Bárbara cocinando.
«Se reconoce a todas las personas el derecho a una vivienda adecuada y a un hábitat seguro y saludable. El Estado hace efectivo este derecho mediante programas de construcción, rehabilitación y conservación de viviendas, con la participación de entidades y de la población, en correspondencia con las políticas públicas, las normas de ordenamiento territorial y urbano y las leyes».Constitución de la República de Cuba (ARTÍCULO 71)
Desamparados.
«La Revolución no dejará a nadie desamparado», dice Bárbara mientras remueve un improvisado arroz con salchicha sobre una hornilla oxidada. Con una mano agita el cucharón y con la otra se seca el sudor de la frente y el cuello. Cuando Bárbara cocina todos asumen que deben salir a la calle. El fuego de la hornilla ha convertido su casa de escasos metros en un infierno caluroso casi insoportable.
«La Revolución no dejará a nadie desamparado», dice también Danilo, y después cuenta cómo acaba de salvarle la vida a su nieto de seis años cuando la montaña de cajas apiladas en un rincón de la casa estuvo a punto de caerle encima. O cómo no duerme en las noches, acurrucado junto al niño y a Bárbara en una misma cama, mirando el techo, esperando que el techo los sepulte.
«La Revolución no dejará a nadie desamparado», repite Bárbara a la vez que repasa con cuidado las cartas que ha enviado a todos los organismos e instituciones posibles del país. Son papeles frágiles, amarillentos, que han envejecido con ella a lo largo de más de 20 años. «La Revolución…», se detiene y sospecha.
Una idea repetida muchas veces no se convierte necesariamente en una verdad.
Norma.
Junto a ella viven sus tres hijos varones, una nuera, sus dos nietos y Eddy, su esposo. Eddy es un hombre tranquilo, de hablar pausado. Luego de una década en prisión aprendió a luchar contra sus instintos y a evitar las provocaciones. Cualquier cosa es preferible a la cárcel: ver cómo la casa en que naciste ha sido demolida sin más, no tener nada, o compartir la vida con alguien que apenas tiene un poco más que tú, a expensas de que todo termine un día y no tengas siquiera un techo igual que en tu celda.
Yasmina, por su parte, es la única mujer entre los cuatro hijos de Norma. Hace algún tiempo decidió irse de casa y criar a sus tres hijos como madre soltera. Si le preguntan por qué, simplemente dirá: «Porque somos una familia disfuncional». Esa palabra, «disfuncional», la oyó por primera vez hace casi un año, cuando la trabajadora social se apareció en las ruinas de su hogar para evaluar sus condiciones de vida de la misma manera que un médico diagnostica una enfermedad.
Desde entonces, Yasmina explica así sus problemas, sus temporadas de nómada durmiendo en la calle junto a los niños, o su férrea decisión de no abandonar el albergue en el que se encuentra hoy. En el diccionario de Yasmina «disfuncional» es igual a pobreza, hacinamiento, viejas rencillas familiares y un techo que amenaza con caerle encima.
María Luisa tiene las piernas hinchadas. Su hija Yailín también, incluso más de lo normal para una joven de 24 años con 32 semanas de embarazo. Desde las ocho de la mañana esperan por el presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular de Regla. Son ya las seis y ambas han decidido volver a casa. Hacen café y después, entre suspiros de cansancio, estiran las piernas sobre un sillón. El presidente no apareció porque, según otros funcionarios, estaba reunido.
«Mañana volvemos a la misma hora porque en algún momento ese hombre tiene que aparecer», dice María Luisa, quien ha pasado la mayor parte del último mes en la recepción de la sede del Poder Popular para pedir una solución a sus problemas de vivienda, o al menos que le entreguen algo con qué reparar el techo del cuarto que hace casi tres meses se vino abajo por el tornado. Mientras tanto, solo le queda rezar por que su nieta nazca sana, y por que las lluvias de primavera sean esporádicas o nulas.
Alberto Álvarez No. 3
Alberto Álvarez No. 3
Hace ya más de 50 años, en la calle Alberto Álvarez, que ni quiera se llamaba así, había una casa que algún huracán convirtió en escombros. Después usaron aquel terreno baldío para ubicar a varias personas, entre ellas a la madre de Bárbara, Norma y María Luisa. Tras su muerte, las tres hermanas dividieron la vivienda y cada una fundó, por su parte, una familia numerosa que necesitaba privacidad. Otras tres hermanas consiguieron salir de aquel lugar, mientras que el único varón de la familia fue sancionado a una larga condena en prisión, la cual no ha terminado de cumplir. Algún día, cuando le liberen, tendrá que incorporarse al hogar donde nació. Sus hermanas lo saben, piensan en ello todo el tiempo.
Hoy, el inmueble Alberto Álvarez #3, e/ Leonardo Valdés y Onelio Dampiel, en el municipio Regla, es una vivienda maltrecha de tablas disparejas, bloques de cemento y planchas de metal. Afuera hay un callejón con el suelo irregular de cemento fundido donde las familias de Bárbara y Norma suelen pasar el día para evitar el calor de los interiores. Ahí reciben visitas, conversan, fuman, aprovechan la luz.
Un poco más allá se alza un bote de basura. Es un terreno cenagoso y pestilente donde desagua el alcantarillado en una especie de riachuelo gris verdoso. La casa Alberto Álvarez #3 parece escondida dentro del laberinto ya escondido que suele ser el reparto La Colonia. De un lado, la Calzada de entrada al municipio. Del otro, la cañería por la que el municipio expulsa sus desechos.
Basurero cercano a Alberto Álvarez No. 3
La primera de las divisiones es la casa de María Luisa, una mujer altiva de 47 años. Presume de una energía adolescente que le ha permitido pasar diez horas diarias, casi por un mes, frente a las puertas de la Asamblea Municipal del Poder Popular, o emprender la ruta de los damnificados del pueblo que buscan ayuda de institución en institución y que en ocasiones parece un peregrinar sagrado.
Junto a ella viven dos de sus hijas, un nieto y un yerno. Yanala, de 28 años, se ha ido a vivir con su esposo y su hijo de 11 meses, por lo que solo Yailín, de 24 años, y su pareja, le han acompañado en los últimos meses. Una tercera hija vive en Estados Unidos hace ya algún tiempo, lo cual significa un alivio para la familia. Las eventuales ayudas económicas siempre vienen bien.
María Luisa y su familia.
La casa de María Luisa es un poco más grande que las de sus hermanas. También está mejor equipada, aunque eso solo signifique unas paredes de cemento, dos minúsculos espacios azulejados que sirven de cocina y de baño, un fogón de dos hornillas, una cafetera eléctrica, un televisor y una cortina. La sala-baño-cocina es, pese a todo, un lugar confortable, pero solo porque resistió lo suficiente la embestida del tornado del pasado 27 de enero. El cuarto, en cambio, es un espacio oscuro, pequeño y asfixiante.
Yailín, con problemas de tiroides y una herida que jamás sanó producto de un embarazo ectópico anterior, duerme en el suelo sobre un colchón de cuna que pudo salvar de la última lluvia que cayó en la casa. El otro colchón, algo más grande, se empapó. Después de tres días al sol, aún no ha podido secarse del todo.
«Yo no duermo. ¡No puedo dormir ahí por más que trate! La peste a humedad, el frío y la sensación de estar durmiendo en algo mojado me quitan el sueño», dice María Luisa.
Los dos colchones que posee fueron regalados por una vecina, y lo agradece, pero eso también le molesta. María Luisa siempre ha detestado la caridad. Vive convencida de que «las cosas hay que lucharlas», o que al menos vengan de quien deben venir por obligación. Mientras el gobierno de Regla se jacta de su eficiencia en la entrega de apartamentos, colchones, tejas y mantas impermeables, ella duerme sobre una pieza hedionda rellena de algodón húmedo. Pero no es la única.
Apenas cinco pasos separan la puerta de entrada de la pared del fondo de la casa de Bárbara. Cuatro pasos lo hacen de un costado a otro. En ese cajón la familia ha ubicado un baño, una cocina y un dormitorio. El baño, un tragante pequeño, está separado del resto por unas tablas. No es un sitio apto para claustrofóbicos, ni para nadie en general.
Bárbara tiene 54 años y la expresión dolida de quien ha perdido la fe. Su rostro no engaña. Vive con Danilo, su esposo, de unos maltratados 59 años, que hasta el paso del tornado estuvo trabajando de Jefe de Servicio en el Palacio de los Matrimonios. Desde entonces no ha ido más. Ahora pasa los días cuidando a Jonathan, su nieto, y acompañando a su mujer en sus viajes al Poder Popular, al Consejo de Estado, a la Dirección Municipal de Vivienda, a la Dirección Provincial, a la Dirección Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, a la sede del Partido en Regla. Algún día quisiera reincorporarse porque necesita al menos una entrada de dinero, pero sabe que después de tanto tiempo ausente ya no será lo mismo. «No me importa», dice, «aún de limpia pisos lo acepto».
Dos hijas acompañan a este matrimonio. Pero Yasmina se ha ido con sus hijos a la casa de una tía en Alamar y con Bárbara y Danilo han quedado Barbarita, de 28 años, y su hijo, Jonathan, de seis.
Barbarita es enfermera de la sala de cirugía del Hospital Pediátrico de San Miguel del Padrón. Hace seis años, mientras estudiaba su carrera, tuvo a Jonathan. Bárbara entonces decidió dejar su trabajo de auxiliar de limpieza en una escuela primaria para cuidar del niño. Quería que su hija estudiase, que fuera «alguien en la vida». Hoy Barbarita, o Baby, como la llaman en casa, trabaja en noches alternas. Cuando descansa, su hijo duerme junto a sus abuelos y ella sobre un colchoncito en el suelo, entre la cama y la montaña de cajas donde la familia guarda sus pertenencias. En las mañanas es imposible caminar por la casa, el colchón ocupa casi todo el espacio.
Jonathan.
Jonathan, por su parte, es un chiquillo hiperquinético al que solo los juegos del celular de su madre pueden calmar por unos instantes. Estudia el primer grado, y aunque debería estar próximo a recibir un diploma por saber leer y escribir, en su escuela dudan que lo logre en tiempo. «Los profesores me han dicho que es un muchacho demasiado intranquilo, que aprende lento y está muy por detrás de sus compañeros. Quisieron llevarlo a una escuela especial, pero la maestra de él es muy buena y dijo que no, que ella se encargaba de él», explica Bárbara, y después muestra los papeles que durante los últimos meses le ha entregado la psicóloga que atiende al niño. A sus seis años, Jonathan padece de un asma crónica y ha sido operado en la garganta. No sabe qué es una casa ventilada. Tampoco qué es una cuna.
Cuando pasó el huracán Irma la mayor parte de la casa de Norma, que no es mucho, se vino abajo. Por suerte, ese día decidió pasarlo con su familia junto María Luisa, todos apretujados. Al regreso, solo encontró escombros que junto a Eddy y sus hijos usaron para levantar de nuevo el hogar, o lo que quedaba de él.
Esta vez dividieron la casa en pequeños cuartos con capacidad para una persona acostada. El pedazo del viejo techo de madera que sobrevivió estaba demasiado resentido y lo cubrieron con una lona impermeable sujetada con unos pocos bloques de cemento. Unas tejas aquí, unas tablas allá, algún trozo de cartón, y listo.
Con el tornado, hacen ya más de cuatro meses, la casa volvió a desplomarse. La familia, nuevamente, la levantó. Aquel viejo pedazo de techo logró sobrevivir a este segundo fenómeno meteorológico, pero ya es imposible que sobrepase un tercero. La lona impermeable se fue con el viento y ahora cubren el techo con una ineficiente lona de auto y nuevos bloques de sostén.
«El otro día pasó un vientecito y tumbó un bloque casi frente a la puerta. ¡Qué susto! Si alguno de mis nietos llega a estar ahí lo mata. Entonces tenemos que vigilar siempre que no se hayan corrido, porque allá arriba no se puede tirar placa ni martillar la lona ¡Ay! Esto no es vida, vivir así no es de humanos», se lamenta Norma.
Casa de Norma.
Al igual que sus hermanas, duerme en un colchón húmedo y pestilente que se resiste a secarse. En una casa donde pronto habitarán nueve personas con la llegada del nieto nuevo de Norma, solo hay tres colchones, lo cual ha obligado a los padres a dormir con los hijos. El tiempo y la costumbre les han enseñado a todos a acostarse de lado, los brazos junto al cuerpo, rígidos y estirados. No hay lugar aquí para los sueños profundos.
La odisea de Bárbara Castroman.
En 1991, cuando su segunda hija llegó a la casa recién nacida, Bárbara Castromán Valdés había decidido que la pequeña se llamaría igual que ella pero, para diferenciarla, todos le dirían Barbarita. La familia creció y el espacio de la casa pareció reducirse. También comenzaban a sentirse los primeros signos de la crisis económica de los noventa.
A los pocos meses, Barbarita empezó a sufrir unas recurrentes faltas de aire que años atrás había padecido su hermana. Bárbara la llevó a todos los hospitales posibles en busca de algún remedio eficiente. Los medicamentos apenas hacían efecto y durante un tiempo nadie pudo encontrar la causa de aquellas asfixias repentinas, hasta que unos doctores pidieron conocer en qué condiciones vivía la niña.
«Yo les enseñé la casa y ellos se asombraron de cómo vivíamos. Éramos cuatro durmiendo en un lugar con una sola ventanita, y habían dos niñas chiquitas. Por supuesto, me dijeron que no podíamos seguir aquí, y ahí fue cuando me preocupé», dice Bárbara.
Para 1992, después de mucho insistir junto a Danilo en todas las instituciones locales, la Dirección Municipal de la Vivienda decidió abrirles un expediente de “Caso Social Grave”. Pero nadie llegó nunca a su puerta para cambiarlos de casa.
«Pero busque bien. Mire, yo soy el caso social grave que vive en Alberto Álvarez No. 3. Yo vi cuando me abrieron el expediente el año pasado. Tiene que estar aquí», hace poco le dijo Bárbara a la funcionaria de la Dirección Municipal de la Vivienda que la atendió.
Durante varios días había visitado este lugar oscuro, lleno de pasillos estrechos, estantes, gavetas llenas de documentos y gente malhumorada. Siempre recibía la misma respuesta: «No está». Sin embargo, esta vez no se marcharía sin su expediente en las manos.
«Señora», dijo la funcionaria, «ya he buscado aquí mil veces y no aparece. ¿Qué quiere que haga?»
«Que siga buscando. Si no es aquí, busque en otro lado. Pero eso tiene que aparecer.»
Buscaron en todas las etiquetas posibles: “Situación desfavorable”, “Menores de edad”, “Necesidad”, “Solución”, donde pudiera estar aquel estrecho mazo de hojas que hablaban de “situación desfavorable”, “menores de edad”, “necesidad” y “solución”. Un rato después la funcionaria apareció ante Bárbara con el expediente bajo el brazo. Lo encontró en el sitio menos esperado, una gaveta marcada como el archivo de “Casos Resueltos”. Bárbara estaba furiosa. No entendía, o sí, pero entonces prefirió pensar que no.
«Ay, disculpe. Es que hace poco cambiaron a la dirección del centro e hicimos una limpieza. Parece que en el reguero lo guardaron aquí sin querer», se excusó la funcionaria.
Esto ya había pasado muchas veces. Cada nuevo jefe que pasó por la Dirección Municipal de Vivienda le dio siempre una respuesta distinta. «Usted lo que necesita son reparaciones menores», o «No, reparaciones no. Usted lo que necesita es un medio básico», o «Medio básico no. Usted lo que necesita es encontrar un lugar inhabitado para construir», o «Para usted no tenemos nada».
Los años pasaron. Ya cercana a los cincuenta, cuando el tiempo y las condiciones de vida le han pasado factura, Bárbara cree que lo que comenzó siendo una exigencia se ha vuelto, simplemente, mendigar.
Sede Poder Popular en Regla.
En abril de 2013, una madrugada que Danilo trabajaba, Bárbara se fue de casa con su hija y su nieto de meses. Entraron a un consultorio médico abandonado y allí durmieron. Al día siguiente limpiaron el local y lo convirtieron en su nuevo hogar.
El consultorio estaba en ruinas. Solo las paredes y el techo habían sobrevivido al vandalismo de los vecinos que, durante diez años, habían robado las bombillas, los cables, la taza del baño, las puertas, las persianas y los azulejos. Los excrementos humanos y los condones usados estaban regados por el suelo. No obstante, para los problemas respiratorios de Jonathan cualquier cosa era mejor que dormir dentro de una palangana pequeña en un cuarto asfixiante con otras siete personas.
Al rato se presentaron en el consultorio varios funcionarios municipales. Un trasnochado militante del Partido Comunista había visto a Bárbara entrar al lugar y la había delatado. «Aquello fue un escándalo», dice Bárbara. «Todas las personas que durante años fui a ver, todos a los que les pedí que me ayudaran y nunca lo hicieron, estaban ahí, junticos. Me pidieron que regresara a mi casa de mil maneras y yo les dije que no. Aquello se puso feo hasta que, al final, la secretaria del Partido de Regla me dijo que si volvía a mi casa ella misma se iba a encargar de resolver mi situación. Me lo prometió, me dijo que al otro día me iban a dar una respuesta para solucionar mi problema en el gobierno de Regla. Y volví a mi casa».
Seis años más tarde, el viejo consultorio se ha convertido en una casa acomodada en la que alguien, al parecer, invirtió mucho dinero. Bárbara, sentada en el callejón de siempre, repite una y otra vez: «No debí confiar en ellos. Nunca debí irme de ahí».
Bonus Track.
Dirección Municipal de la Vivienda de Regla (29 de septiembre de 1992)
Compañera:
Dando respuesta a la carta enviada donde expone la necesidad de vivienda que presenta le comunicamos que en estos momentos no contamos con cuartos o inhabitables disponibles, existiendo muchos casos en igual o peores condiciones que el suyo. No obstante, hemos procedido a confeccionar su expediente como caso social, valorado el mismo como grave.
Atentamente
Iraida Ortega Ruíz.
Jefa del Departamento de Control de Fondo de la Dirección de Vivienda. Municipio Regla.
Acela Ramírez
Directora
Dirección Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas (5 de marzo de 1993)
Compañera:
Recibimos su carta dirigida a la Compañera Vilma Espín, planteando su situación con la vivienda.
Entendemos sus razones pero nuestra Organización no tiene competencia en estos asuntos, los cuales deben ser tramitados a través del Poder Popular y la Vivienda. Con el interés de que su caso sea valorado estamos enviando su escrito a la Dirección Provincial de esta última.
Saludos
Daisy Rivero León
Funcionaria
Asuntos Generales
Dirección Municipal de Servicios Comunales del Poder Popular para la Dirección Municipal de la Vivienda (7 de junio de 1993)
Compañera:
Por este medio les comunicamos que nuestro centro se responsabiliza con la entrega de materiales de construcción para la reparación de inhabitables que se le entregará al compañero Danilo Olavarrieta.
Consejo de Estado (14 de julio del 2006)
Estimada compañera:
Una vez que analizamos su carta dirigida al Consejo de Estado, en la que refiere crítica situación de vivienda como caso social, se dispuso darle cuenta a la Dirección Provincial de la Vivienda, en tanto necesariamente este asunto debe estar valorado por la Dirección de la Vivienda en el territorio, que es la entidad con jurisdicción y competencia, facultada para decidir lo que resulte procedente conforme a la disponibilidad del fondo habitacional y el orden de prioridad establecido.
Atentamente
René Montes de Oca Ruiz
Jefe del Departamento de Atención a la Población
Dirección Municipal de la Vivienda (25 de septiembre del 2006)
Compañera:
La presente tiene como objetivo proceder a dar respuesta a la carta que remitiera usted al Consejo de Estado referente a la crítica situación de vivienda que presenta.
Tenemos a bien informarle que se procedieron a realizar las investigaciones pertinentes al caso de su inmueble, comprobando las pésimas condiciones en la cual convive, además, se conoce que usted cuenta con Expediente de Caso Social del año 1992, el cual se encuentra en el Departamento de Atención a la Población, valorado de máxima gravedad, según acta #13 de fecha 22/12/99.
Ahora bien, su caso en estos momentos no tiene solución por nuestra entidad, ya que no contamos con fondos habitacionales disponibles a entregar acorde a su núcleo familiar, no obstante, cuando exista la posibilidad se procederá a dar solución al mismo, trámite tal cual le comunicamos para su conocimiento.
Sin más
Mayli García GonzálezAtención a la Población
(Continuará…)
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