Por Fernando Dámaso.
En los años de la República, en Cuba existía un gran número de grandes, medianas y pequeñas empresas, que producían unos 10.000 productos y artículos diferentes, los cuales cubrían una gran parte de la demanda nacional, evitando muchas importaciones. El 85% de estas empresas estaba en manos cubanas y solo un 15% pertenecía a extranjeros o a estos asociados con cubanos.
Durante las múltiples expropiaciones y nacionalizaciones de los años 60 del siglo pasado, todas pasaron a manos del Estado, convirtiéndose en "empresas estatales socialistas", el cual, administrándolas pésimamente, olvidando los necesarios mantenimientos y no realizando nuevas inversiones para asegurar su actualización tecnológica, las dejó destruir. Las pocas que aún subsisten producen en instalaciones precarias y con maquinaria obsoleta, con 60, 80 y más años de explotación. Unas pocas, beneficiadas por alguna inversión extranjera, funcionando como empresas mixtas, muestran mejor cara.
Hace algunos años, ante el despido de cerca de 400.000 trabajadores estatales al reducirse las infladas plantillas, se autorizó el ejercicio del denominado "trabajo por cuenta propia", que no es más que el trabajo particular llamado de otra forma. Sin embargo, este se autorizó solamente en unos cuantos oficios, excluyendo a los profesionales del ejercicio de sus profesiones, y con exageradas y absurdas regulaciones que limitan su crecimiento y desarrollo, bajo el concepto de que sea "una vía para sobrevivir pero no para hacerse rico", como a menudo repiten las autoridades.
Ante la difícil situación económica existente, las autoridades cubanas hoy claman desesperadamente por la inversión extranjera, imprescindible para desarrollar el país y elevar su Producto Interno Bruto (PIB). Ella significa tecnología de punta, modernidad productiva, satisfacción de necesidades, sustitución de importaciones, calidad y acceso al mercado mundial. El gancho publicitario ha sido la denominada Zona Especial de Desarrollo Mariel. Sin embargo, hasta ahora, los resultados no han sido los esperados: se producen muchas visitas y se habla mucho pero no se invierte. Existen dos problemas que frenan la inversión: no está suficientemente clara la seguridad legal del capital que se invierta, y los trabajadores no pueden ser contratados directamente por el inversionista, sino solo a través de agencias estatales.
En este complicado contexto, las autoridades repiten hasta el aburrimiento que la "empresa estatal socialista" es y será la base principal de la economía cubana para construir "un socialismo próspero y sostenible", agregando que, para ello, deberá mejorar su eficiencia, elevar la calidad de su gestión, materializar los planes y tener buena salud económica, algo que no ha logrado durante los 55 años que lleva de instaurada en Cuba, como tampoco lo logró en la extinta Unión Soviética ni en los restantes países socialistas. En realidad, las principales características de la "empresa estatal socialista", donde quiera que se ha implantado, han sido desorganización administrativa, incumplimiento de sus planes, improductividad, atraso tecnológico y mala calidad de sus producciones. A nuestras autoridades les gusta tropezar muchas veces con las mismas piedras. Lo de la "empresa estatal socialista" y, peor aún, lo de la "gran empresa estatal socialista", no son más que sueños febriles totalmente irrealizables. Pedirles eficiencia, rentabilidad, producción, calidad y ganancias es como pedirle peras al olmo.
La inversión extranjera, que nunca será socialista, aunque las autoridades continúen repitiendo que no significa ninguna afectación al sistema vigente, más la inversión de los cubanos de afuera y de adentro, hoy todavía oficialmente prohibida y cuestionada, pero que debería pasar a un primer plano por derecho propio, junto con el avance de los cuentapropistas sin limitaciones ni regulaciones absurdas para crecer y desarrollar sus negocios, serán, en definitiva, los verdaderos gestores de las nuevas grandes, medianas y pequeñas empresas que asegurarán el desarrollo y las fuentes de empleo para que los jóvenes no tengan que abandonar el país, además de crear y consolidar la poderosa clase media a la que tanto temen las autoridades y que tanto necesita Cuba.
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