Por Luis Cino.
Este mes de junio se cumplen 30 años del inicio de la Causa 1, en 1989, que culminó con el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, Tony de la Guardia y dos de sus allegados; y la purga en el Ministerio del Interior, con la que el régimen ahogó, mediante el terror, cualquier tipo de demandas a lo Perestroika dentro de las instituciones armadas.
A propósito de este aniversario, y de que por estos días terminan los 30 años de privación de libertad a que fue condenado el general Patricio de la Guardia, por lo que se supone deba terminar la reclusión domiciliaria a la que estaba confinado desde 1997, ha insistido en el tema, en su blog, el escritor Norberto Fuentes, exiliado en los Estados Unidos y al que muchos califican como “el cronista de la Revolución Cubana”.
Norberto Fuentes, que estuvo muy próximo a los condenados de la Causa 1, siempre ha mostrado su dolor por lo sucedido, que fue en definitiva, y no por otra razón, por lo que rompió con la dictadura castrista, de la que había sido un fiel abanderado y a la que sacó bastante provecho hasta que lo tronaron.
En estos días, Fuentes se ha extremado en sus muestras de preocupación y cariño por Patricio de la Guardia, “el Patrick”, como afectuosamente lo llama.
No veo mal la lealtad con los amigos, todo lo contrario, pero confieso -y que me disculpen los bondadosos y caritativos- que me repugnan los defenestrados del régimen, particularmente los que mataron por servirlo. Por eso, no le deseo mal, pero tampoco me preocupa demasiado el destino que corra Patricio de la Guardia de ahora en adelante.
Le tengo compasión porque imagino lo durísimo que le resultaría al general el fusilamiento de su hermano mellizo, y encima, esa larga condena dictada por los mismos a los que tanto y tan fielmente sirvió. Ojalá que ahora, pasados los 81 años, pueda terminar sus días en paz. Por lo demás, en su reclusión domiciliaria Patricio de la Guardia estuvo en condiciones incomparablemente mejores que la mayoría de sus compatriotas. Seguramente no pasó hambre, y a falta de una casa, tiene dos, una en Miramar y la otra en Soroa. Si lo tienen vigilado, por lo que sabe y para que no hable, que le consuele el saber que todos los demás cubanos también estamos vigilados, siempre y a toda hora.
Norberto Fuentes debía simpatizarme, no solo porque ha demostrado ser amigo de sus amigos, en las verdes y las maduras, cualidad que mucho valoro, sino también porque es un escritor que mucho disfruto -lo considero de los mejores de su generación- y porque además tenemos en común el culto por Elvis Presley y el rock and roll clásico. Pero me cae mal, muy mal Norberto Fuentes. Me molesta que no haya acabado de cortar el cordón umbilical que aun lo une al castrismo, y que todavía, a estas alturas del campeonato, se muestre orgulloso y nostálgico de sus años verde olivo, de los que suele jactarse, haciéndose el que se las sabe todas.
Se ufana de haber sido “la memoria de la memoria” de Fidel Castro. “Menos falsa que la suya porque no tiene propósitos”, según afirmaba. Apropiado de esa memoria, escribió una autobiografía apócrifa que parece, por su tono y aliento, más escrita por el Comandante que si de verdad lo hubiese sido.
También se adjudica Norberto Fuentes, compartida con Heberto Padilla y Antón Arrufat, la paternidad de la disidencia literaria. Todo porque en 1971, aún sin haber sido todavía rehabilitado del castigo por escribir Condenados de Condado, en la noche de la autocrítica de Heberto Padilla en la UNEAC, de todos los escritores convocados a autoinculparse del modo más estalinista posible, fue el único que dijo que no tenía de qué arrepentirse, lo cual hizo sospechar a algunos, que aquello era parte del guion de la Seguridad del Estado.
Pero lo que no le perdono a Norberto Fuentes, de todas sus jactancias, es aquella satisfacción que mostró cuando como corresponsal de guerra que acompañaba a las tropas que combatían a los alzados anticastristas en el Escambray -“el ejército de fábula de Tomasevich”, como las denominó- pudo cumplir sus sueños de presenciar fusilamientos y “orinar en la cuenca de los ojos de los cadáveres de los enemigos”.
Sus experiencias en el Escambray le permitieron escribir Condenados de Condado, pero lo castigaron por la demasiada dureza y crueldad que mostraba. Emergió rehabilitado del Caso Padilla. Cronista de la corte, se convirtió en amigo y confidente de lo que más valía y brillaba en la aristocracia verde olivo. Con ellos compartió juergas, festines, cortesanas, el gimnasio de Tropas Especiales y algunos secretos sumamente comprometedores.
Mezcla de escritor, ranger y playboy, con reloj Rollex y gafas Ray Ban obsequiadas por los Jefes, su posición entre los jerarcas de las FAR y el MININT le garantizó una vida de lujos y prebendas que terminó con la purga en el MININT de junio de 1989. Fuentes estaba demasiado enterado de los pormenores de lo que ocurría en los pisos superiores del régimen. Pudo ir a dar al paredón o ser condenado a 30 años de cárcel, como su amigo “el Patrick”, pero Gabriel García Márquez usó sus influencias con Fidel Castro y logró sacarlo de Cuba en 1994.
Desde entonces, radicado en los Estados Unidos, Norberto Fuentes es un exiliado diferente, distinto a todos los demás, que llora y reprocha al régimen su paraíso perdido, su desvanecido mundo de amigotes con grados de general, privilegios, francachelas y putas.
¿Entienden por qué me cae mal Norberto Fuentes? ¡Qué lástima sea tan buen escritor!
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