Por Roberto Álvarez Quiñones.
En casi todo el mundo se da por descontado que cuando en 2018 el general Raúl Castro cumpla su segundo y último mandato como presidente de Cuba dejará el poder y quedará abonado el camino para el inicio de una transición no se sabe hacia dónde, pero al menos ya no dirigida por los dinosaurios "históricos" de la Sierra Maestra.
Se trata, sin embargo, de una percepción errónea de origen, al menos institucionalmente. El menor de los Castro no es dictador por ser el presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, sino porque es el primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), la "fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado" según la constitución vigente, y porque es el comandante en jefe de las fuerzas armadas.
En el VI Congreso del PCC, celebrado en 2011, el general Castro recibió graciosamente de su hermano Fidel el cetro de primer secretario del PCC para un período de cinco años, prorrogable por otros cinco en el siguiente congreso, a celebrarse en abril de 2016.
Cuando en 2013 el general Castro fue "reelegido" por el Consejo de Estado como presidente de la nación e informó que su segundo mandato sería el último, en ningún momento insinuó que no aspiraría a un segundo período como primer secretario del PCC. Es bastante ingenuo pensar que dentro de 13 meses el dictador va a abdicar como faraón tropical para dedicarse a cuidar de su hermano decrépito.
Además, seguramente Fidel ya le "pidió" (ordenó) hace rato de que mientras tenga salud debe continuar al frente de la "revolución". Recordemos que el Castro mayor renunció a su investidura de dictador a los 85 años no por considerarse a sí mismo muy viejo, sino por razones de salud, porque se lo entregaba a su hermano, a quien él mangonea desde que eran niños, y porque Raúl era ya el jefe de Estado y, por tanto, jefe máximo de las fuerzas armadas, desde 2008.
Precisamente ese será el problema que posiblemente se presentaría en 2018. La Constitución establece que al presidente del Consejo de Estado le corresponde "desempeñar la Jefatura Suprema de todas las instituciones armadas y determinar su organización general". Es decir, el comandante en jefe de las FAR no es el primer secretario del PCC, aunque en la práctica sea éste quien lo ejerza.
Este "desfase" institucional se debe a que cuando en febrero de 1976 se promulgó la Constitución comunista Fidel tenía 49 años y Raúl 44. Ambos sabían que en las próximas décadas uno de ellos dos siempre ocuparía simultáneamente la jefatura del PCC, del Estado y de las FAR. "Después ya veremos", pensaron. Ese después llegó y ahora, ya ancianos, es que ponen límites de tiempo para sus sucesores.
El general Castro en 2018 formalmente podría dejar de ser el comandante en jefe de las FAR. Y si muriese antes, o quedase incapacitado, su sustituto sería el civil Miguel Díaz-Canel, primer vicepresidente, un obediente burócrata, comunista ortodoxo, cuya única misión es la de ofrecer al mundo una imagen renovadora dentro de la gerontocracia dictatorial.
Tal desajuste constitucional deberá ser resuelto. Podrían enmendar la Constitución y pasar la jefatura de las FAR del Presidente a un comité militar todopoderoso de estilo chino, subordinado al Buró Político y el Primer Secretario. O quizás elegir como Presidente a uno de los generales "históricos" todavía septuagenarios, u otro más joven, para que luego ya sea este quien sustituya al primer secretario del PCC cuando el general Castro lo decida, o fallezca, o se enferme.
Recordemos que Fidel Castro nunca aceptó —como en la URSS y otros países "hermanos"— que el Partido estuviera por encima de los militares. Su megalomanía chocaba con ese principio marxista-leninista y convirtió en cuasi deidad olímpica el cargo de Comandante en Jefe, una versión antillana de monarca absoluto.
En Cuba el poder supremo radica en las fuerzas armadas y no en el Estado, el Gobierno, y ni siquiera en el PCC. En la Isla manda un reducido grupo de jefes militares, algunos de ellos no integrantes del Buró Político, que conforman de hecho una junta militar invisible para el mundo y los cubanos, pues opera tras bambalinas.
Claro, por si acaso, 9 de los 14 miembros del Buró Político son militares, y de los siete vicepresidentes del Consejo de Ministros solo dos son civiles (Díaz-Canel y Ricardo Cabrisas). Los otros cinco son generales. No hay nada parecido en todo Occidente.
En 2015 Raúl Castro cumple 84 años; Fidel, 89; José Ramón Machado Ventura, segundo al mando en el PCC, cumple 85; y el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, 83. Ellos cuatro son los únicos comandantes del grupo dirigente que en 1959 asaltó el poder y hoy siguen siendo jerarcas clave. Pero hay otros "históricos" de la Sierra Maestra menos vetustos, como Leopoldo Cintras Frías (74 años), ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); Abelardo Colomé (76), ministro del Interior; Alvaro López Miera (72), viceministro primero de las FAR y Jefe del Estado Mayor; y Ramón Espinosa (76), viceministro de las FAR; y el coronel de inteligencia Marino Murillo (54), vicepresidente del Gobierno. Todos integran el Buró Político.
Los no miembros del Buró Político que forman parte de la crème de la crème dictatorial son el coronel Alejandro Castro Espín (50 años), hijo del dictador, cada vez más poderoso como coordinador de los Servicios de lnteligencia y Contrainteligencia de las FAR y el Ministerio del Interior. A ese Fouché cubano los propios militares le tienen pavor, y su padre aspira a que sea el próximo jefe de jefes. Le siguen el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas (55), a cargo de GAESA, la corporación militar gigante que ya controla casi el 70% de la economía cubana; y el general Leonardo Andollo Valdés, segundo jefe del Estado Mayor de las FAR.
Esos son los 12 hombres más poderosos de Cuba. Y hay otros siete generales, incluidos los jefes de los tres ejércitos del país, la Seguridad del Estado y las Tropas Especiales, que también conforman la Junta Militar. ¿Aceptaría ese generalato que Díaz-Canel u otro civil advenedizo sea el jefe de Estado y Comandante en Jefe en 2018?
Continuando con la "bola de cristal", más difícil es tratar de adivinar si el dictador logrará cumplir su sueño de colocar en el trono a su hijo Alejandro, y quizás como paso previo designarlo primero como Presidente en 2018. A diferencia de Fidel, Raúl trabaja en equipo y sí consulta con sus sostenedores en el poder. Ante ellos podría argumentar que Castro Espín es el más joven en la cúpula militar, y que como lleva apellido Castro es el idóneo para continuar la gesta revolucionaria iniciada por su "legendario" tío en el Moncada. ¿Morderán el anzuelo?
Lo que sí parece altamente probable es que si visualizamos a la nomenklatura castrista como una banda de música, en el corto plazo vamos a ver rostros nuevos entre los músicos, pero al mismo tambor mayor batuta en mano, haya o no relaciones diplomáticas con Washington, y con embargo o un comercio fluido con el "imperio".
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