Miguel Barnet y Raúl Castro.
Alguna vez quedé paralizado ante la extravagancia de una humorada dedicada a Miguel Barnet. La ocurrencia aseguraba que el presidente de la unión de escritores y artistas de Cuba estuvo en aquella cena de “jueves santo”, esa que, luego de su celebración y de la muerte y resurrección de Jesús, se conoció como “la última”, esa que Leonardo Da Vinci fijó para siempre en una de las paredes del refectorio del convento dominico de Santa María de las Gracias, en Milán.
Barnet, por obra y gracia del chiste, se convertía en uno de los testigos de aquel “Misterio Pascual de Cristo”. Ese exceso, que podría resultar ofensivo para cualquier cristiano, terminó con una carcajada del “relator”. Sin dudas, con la “ocurrencia” se intentaba ilustrar, explicar, los desafueros del autor de Biografía de un cimarrón, a quien se situaba a la derecha de Jesús, haciéndolo coincidir, sobreponiéndolo, con la figura de Judas.
Tal cotejo tenía tintes de delirio, sobre todo por el empeño de poner a Barnet junto a Jesús, pero así ocurrió lo que sin dudas fue una jocosa manera de visibilizar ciertas alucinaciones y egolatrías a las que el escritor ya nos tiene acostumbrados. El trastorno provocó la risa burlona de los presentes, y la chanza siguió siendo lugar común entre los que refieren al autor de Fátima o el parque de la fraternidad, ese “cuento” que, a pesar de estar entre las peores piezas narrativas de nuestra historia literaria, conquistó el premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional, y que prueba que quizá la “ilustración” ya no distingue a la Francia.
El chiste que ponía a Leonardo a pincelar la figura de Barnet, otorgándole el sitio que antes había decidido para Judas es, sin dudas, sintomático, y muestra la verdad del “predicamento” que disfruta la obra de este autor habanero que ha cultivado varios géneros literarios sin que consiguiera, en alguno de ellos, la maestría que el poder le otorga. La broma es prueba de que el renombre que se le atribuye al autor no es real, que la burla lo acosa, que se le distingue con chistes, que las muecas lo señalan, que ocupa glorias que no le corresponden.
A estas alturas se comentan más sus desatinos que los libros que escribió, importan más sus pavos reales y sus chihuahuas que cualquiera de sus libros. Desde hace tiempo sus “predicadores” prefieren reseñar sus dislates; la construcción de aquella pérgola que hizo levantar en una terraza muy cercana a su despacho de la UNEAC, y que costó muchísimo dinero a esa institución, que él dirige, sigue siendo comidilla y provoca la ira de los muchos que protestaron por el desafuero, aunque nunca nos enteramos de cuánto costó realmente, y tampoco si el perpetrador fue amonestado tras un evento tan frívolo y desacertado.
Barnet siguió siendo el presidente de la UNEAC, y no sería la pérgola el último de sus desatinos; vendrían otros, muchos, hasta llegar a ese que hizo tan visible el diario comunista Granma. Allí publicó su último desacierto, ese “poema”, ese disparate con el que intenta dar lecciones de política, las más desatinadas y alucinantes que una figura pública se permitió pergeñar en estos días previos al congreso de la organización que dirige.
Resulta ridículo que en un país donde la política rige todos los ámbitos y cada rinconcito, se niegue la existencia política del hombre; que alguien se atreva a proferir tan delirantes definiciones, que incluso se sugiera que no en cualquier sitio se puede recurrir a ella y discutirla. Resulta increíble que “a estas alturas del partido”, después de que hace tanto Aristóteles considerara al hombre como un animal político, el presidente de la más pública de las instituciones de la cultura se aparezca dando las más absurdas y disparatadas definiciones, desde el diario más comprometido con la política.
La política, según los delirios “barnetianos”, solo podría hacerse desde la centralidad del Granma; supone que no se puede hacer política en un parque, y jamás en una guagua repleta de cubanos sudorosos y cansados de esperar tanto por ese transporte. No será tolerable hacerla en una cola atestada de hambrientos que se procuran el alimento de la noche. La política es cosa de paraninfos y congresos, aunque corra el riesgo de despolitizarse, aunque se corra el riesgo de convertir a la política en oficio, como le sucedió a él.
No falta mucho para que comience el congreso de la UNEAC, esas reuniones de artistas en las que el centro será la política y no la creación, pero solo tendrá espacio el discurso que alabe al poder. En ese congreso la libertad no será centro de diálogo. En el congreso por venir la libertad no será libre, y Barnet se sentará a la derecha de Díaz-Canel, y ambos a la de Raúl. La libertad de ese congreso estará, sin dudas, acordada, y no habrá espacio para la discrepancia. Los acuerdos del congreso ya están trazados, ya cuentan con una aprobación unánime. Miguel Barnet, Luis Morlote o Periquito Pérez serán los candidatos a una presidencia que ya hoy tiene un presidente.
En el congreso se tratarán los asuntos que ya están previstos, como la presidencia, y no importa que nombre tenga, porque lo más importante es la subordinación al gran poder, y el acatamiento. La política en Cuba es un oficio, como nos advierte, quizá por impericia poética, o política, Miguel Barnet en el “poema” de marras: “El carpintero es el que sabe cortar la madera/ El panadero es el que sabe amasar el pan/ Zapatero a su zapato”, así nos advierte que la política es cosa de políticos. Sin dudas, la única “novedad” del congreso de la UNEAC podría ser un nuevo presidente, que también sin dudas ya está elegido, o lo que es lo mismo, designado.
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