domingo, 10 de abril de 2016

¿Por qué a Wall Street no le entusiasma invertir en Cuba?

Por Pablo Pardo.

Los estadounidenses tienen una expresión para referirse a cumplir la palabra dada: "Poner el dinero donde has puesto la boca". Por ahora, el Gobierno de Estados Unidos ha puesto la boca. O sea, las palabras. Pero las empresas estadounidenses son renuentes a invertir en Cuba.

Es un mercado infinitesimalmente pequeño, que no conocen, y con incertidumbre política y, sobre todo, económica. Súmese a ello el bloqueo -que todavía sigue- y el resultado es que el gran capital estadounidense sigue sin llegar a Cuba. Como explica el analista del think tank Instituto Peterson de Washington para la Economía Internacional, Gary Hufbauer, "las empresas [estadounidenses] están dándose cuenta de que invertir en Cuba es muy difícil". Para Samuel George, analista de la Fundación Bertelsmann, "por ahora, EEUU está dando un voto de confianza a las reformas en el país". Y poco más.

De hecho, las empresas estadounidenses que han anunciado operaciones en la isla son, en su inmensa mayoría, de tres tipos: empresas de viajes, compañías que operan en Internet, y, tras la visita de Barack Obama, la semana pasada, operadoras de hoteles. Los dos primeros grupos no necesitan verdaderamente tener infraestructuras físicas o personal en la isla. Ése es el caso de las aerolíneas JetBlue y American Airlines, y la empresa de cruceros Carnival, o de la empresa de alquiler de viviendas Airbnb y la de sistemas de pagos PayPal.

Los hoteles son diferentes, pero hay que tener en cuenta que ese sector lleva abierto a la inversión extranjera desde hace un cuarto de siglo, y tiene un marco legal y unas reglas del juego consolidadas.

Todos esos sectores se apoyan en lo que Samuel George, analista para América Latina de la Fundación Bertelsmann, califica como "la liberalización en la práctica" de los viajes de Estados Unidos a Cuba. Una liberalización que va a provocar, a su vez "un crecimiento, lento y pausado" del turismo en la isla, en palabras del chef y restaurador de origen español José Andrés, que acompañó a Obama en su viaje a Cuba la semana pasada.

En algunos casos, el turismo está creciendo a un ritmo espectacular. Ése es el caso de Airbnb, una plataforma online que permite alquilar habitaciones y viviendas. La empresa, que nació en 2008 en San Francisco, ha visto cómo, en apenas un año, Cuba se convertía en su mercado de mayor crecimiento. En la actualidad, Airbnb ofrece 4.000 viviendas en Cuba, según declaró su consejero delegado, Brian Chesky, a los periodistas que acompañaban a Barack Obama en La Habana. Eso implica que esa empresa gestiona el equivalente al 6% de las habitaciones hoteleras en ese país.

Ahora bien, ¿y las fábricas? ¿Y los centros comerciales? Todo eso tendrá que esperar bastante tiempo. En primer lugar, porque el embargo prohíbe fabricar en Cuba, aunque Obama, en lo que su asesor para Seguridad Nacional Ben Rhodes califica como "retorcer de forma agresiva la legislación" -en otras palabras, forzarla al máximo-, permite ensamblar en la isla productos. Y, en segundo lugar, por las dificultades logísticas (en Cuba las carreteras son muy malas y hay una escasez enorme de medios de transporte).

El resultado es que hasta la fecha, a pesar de todas las alharacas, sólo una empresa de Estados Unidos ha anunciado que se va a establecer en Cuba con una fábrica: Cleber, una empresa de tractores de Alabama, que va a invertir 5 millones de dólares (4,4 millones de euros) en la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, un área designada por el Gobierno de Raúl Castro para que en ella se establezcan empresas extranjeras, siguiendo el modelo chino, que ha dado excelentes resultados en ese país. En esa zona se acaba de instalar, por ejemplo, la multinacional holandesa Unilever, que construirá una fábrica de champú y productos de belleza en la que, además, tendrá la mayoría del capital. Porque en Cuba hace falta de todo.

Así que no hay que esperar que el deshielo entre Washington y La Habana provoque una catarata de inversiones del gigante del Norte en la isla. Por lo pronto, una parte de las empresas estadounidenses que quieren entrar en la isla simplemente planean operar en mercados ya existentes pero que hasta ahora les habían estado vetados.

Eso va a suponer, para las empresas no estadounidenses más competencia en el mercado cubano. "La reanudación del correo postal entre Estados Unidos y Cuba va a ser negativa para empresas de mensajería europeas, como DHL o Seur, que hasta ahora eran las únicas vías de los estadounidenses para enviar paquetes a Cuba", declara José Viñals, del bufete de abogados Lupicinio, que lleva operando en la isla desde dos décadas.

Esa estrategia es lo que está detrás de la decisión del gigante de los medios de pago online PayPal, y del líder en transferencias, Western Union, de entrar en Cuba este año. En juego están unos 2.000 millones de dólares (alrededor de 1.750 millones de euros) que los cubanos que residen en Estados Unidos envían a sus compatriotas en la isla cada año. Eso podría dejar a esas empresas alrededor de 147 millones de dólares (unos 130 millones de euros) en comisiones. Es una cifra insignificante, que de hecho no llega al 3% de los ingresos de Western Union y, en el caso de PayPal, apenas se queda en el 1,4%.

Estas empresas, al menos, cuentan con una ventaja. Su presencia física en Cuba sería mínima, con lo que no correrían el riesgo de que el precio de sus activos se hundiera cuando La Habana unifique sus dos monedas: el peso convertible y el peso cubano. "Para nosotros, la existencia de dos monedas en la isla no es un problema, como tampoco lo es el sistema financiero de Cuba. A fin de cuentas, operamos en cerca de 200 países que tienen todo tipo de sistemas cambiarios", ha declarado a MERCADOS el consejero delegado de PayPal, Dan Schulman. Para el ex secretario de Comercio con George W. Bush, el cubano de nacimiento Carlos Rodríguez, las empresas no están preocupadas por la unificación monetaria porque "todavía falta tiempo para eso".

La visita de Obama a Cuba supone un giro radical de la política norteamericana hacia la isla y el reconocimiento de un hecho: cincuenta años de embargo no han servido para producir un cambio de régimen político en la perla de las Antillas. El acceso de Raúl Castro al poder se vio acompañado por una serie de modestas reformas que han introducido algunos elementos de mercado y de propiedad privada con la finalidad de estimular el crecimiento, elevar el depauperado nivel de vida de la población y, de este modo, mantener y legitimar el monopolio del poder detentado por el Partido Comunista. Esta estrategia sería similar a la adoptada por China y por Vietnam y las autoridades cubanas parecen apostar por ella. Sin embargo, el comunismo isleño está más apegado a los viejos dogmas del soviético de lo que lo estaban hace unas décadas los chinos y los vietnamitas.

Desde 2010, el Gobierno ha permitido el desarrollo del auto-empleo. Alrededor de 500.000 cubanos poseen licencias que les permiten trabajar de manera independiente. Al mismo tiempo, el Ejecutivo ha liberado casi tres millones de acres de tierras estatales para que sean explotadas por agricultores privados y cooperativas independientes. En paralelo han emergido miles de bares y restaurantes que han cambiado la fisonomía de las ciudades y pueblos de la isla y, por vez primera en cinco décadas, los cubanos pueden comprar y vender sus casas. Pero sólo un 8,9% de los cubanos es propietario de su casa. También se han eliminado los requisitos de las visas para salir de la isla, lo que permite viajar al exterior. Todas estas medidas y otras han supuesto una considerable transformación respecto a la situación anterior pero no pueden ocultar las profundas deficiencias estructurales del sistema.

Los cubanos que quieren trabajar al margen del sector público tienen limitado su campo de elección a 181 categorías profesionales determinadas por el Estado. Éstas se circunscriben a empleos de escasa cualificación y de bajo valor añadido y no se permite el desarrollo de la iniciativa privada en campos como las manufacturas, la construcción y la mayoría de las actividades comerciales, por citar tres ejemplos paradigmáticos. Esto es, el tipo de ocupaciones liberalizadas es inaccesible para los individuos con mayor capital humano a quienes sólo les cabe optar por trabajar para el Estado o emigrar. El modelo puesto en marcha por Raúl Castro es hacia una economía de baja productividad y, por tanto, con escasa capacidad de elevar de manera significativa los estándares de vida.

El marco regulatorio es inconsistente y falto de transparencia, lo que se ha traducido en la creación de una enorme economía sumergida y en la emergencia de una gigantesca corrupción. El Gobierno practica un asfixiante control de precios para contener de manera artificial las tensiones inflacionarias y mantiene un tipo de cambio dual que es una fuente de prácticas corruptas. El sistema financiero está en su totalidad en manos estatales y acceso al crédito para los nuevos emprendedores es inaccesible sin la ayuda de los burócratas. Por otra parte, el control político de la justicia impide a ésta jugar papel alguno en la corrección de las desviaciones del sistema. De momento, Cuba no ha realizado ninguna transformación significativa que altere su sistema económico ni institucional.

En contraste con lo acaecido en China e incluso en Vietnam que endorsaron la famosa máxima de Deng Xiaoping "hacerse rico es glorioso", el ganar dinero en Cuba se contempla todavía como un crimen execrable y la prosperidad individual es vista con una indisimulada sospecha. Así lo han experimentado en sus propias carnes muchos de los nuevos emprendedores. En la práctica, la élite extractiva compuesta por los militares, los burócratas y dirigentes del partido controla los sectores claves de la economía y es la única que tiene acceso a la riqueza mediante la utilización de los instrumentos puestos a su alcance por el socialismo de amiguetes.

Cuba continúa siendo una economía reprimida por las ineficiencias sistémicas propias de un régimen comunista. La leve apertura a la iniciativa privada se ve severamente restringida por la ausencia de una verdadera voluntad de reforma que asfixia a los emprendedores en las redes de la burocracia y de una fiscalidad confiscatoria. Quizá la normalización de las relaciones económico-comerciales con EEUU y el fin del bloqueo generen la presión necesaria para una verdadera transición hacia una economía y una sociedad más libres, pero ésa es una frágil esperanza que, aquí y ahora, no tiene un fundamento sólido. La dirigencia cubana ha hecho suyo el viejo lema del príncipe Salina en el Gatopardo: "Cambiar algo para que todo siga igual".
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