Hay una palabra mágica, acentuada y con zeta, que tiene una armonía mágica con la existencia y el bienestar de los ciudadanos cubanos. Azúcar es el vocablo. Y el poder de su mensaje, para los criollos, se ha asociado eternamente con el progreso, la fortuna, la riqueza y el patrimonio individual y colectivo.
Sin azúcar no hay país, previene cautelosa y avisada la sabiduría popular. De manera que la producción azucarera de este año, es una de las más bajas desde el inicio del siglo pasado, reafirma la ausencia de una nación verdadera y la imposición, en aquella geografía, de una dictadura arruinada, pero cruel y agresiva.
Un informe oficial de los funcionarios cubanos destaca, que el monopolio estatal que controla la producción de azúcar, AZCUBA, aunque estuvo por debajo de la cifra planeada “cumplió sus compromisos de exportación” y que la cosecha fue superior a la del año anterior porque alcanzó 1,3 millones de toneladas.
Ni una sola de las 13 provincias que produce azúcar en la Isla, cumplió con las metas propuestas por los jerarcas y de los 54 centrales que todavía funcionan de alguna manera, sólo unas pocas produjeron las cantidades de sacos que les indicaron los mandamases desde sus oficinas.
He aquí una lista inicial de los asuntos que confrontaron los azucareros de guayabera de hilo, según la versión de unos de sus cuadros: “la llegada tardía de piezas de repuesto para molinos, cosechadores y camiones, el mal estado de las carreteras, la falta de trabajadores y la calidad de la caña.”
Los jefes habían previsto que producirían 1,5 millones de toneladas y que exportarían un poco más de 900 mil, pero la realidad presenta otros números y de ahí tendrán que apoderarse de las 600 o 700 mil toneladas que se consumen en Cuba o hacer, como ya han hecho en otras ocasiones: comprarle azúcar a Francia, por ejemplo.
Aparte de los problemas técnicos que presentan los equipos y los ingenios, el asunto más grave tiene que ver con la poca caña que se puede moler y su mala calidad. Hasta el mismo José Ramón Machado Ventura, el máximo representante del gobierno en la campaña de la zafra azucarera, se preguntó, embelesado y filosófico: «¿para qué queremos centrales, si no tenemos caña?”
El azúcar y el esplendor de su bonanza ha pasado a ser un recuerdo para los ciudadanos. Y con los números que se exhiben ahora cada año, pasa a ser una historia antigua, muy antigua, casi no se pueden creer los ocho millones de toneladas que se produjeron en Cuba hace unos pocos años, a mediados del siglo XX.
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