Luego de hacer una cola de hora y media en la carnicería del barrio para comprar la libra de pollo troceado que el régimen otorga mensualmente por la cartilla de racionamiento, Guillermo, 73 años, profesor jubilado, camina poco más de un kilómetro hasta un agromercado estatal donde suele adquirir viandas, hortalizas y frutas.
Entre una nube de moscas y olor a podrido, el anciano escoge cinco o seis tomates lo menos apolismados posible y en una caja de madera selecciona tres plátanos verdes de freír, una col mediana, cuatro cabezas de ajo y dos piñas. En una jaba roja acomoda los alimentos. “Esa compra me costó 94 pesos, un tercio de mi pensión de 300 pesos”. Antes de marcharse a su casa, a preparar el almuerzo para él y su esposa, quien desde hace siete año se encuentra en silla de ruedas, Guillermo pasó por un mercado liberado a ver qué encontraba de comida.
Tuvo suerte. Después de otra cola de una hora, compró tres bolsas de yogurt batido y dos libras de queso fundido. Pagó 105 pesos y se apuntó en una lista que estaban haciendo para cuando entrara pollo o salchichas. Ya en su hogar, mientras preparaba el almuerzo, su esposa que estaba viendo la televisión, lo llamó: “Viejo, dicen en el noticiero que debido al cierre temporal de la Empresa Cárnica, van a producir alimentos alternativos. Embutidos con masa de claria y por falta de harina de trigo, croquetas y hamburguesas con harina de arroz o boniato. Te lo dije, lo que viene es otro período especial. Solo que ahora estamos achacosos y más viejos. Del carajo lo que nos espera”.
Guillermo trata de calmarla. “No te preocupes, tú verás que las cosas van a mejor”, le dice sin mucha convicción. Por la tarde, con un calor de espanto, se llega a la farmacia a indagar si llegaron medicamentos. “Hace dos meses que no entra Enalapril, pastillas que me mandó el médico por ser hipertenso. Tampoco la medicina que debe que tomar mi esposa. El país está en quiebra. Los únicos que no se enteran son los del gobierno”, expresa Guillermo, sudoroso y desolado.
Los ancianos, los jubilados y las personas de escasos recursos son los grandes perdedores en esta nueva vuelta de tuerca a la crisis económica estacionaria de Cuba. En diciembre de 1998 fue creado el Sistema de Atención a la Familia (SAF), con el fin de complementar la alimentación de la población de bajos ingresos mediante ofertas en comedores populares que a precios asequibles, garanticen los requerimientos nutricionales de ese segmento poblacional.
Dos décadas después, la realidad es muy distinta. Eberto, 78 años, anciano mugriento que se gana la vida vendiendo objetos sacados de los depósitos de basura, comenta que ya olvidó la última vez que comió algún tipo de carne. «En el comedor donde voy todos los días, pues es muy barato, el almuerzo y la comida consiste en arroz blanco, sopa o frijoles negros aguados y unas croquetas de harina que saben a rayo. En una ocasión nos dieron sardinas de lata”.
Lionel, administrador de uno de esos comedores populares del SAF en el municipio Diez de Octubre, La Habana, explica que todos los meses aumenta el número de casos sociales. «Para que tengan derecho a almuerzo y comida deben presentar una carta de la Seguridad Social. Antes, teníamos suministro estable de carne de cerdo, pollo y ahumados, ahora no. Es cierto que los cocineros no siempre elaboran con calidad los alimentos, pero al no tener con qué sazonar, tienen que inventar con lo poco que hay en el almacén. Si no entran provisiones tendremos que cerrar el comedor”.
En la Isla, existen ancianos que tienen la suerte de vivir con sus hijos e inclusive reciben remesas del exterior. Otros se las ven negras. Sus hijos, si los tienen, están igual de mal que ellos y no tienen parientes en Miami que les giren 100 o 200 dólares mensuales por la Western Union. Elisa está en ese grupo. A sus 83 años ha tocado fondo. “Mi’jo, la pobreza parece que no tiene final. Cuando crees que peor no puedes estar, te sigues hundiendo más en la miseria”.
Elisa, viuda, sin familia ni pensión, vende cigarrillos sueltos y jabas de nailon en la calle. “El año pasado me buscaba unos pesitos cuidando el baño en una paladar, pero con tantas dificultades pa’ conseguir comida, el dueño la cerró. Me fui a cuidar un baño público en El Cerro, pero el trabajo era muy duro. Tenía que cargar 20 o 30 cubos de agua para descargar los inodoros. Al final del día me iba con 30 o 40 pesos, que apenas me alcanzaban pa’ comprar arroz, frijoles, y boniato. A mi edad debiera tomar leche, comer carne de res, pescado, vegetales y frutas, alimentos que son un lujo en Cuba. Hace años no pruebo la carne de res, cuando la venden en el mercado negro lo que gano no me alcanza para comprarla. Si las cosas siguen así, los viejos que vivimos solos empezaremos a morirnos de hambre”.
Cuando usted camina por barrios habaneros, observa que ha aumentado el número de mendigos durmiendo a la intemperie y alimentándose con desperdicios recogidos en los latones de basura. La mayoría son ancianos. Los más afortunados tienen donde vivir, aunque la mayoría de sus casas se encuentran en muy mal estado.
Como el ex profesor Guillermo, muchos jubilados cubanos cobran pensiones de miseria. Y como él, diariamente caminan varios kilómetros bajo el sol en busca de alimentos y medicinas. O se levantan a las tres de la madrugada para confirmar su número en la cola del pollo o lo que llegue al mercado. Y a veces no consiguen comprar nada.
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