Por Luis Cino.
Libreta de abastecimiento.
Un día como hoy, 19 de marzo, pero de 1962, los cubanos amanecimos con el anuncio oficial de que, a partir de ese momento, y por el tiempo que la situación del país lo requiriese, los alimentos se venderían de forma racionada.
La Libreta de Abastecimiento de Productos Alimenticios, como eufemísticamente denominaron al documento que entregaron a cada familia para poder comprar en las bodegas, era la versión castrista de las cartillas de racionamiento que existieron en la Unión Soviética y sus países satélites tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Se sumaría poco después una escuálida Libreta de Productos Industriales para adquirir -a veces teniendo que escoger entre una cosa u otra- ropa y zapatos. También servía para adquirir los pocos efectos electrodomésticos que hubiese y, una vez al año, los juguetes para los niños.
En Cuba, salvo la insurgencia manigüera que derrocó al régimen de Batista y, posteriormente, la invasión de Bahía de Cochinos y los focos de alzados anticastristas en las lomas del Escambray, no hubo una guerra prolongada y destructiva que justificara el racionamiento. Pero el régimen alegó que el desabastecimiento que se empezaba a padecer era debido al “bloqueo y la guerra económica a que era sometida Cuba por parte del gobierno norteamericano y la contrarrevolución”, y que racionar los alimentos era la única forma de impedir el acaparamiento y la especulación.
Lo que nadie pudo imaginar fue que aquel racionamiento, anunciado como una medida provisional que duraría a lo sumo unos pocos años para dar paso a la abundancia prometida por el Máximo Líder en el paradisíaco futuro, se prolongaría, y de mucha peor forma, por más de medio siglo, hasta nuestros días.
Y es que, en la Cuba castrista, siempre todo puede ser peor. Luego de la relativa bonanza de los años 80, resultado de la integración de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), sobrevino, con el derrumbe del bloque soviético, el Periodo Especial. Entonces, de la Libreta de Abastecimiento, cuyas páginas se vieron drásticamente reducidas, desaparecieron más de la mitad de los productos ofertados.
Así -y hasta hoy- desaparecieron productos como la carne de res y la leche condensada, por solo citar ejemplos. La leche en polvo desde entonces solo es para niños menores de siete años y enfermos cuya dieta la requiera. Eso, a pesar de que Fidel Castro anunció en los años setenta que Cuba, gracias a los experimentos ganaderos que se le ocurrían, produciría más leche que Holanda, tanta que alcanzaría para llenar la bahía de La Habana. Tampoco se quedó atrás su hermano Raúl, quien, en su discurso del 26 de julio de 2007, prometió que todos los cubanos, , en breve tiempo, podrían disponer diariamente de un vaso de leche.
Lo que se puede adquirir por la libreta -y que malamente alcanza para malcomer durante diez días- quedó reducido a unas pocas libras de arroz, frijoles, azúcar, un frasco de aceite por persona cada dos meses y, una vez al mes, pollo, huevos, picadillo, jamonada -que hay que ir rápido a buscarla a la carnicería porque generalmente está falta de refrigeración y se pudre-. Ah, y un panecillo diario por persona, de pésima calidad.
En medio de la crisis originada por la pandemia, a los mandamases se les ocurrió implementar un ordenamiento económico que ha disparado varias veces los precios y que amenaza con provocar una inflación de cataclismo. Con el sector privado al punto de la asfixia y una agricultura arruinada por caprichosas políticas antieconómicas que recuerdan el comunismo de guerra bolchevique, hoy hasta lo más elemental escasea.
Mientras crecen las colas tumultuosas vigiladas por la policía, los mandamases, casi todos bastante pasaditos de libras, siguen culpando al bloqueo y a los revendedores de la escasez, haciendo promesas de un futuro de prosperidad y hablando de sobrecumplimientos productivos que solo existen en el periódico Granma y el Noticiero de Televisión (NTV).
Tan miserable se han vuelto nuestras vidas que la mayoría de los cubanos, ante lo cara y escasa que está la comida –la cuota mensual de una persona no baja de los 120 pesos- y la imposibilidad de comprar en las tiendas en dólares, temen el momento en que los mandamases decidan quitar, como han insinuado varias veces, la Libreta de Abastecimiento.
Mientras nos volvemos a apretar el cinturón, pensamos en qué encontraremos para cocinar mañana y seguimos contando el dinero, sacando la cuenta que no da (no hay modo de que dé con esa desproporción brutal entre los salarios y los precios). Ahora nos parecen de una idílica abundancia los tiempos del racionamiento que se iniciaba y que, el 19 de junio de 1962, sacó de quicio a una multitud de pobladores de Cárdenas, haciéndolos lanzarse a las calles y sonar los calderos para protestar por la implantación de la Libreta.
0 comments:
Publicar un comentario