jueves, 11 de marzo de 2021

Remesas, cinismo y acomodos.

Por Jorge Olivera Castillo.

A pesar de la pandemia de COVID-19, los cubanos han tenido que mantenerse haciendo colas para comprar alimentos básicos

La emblemática tienda La Época, ubicada en el corazón del municipio de Centro Habana, reabrió sus puertas recientemente bajo la modalidad de compra con tarjetas magnéticas, las cuales tienen que ser cargadas en dólares o euros. Pese a esa particularidad, que debería limitar el acceso de la mayoría de la población -a juzgar por los desvalorizados salarios en pesos cubanos que reciben los trabajadores en la Isla-, las largas colas comenzaron desde la apertura del centro comercial.

Se trata de un fenómeno a ver en el resto de las entidades que funcionan bajo la citada modalidad de pago, lo cual evidencia que el flujo de moneda dura puede haber disminuido a causa de la crisis económica internacional provocada por el coronavirus, pero no al punto de suscitar una caída abrupta en la capacidad de adquirir productos para el consumo o la reventa.

En teoría, no debían existir tales aglomeraciones en las afueras de la red de centros comerciales que expenden productos en divisas. Sin embargo, el pugilato para llegar a las estanterías es una realidad que se impone por encima de visiones a la postre superficiales o limitadas sobre un asunto con enormes complejidades.

Ciertamente, la ingeniosidad del cubano vuelve a la palestra en el marco de otra crisis, ahora matizada por un mayor número de personas asentadas en otras regiones del mundo que envían, en la medida de sus posibilidades, alguna partida monetaria a sus allegados.

Se trata de un esquema muy bien perfilado por los manganzones de la nomenclatura y su séquito de colaboradores. Provocar la salida masiva de personas hacia otras latitudes para convertirlas en parte del instrumental que se usa en el sellamiento de las grietas de la disfuncionalidad sistémica del modelo económico ha sido una estrategia mantenida a lo largo de los años. Son varios miles de millones que llegan a las arcas públicas en forma de remesas. Una recaudación multimillonaria sin invertir un centavo y que contribuye a perpetuar un estatus quo fundamentado en la sospecha mutua, las ilegalidades, el parasitismo social, la manipulación informativa y la doble moral.

Esas inyecciones monetarias son la medicina para aliviar los dolores del desabastecimiento crónico y el principal lubricante para mantener en funcionamiento la economía sumergida, principal fuente de suministros de la población, junto a los desfalcos que ocurren a diario en los predios de entidades productivas y de servicio estatales.

Es entendible un descenso en la captación de divisas por concepto de remesas y de los hurtos que potencian el mercado negro, pero la situación no es aún lo suficientemente grave como para promover una protesta masiva a causa del hambre u otras necesidades de primer orden.

La adaptación a los peores escenarios es una verdad insoslayable en el acontecer nacional. De alguna manera, la gente aplaca sus agonías y si es preciso descarga sus frustraciones con su prójimo en el fragor de una disputa por comprar un paquete de muslos de pollo o detergente. Esa es la verdad que subyace en el tejido de una sociedad enferma.

La emancipación no puede llegar mientras la mayoría se resigne a asumir sus privaciones con apatía o soltando una carcajada. Estar varias horas cuidando el turno para comprar cualquier cosa no es algo que cause pavor en los dominios de la supervivencia. Los lamentos son esporádicos, ceñidos a la brevedad y también al cuidado de no extralimitarse.

En esencia, el denominador común del cubano promedio es garantizar lo mínimo para comer, bañarse con una astilla de jabón, cubrir esporádica o parcialmente otras necesidades y darle rienda suelta a la idea de irse a vivir al extranjero.

En medio de estos niveles estacionarios de resignación, crece el activismo contestatario sin que todavía alcance el poder de convertirse en un factor primordial para el cambio hacia la democracia. No es fácil la tarea en un escenario caracterizado por el miedo y el cinismo.

A menudo, tanto los más azotados por las carencias como quienes se sostienen de las remesas enviadas por sus familiares son los que integran las brigadas de respuesta rápida para agredir a quienes se manifiestan en contra de la dictadura. Son la vanguardia en los actos de repudio que organiza la policía política y los representantes del gobierno.

El envilecimiento no es una categorización irrelevante en los señoríos de un régimen abusador y torpe. Lamentablemente, es una categoría social que se extiende por toda la Isla y que frena los esfuerzos emancipadores de cientos de activistas.

Share:

0 comments:

Publicar un comentario