jueves, 21 de abril de 2016

El mercado inmobiliario de La Habana y el fantasma de la desigualdad.

Por Christine Armario.

A mitad de la Calle Habana, un edificio colonial de dos pisos muy venido a menos está siendo restaurado por un empresario que regresó a la isla tras irse de ella con su familia cuando era niño luego de la revolución de 1959. En la esquina cuelgan coloridos cuadros en una casa que ha sido convertida en una galería de arte.

No muy lejos decenas de personas viven en un edificio del gobierno que se viene abajo, sin agua corriente y con postes de madera que sostienen lo que queda del segundo piso.

Al ver los cambios que se están produciendo en esta calle adoquinada de La Habana Vieja, Magaly González Martínez se alegra de que el barrio esté siendo embellecido, pero al mismo le preocupa el impacto que puedan tener estas transformaciones en la gente que vive en edificios en muy mal estado, como el suyo, en momentos en que la ciudad se transforma y afloran las inequidades del mundo inmobiliario moderno en uno de los últimos países comunistas del mundo.

“Yo entiendo que todo debe ser parejo, ¿no?”, comentó la mujer, una jubilada de 66 años que trabajó en la construcción.

El turismo ha subido casi un 20 por ciento desde que el presidente estadounidense Barack Obama y su colega cubano Raúl Castro pusieron fin a medio siglo de guerra fría en diciembre de 2014 y los cubanos con familiares o amigos adinerados que viven en el exterior están invirtiendo millones de dólares en un mercado inmobiliario que súbitamente ha florecido. Adquieren propiedades en la histórica Habana Vieja y en los barrios más elegantes y las transforman en edificios de alquiler y en bares y restaurantes.

En algunos barrios inundados por turistas la redistribución de riqueza que transformó a Cuba después de la revolución parece estar diluyéndose bajo las narices de sus residentes. Cubanos ricos que se fueron al exterior hace varias décadas están comprando edificios confiscados a familias como las de ellos. Residentes que sobreviven con muy poco venden sus deterioradas casas y se mudan a barrios donde no hay tanta demanda o se van directamente del país.

“Cuando llegué, todo era muy diferente”, manifestó Reinaldo Bordón, de 44 años, quien compró una propiedad en la Calle Habana en la que abrió con dos amigos Habana 61, uno de los mejores restaurantes de la ciudad. “Si las cosas continúan a este ritmo, creo que en otros 10 años todo va a cambiar mucho”.

Antes de la revolución de Fidel Castro, los cubanos acaudalados vivían en barrios exclusivos como Miramar y los pobres en barrios marginales. La igualdad de vivienda fue uno de los primeros objetivos de la revolución. Casi de inmediato se prohibieron los desalojos y los alquileres fueron reducidos en un 50 por ciento. Multitudes de personas de clases media y alta se fueron de Cuba, dejando atrás sus mansiones y viviendas suburbanas, que el estado entregó a los pobres. Fue así que las antiguas sirvientas y los inquilinos terminaron viviendo en esas propiedades, administradas por el estado.

En 2011 Cuba anunció que permitiría la venta de propiedades por primera vez desde los primeros años de la revolución. La nueva ley puso en marcha algo que no existió formalmente por décadas en Cuba: una industria inmobiliaria. Mucha gente que vivía en hermosos edificios ahora descascarados colocó cartones en el frente anunciando “se vende”.

Impulsado por la ola de visitantes que comenzó con el deshielo, la transformación del mercado de bienes raíces avanza a paso acelerado en barrios como el de Habana Vieja, donde se están remodelando vetustos edificios coloniales en casi todas las cuadras.

En el tramo de la Calle Habana que atraviesa el barrio de Loma del Ángel, siempre en la Habana Vieja, ya hay casi más viviendas de principios de 1900 restauradas que edificios destartalados a punto de derrumbarse. Los residentes de los edificios derruidos que quedan los ofrecen en venta en portales de bienes raíces y esperan la llegada de un comprador dispuesto a pagar un buen precio, ilusionados con la idea de sacar a sus familias de la pobreza en que han vivido por décadas mediante una sola transacción.

60 por ciento de las transacciones son financiadas al menos parcialmente por alguien que vive en el exterior

Si bien los extranjeros siguen sin poder adquirir propiedades en Cuba, Joel Estévez, director de la inmobiliaria Havana-Houses Real Estate, dice que el 60 por ciento de las transacciones son financiadas al menos parcialmente por alguien que vive en el exterior.

Después de que Obama y Castro anunciaron planes para reanudar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, aumentó significativamente la cantidad de cubanos exiliados que regresaron para comprar propiedades, conservando su ciudadanía estadounidense, y esa cifra podría duplicarse en los próximos años, según Estévez. En otros casos, un extranjero casado con un o una cubana puede adquirir una propiedad y ponerla a nombre de su pareja. Las operaciones más riesgosas son aquellas en las que un extranjero que no tiene familia en la isla compra una propiedad y la pone a nombre de un amigo.

Luego de hacer varias visitas buscando propiedades, José Angel Valls Cabarrocas, un empresario jubilado de 70 años, adquirió una casona venida a menos en la Calle Habana, junto a un edificio donde viven muchas familias. Cabarrocas y su familia se fueron de Miramar a Macon, Georgia, cuando él tenía 13 años.

El precio promedio de una casa no tiene relación con lo que gana un trabajador promedio

Ricardo Torres Pérez, economista de la Universidad de La Habana

“Somos de aquí igual que cualquiera”, afirmó.

Este naciente mercado favorece a gente como Cabarrocas, que a pesar de las dificultades que hay para transferir dinero a Cuba, tiene el capital necesario para comprar una propiedad. Al no haber financiación disponible, la gran mayoría de los cubanos no pueden entrar al mercado. El precio promedio de una vivienda en La Habana es de $25,000, según IslaData, mientras que el sueldo promedio de un trabajador estatal es de $20 al mes.

“El precio promedio de una casa no tiene relación alguna con lo que gana un trabajador promedio”, dijo el economista de la Universidad de La Habana Ricardo Torres Pérez.

Algunos observadores se preguntan si el mercado de bienes raíces generará la desigualdad que hubo en La Habana hace casi seis décadas.

Jesus Hermida Franco, artista de 41 años que usa la casa de su familia en Calle Habana como estudio, tiene su propia visión del tema. Considera que siempre hubo cierto nivel de desigualdad y de división de clases en la isla y que, en todo caso, el nuevo mercado le da una oportunidad a gente que antes no la tenía.

“Gracias a estos cambios que ha habido las personas han podido realizar sus sueños. Algunos”, afirmó.

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