hasta ahora, el sacrificio demostrado por un creciente número de personas frente al despotismo del poder con su caterva de verdugos y cómplices -sin olvidar todas las consecuencias que se derivan de tales actitudes- no logra sobrepasar los límites de lo simbólico.
Ciertamente, hay un crecimiento y diversificación de la beligerancia, sin embargo, el común denominador que subyace entre la población tiene que ver con la pasividad y las puntuales adaptaciones.
No importan los niveles de necesidad -que incluyen, literalmente, el hambre o la flagrante violación de uno o varios derechos ciudadanos-, la elección final es el silencio, a menudo acompañado de acciones mediante las cuales ganarse algunas ventajas, casi siempre marginales, pero útiles en un escenario marcado por la miseria. Esto comprende vigilar al vecino o sumarse voluntariamente a un acto de repudio frente a la casa de cualquier opositor. El objetivo es tratar de sobrevivir a toda costa sin que importe la complicidad en hacerle la vida imposible al otro.
El colaboracionismo de la mayoría de los cubanos que viven al interior de la Isla -sea espontáneo o utilitario- con las diferentes estructuras del poder es una realidad incuestionable que obliga a reconsiderar, una y otra vez, las posibilidades reales de alcanzar la emancipación del yugo totalitario en un plazo relativamente corto. Mientras no se altere lo suficiente ese tejido social moldeado por el miedo y la impudicia es bien complicado avanzar de manera sostenida y firme por el camino hacia la libertad.
No abordo tal asunto desde la experiencia ajena. Lo hago a partir de vivencias personales que me ayudan a comprender las razones de una lucha que se prolonga en el tiempo sin indicios de una compensación al sacrificio de cientos de muertos, miles de desterrados y presos políticos y de personas que se mantienen imperturbables ante las arremetidas de los represores.
Es triste ver la falta de solidaridad ante los atropellos que han circulado en las redes sociales. A los arrestos arbitrarios y las palizas en la vía pública puede que no le falten miradas de asombro, exclamaciones de censura y teléfonos móviles filmando, pero difícilmente se aprecie una respuesta contundente contra los esbirros. Puedo dar fe de ese patrón de conducta que desafortunadamente se repite mostrando cuales son los códigos de una existencia, ajustada al sálvese el que pueda.
En el ámbito externo, las cosas no van mejor. La Europa comunitaria se regocija en el disimulo y la connivencia con la casta verde olivo. El bloque defiende un diálogo sin resultados sobre derechos humanos y descarta calificar a Cuba como una dictadura.
No se quedan atrás sectores importantes del establishment estadounidense que claman por un acercamiento sin condiciones, a la vez que exigen el cese inmediato del embargo y omiten las anomalías en el ámbito de los derechos fundamentales.
Por si fuera poco, las Naciones Unidas cierran el círculo de la legitimación a un régimen que no se somete a elecciones, viola su propia Constitución y persigue y encarcela a sus críticos. Cuba cuenta con un amplio respaldo en este organismo mundial, al ser miembro pleno de varias instancias, entre las que se cuentan la Unesco y el Consejo de Derechos Humanos.
En vista a todo este entramado de complicidades, indolencias y acomodos, fronteras adentro y allende los mares, es lógico estimar que, al socialismo criollo, con sus profundas grietas económicas y el azote del coronavirus, aún le queda combustible para proseguir rumbo a no se sabe que puerto de la historia. Esto no es un llamado a la rendición ni una oda al pesimismo. Se trata de amargas realidades. Hechos incontrastables que duelen en el alma.
0 comments:
Publicar un comentario