miércoles, 30 de septiembre de 2020

Ministro de Liquidación.

Por Juan Orlando Pérez.

Alejandro Gil, ministro de Economía y Planificación de Cuba.

El Ministro de Economía y Planificación de Cuba, Alejandro Gil, es hermano de Vicky, la de «De La Gran Escena». Este importante dato biográfico no explica, sin embargo, por qué Miguel Díaz-Canel lo escogió para dirigir la economía cubana en los meses finales antes de la clausura definitiva del país y el traslado de los últimos remanentes de su población a otros territorios. Vicky, o María Victoria Gil, es cómplice de la transmisión televisiva de «Memory», el himno de Grizabella en Cats, interpretado por Elaine Paige en la producción original del New London Theatre, 1376 veces y media (hubo un apagón en el ICRT durante la emisión de «De La Gran Escena» el miércoles 25 de agosto de 1993, justo cuando Paige ascendía a las notas más altas, «Touch me, it’s so easy to leave me!…»). Durante las décadas en que Vicky presentó ese programa, los cubanos fueron expuestos también a 874 retransmisiones de «Barcelona», con Freddy Mercury y Monserrat Caballé, a 549 de Barbra Streissand en Yentl («Papa, can you hear me?»), y lo que es mucho peor, algo casi imperdonable, a la obra pictórica de Cosme Proenza. Nada de eso justifica lo que le han hecho a su hermano.

La contribución de Vicky, del director de «De La Gran Escena», José Ramón Artigas, y de su perenne escritor, Orlando Quiroga, a la educación sentimental de varias generaciones de jóvenes homosexuales cubanos, es incalculable, podría decirse que «De La Gran Escena», junto con el seminario de San Carlos y San Ambrosio, los videos de Madonna que ponían en «Contacto», y la mera existencia de César Évora, fue uno de los factores más importantes que explican la supervivencia de la comunidad gay de Cuba en los oscuros años que median entre la llegada del SIDA a la isla y el estreno de Fresa y Chocolate. Algún día se pondrá una placa de homenaje al equipo de «De La Gran Escena» en el corazón del barrio gay de La Habana, la franja de ruinas y escombros entre Prado y Galiano que incluye sitios sagrados como la casa de Lezama, los restos del Teatro Musical, antiguo Alhambra, el lugar donde fue velado Alberto Yarini en Galiano entre Ánimas y Lagunas, y el parque Fe del Valle. Pero Díaz-Canel no designó ministro al hermano de Vicky Gil como homenaje a su programa. Si el presidente de Cuba quería tener un gesto hacia los admiradores de Barbra y Freddy en la isla, lo único que tenía que hacer era impedir que sus genízaros cargaran contra la pequeña, inofensiva marcha gay en La Habana en mayo del año pasado. Pero no hay quien entienda a Díaz-Canel, un día va a un concierto de Laura Pausini, divino él, y otros días, la mayoría, se comporta como un sargento de las UMAP.

En realidad, no se sabe por qué Díaz-Canel nombró a Gil ministro. Quizás porque Gil fue el único de los candidatos sometidos a consideración que no tuvo tiempo de buscarse un certificado médico para evitar ser escogido. Se sabe muy poco de él, de su pedigrí académico, de su experiencia administrativa, de su filosofía. Cuando Díaz-Canel anunció su promoción a ministro en la sesión de la Asamblea Nacional del 21 de julio de 2018, no dedicó ni un segundo a explicar la razón. Aquel día, los ministros de Cuba fueron presentados a la Asamblea como si fueran los peloteros del equipo nacional escogido para participar en el torneo de Haarlem. «Solicito que se pongan de pie en la medida en que los mencione», dijo Díaz-Canel, y uno por uno los ministros se levantaron de sus escaños al oír su nombre, aupados por los aplausos brezhnevianos de la Asamblea. Ramiro Valdés, el primero en ser llamado, escrutó a los diputados desde su escaño en la presidencia, haciendo una lista mental de los que estaban aplaudiendo con menos entusiasmo. Ricardo Cabrisas, nombrado viceprimer ministro, parecía sumamente contrariado, como si lo hubieran obligado a posponer nuevamente su jubilación, que solicitó por primera vez cuando todavía existía el CAME. Ulises Rosales del Toro no parecía saber dónde estaba, se cuadró como si esperara que Fidel apareciera por un lateral del escenario a pasar revista. Cuando Díaz-Canel terminó de leer su lista, y todos los ministros quedaron de pie, la Asamblea pudo ver algo insólito, una colección de mediocridades comparable sólo al equipo de béisbol cubano que una semana antes de aquella sesión en el Palacio de las Convenciones se las había ingeniado para perder 5 a 4 en el torneo de Haarlem con Alemania, los teutones del diamante.

No es que los gobiernos de Fidel o Raúl Castro se hayan distinguido por su altura intelectual o política, basta recordar que Guillermo García fue ministro de Transporte, el Gallego Fernández de Educación, Ulises Rosales del Azúcar y Felipe Pérez Roque de Exteriores, pero el de Díaz-Canel es el peor gabinete, el menos calificado, el menos competente, en la historia de Cuba. El propio Díaz-Canel debe haber advertido qué pobrecitos eran los currículos de la mayoría de aquellos ministros, y prefirió no leerlos. «Ustedes recibieron la síntesis de las compañeras y compañeros mencionados», le dijo a la Asamblea, «lo que les ha permitido apreciar que todos poseen una amplia trayectoria y experiencia como cuadros». La Asamblea asintió, y hubiera asentido con igual sinceridad si en vez de Alejandro Gil hubiera sido su hermana la escogida para Ministra de Economía y Planificación. La economía nacional no se habría afectado con el cambio de hermanos, pero al menos el Consejo de Ministros hubiera tenido una mujer más. Sólo ocho, el 23% de los 34 ministros anunciados por Díaz-Canel, eran mujeres, una proporción ligeramente inferior a la del consejo de ministros del mariscal El-Sisi en Egipto, que también tiene ocho mujeres, pero menos carteras. Solo nueve de los ministros presentados por Díaz-Canel eran «negros y mestizos», el 26%, aunque no está claro por qué el resto de los ministros, los que no marcaron «negro» o «mestizo» en la planilla, se creen que son teutones. A primera vista, lo más notable del gobierno cubano presentado por Díaz-Canel en el verano del 2018, además de estar formado por una amplia mayoría de hombres supuestamente blancos, era que nadie tenía la menor idea de dónde habían salido la mayoría de ellos.

Las biografías oficiales de los ministros, que la Asamblea pudo leer, no fueron publicadas en Granma, y los periodistas que trataron de averiguar algo sobre Gil sólo pudieron encontrar algunos pocos datos. Su hermana salió a defenderlo en Facebook, dijo que era un hombre «brillante, sencillo, dedicado, estudioso, inteligente y sacrificado», y reveló que había «cambiado su vida de privilegios en Inglaterra como gerente de la compañía mixta Seguros Caudal para regresar a Cuba a trabajar de sol a sol sin prebendas ni comodidades». Con eso de los «privilegios», Vicky probablemente no quiso decir que su hermano tenía una mansión en Belgravia y una mesa reservada todas las noches en Le Gavroche, un palco en Covent Garden y una amante rusa, ex modelo y letal agente del FSB, con la que se encontraba todos los martes en una suite del Mandarin Oriental en Hyde Park, sino solo, probablemente, que podía acceder a los lujos de los que disfruta la clase obrera británica pero que a los cubanos les pueden parecer tan fantásticos como los tesoros de Alí Babá, picadillo de Tesco, pulovitos de H&M, internet, paracetamol, agua corriente, el metro. Al parecer, Gil, ingeniero en Explotación del Transporte, fue Gerente de Cargas de Intermar S.A., una «agencia internacional de inspección y ajuste de averías y otros servicios conexos», que forma parte, en efecto, del grupo Caudal, una entelequia que, en la oscura terminología económica cubana, funciona como una «organización superior de dirección empresarial», una OSDE, un invento de Raúl Castro para tratar de darle más autonomía a las empresas de la isla y hacer que la toma de decisiones sea menos lenta y torpe. La introducción de las OSDE ha tenido resultados asombrosos, como cualquiera puede observar en Cuba, y Caudal S.A., en particular, recibió en 2019 el título de Colectivo Distinguido Nacional en una emocionante ceremonia celebrada en el Museo de la Clandestinidad, después de la cual hubo un motivito.

Un colega de Gil en Intermar recuerda «la profundidad de su razonamiento y la claridad de su discurso, carente de retórica y altamente profesional». De acuerdo con ese colega, Gil «todos los días hacía honor a su reputación de jefe inteligente y afable… todos lo queríamos».

Pero, también observó ese testigo, la «subordinación» de Gil «al mando superior» era «total y completa, sin disidencias». Esa doble combinación, cierta competencia técnica y obstinada docilidad política, parecen haber impulsado la carrera de Gil en el Ministerio de Finanzas, donde escaló posiciones hasta llegar a viceministro primero. Cambió de ministerios, de Finanzas y Precios a Economía y Planificación en el 2017. Un año después era ministro y responsable de completar la liquidación del país y la venta de sus últimos bienes en el mercado mundial antes de la llegada de los nuevos habitantes de la isla. Gil no es siquiera miembro del Comité Central, una señal de lo rápido que ha sido su ascenso. En el último congreso del Partido, en 2016, Marino Murillo era todavía Ministro de Economía y vicepresidente del Consejo de Ministros, y a él sí lo incluyeron en el Comité Central. Ahora Murillo, a quien se le ve en público cada vez menos, es todavía jefe de algo llamado «Comisión Permanente de Implementación y Desarrollo» de los célebres «Lineamientos» de la Política Económica y Social del Partido, una posición desde la que inevitablemente ascenderá, quizás después del retiro o la muerte de Raúl, al puesto de profesor auxiliar de Economía Política del Socialismo en la Universidad de Granma, en Bayamo. Si es listo, y logra que nadie lo culpe personalmente de la hambruna que diezmará la población cubana a inicios del 2021, dejando algunas provincias completamente deshabitadas, Gil será arrastrado al Comité Central en el próximo congreso, a menos que consiga por fin ese dichoso certificado.

Algunos observadores han descrito a Gil como un tecnócrata, pero el Ministro de Economía de Cuba no es tal cosa, sus decisiones, las pocas que puede tomar él solo, no están primariamente basadas en la ciencia, sino en la necesidad política, su tarea más importante no es reconstruir la economía cubana, sino impedir un estallido social, que una tromba de gente entre al Palacio de la Revolución, arrastre a Díaz-Canel y se lo ponga de sombrero a Martí en la plaza. El gobierno de Cuba no tiene tecnócratas, esa figura no existe en un sistema político diseñado para impedir, no controlar, el disenso, incluso aquel que esté basado en el conocimiento y la experiencia. La técnica es la técnica, Teófilo Stevenson dijo sabiamente una vez, y sin técnica no hay técnica, pero los líderes cubanos sólo aceptan aquellos dictámenes técnicos que no contraríen acciones políticas vistas como necesarias o convenientes para su supervivencia, o incluso, en el pasado, meros caprichos y ocurrencias de Fidel. Ningún ministro de Cuba tiene autoridad para proponer acciones que puedan mejorar significativamente la vida de la gente a costa quizás de abrir grietas en el monopolio de poder del diminuto grupo que decide todo lo importante. Ninguno se atrevería siquiera a sugerir tímidas medidas de liberalización de la propiedad, la producción, los precios y los mercados si no reciben primero una indicación clara, inequívoca, de que pueden hacerlo. Y quizás incluso si Raúl Castro en persona los invitara a construir el capitalismo, los ministros de Díaz-Canel creerían que les han tendido una trampa y balbucearían una consigna contra el imperialismo, o arrancarían a cantar la «Marcha del Pueblo Combatiente», o cualquier otra verracada.

Gil ya no tiene que guiarse por los dogmas marxistas, estalinistas o maoístas que inspiraron las políticas económicas cubanas en otras épocas, esos dogmas han sido despedazados por la realidad, cien mil copias de los Fundamentos de la Filosofía Marxista de F. V. Konstantinov (Gozpolitizdat, Moscú, 1958, 688 pp) valen ahora menos que un kilo de pollo en el mercado mundial. Pero por más equivocados o absurdos que fueran esos dogmas, al menos proveían una guía, dotaban a los directores de la economía cubana de una hoja de ruta, un destino, un punto al que llegar, la ilusión de que estaban ejecutando un plan de desarrollo económico y social que terminaría cuando Cuba fuera más rica que Holanda. De esos dogmas sólo queda la áspera retórica de la superioridad del socialismo sobre la economía de mercado, y los clichés de la gloria de la Revolución, la resistencia antimperialista y la justicia social, que los ministros de Cuba son obligados a repetir en Twitter, una vez al día por lo menos, tarea que Gil cumple con notable disciplina. A pesar de lo que dicen los ministros en sus tuits, y de los cacareados «lineamientos» de Murillo, ya no hay plan, se vive al día, los ministros de Cuba están completamente dedicados a la intrincada contabilidad de la miseria, cuántos jabones se pueden repartir en Pinar del Río este mes, cuántos kilómetros de tuberías hay que reparar urgentemente en La Habana para que media ciudad no se quede sin agua, cuántos pacientes de asma en Camagüey no han recibido todavía sus inhaladores, cuántos kilómetros de tripas de res y cerdo se pueden «recuperar» para alimentar a la gente. Ya era así antes de la pandemia, ahora sólo es infinitamente peor. Al gobierno de Cuba no le hacen falta tecnócratas, lo que le hacen falta son magos.

En un gobierno que incluye al Ministro de la Industria Alimentaria, Manuel Santiago Sobrino, al de Educación Superior, José Luis Saborido, al de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez, y a unos cuantos más que dan pena, que no serían escogidos ni para dirigir un almacén en un país normal, el pobre Alejandro Gil parece una lumbrera, un corredor de bolsa de la City de Londres que Díaz-Canel encontró un día en Searcys at the Gherkin, almorzando con la rusa, Tatiana, filete de res Hereford cocido a la brasa con setas y nabos, acompañado de trufas fritas y una botella de Château Latour 1999, y trajo a Cuba con la misión de encontrar un comprador para la isla. Pero en comparación con otros ministros de Economía y Finanzas, ya no de Europa, sino de Centroamérica y el Caribe, la experiencia y las calificaciones de Gil, las que se conocen, son muy modestas. El Ministro de Finanzas de Jamaica, por ejemplo, Nigel Clarke, tiene una maestría y un doctorado de Oxford, y ha dirigido o presidido veinte empresas públicas y privadas, incluyendo el banco central y la autoridad portuaria de su país. El profesor Miguel Ceara Hatton, Ministro de Economía de la República Dominicana, estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México, trabajó para la UNICEF y el PNUD, ha impartido clases de macroeconomía y teoría del desarrollo durante décadas en varias universidades de su país, ha sido columnista de los principales diarios de Santo Domingo y ha publicado once libros. Victoria Hernández Mora, Ministra de Economía, Industria y Comercio de Costa Rica, que no estudió en Londres ni en Massachusetts, sino en San José, es una experta en cooperativas y pequeñas empresas, ha sido durante muchos años profesora universitaria e investigadora y fue directora del Banco Popular y de Desarrollo Comunal de su país. El Ministro de Desarrollo Económico de Honduras, Arnaldo Castillo, hizo una ingeniería en Taiwán y un MBA en Hong Kong, habla mandarín e inglés y fue gerente de distribución de Fruit of the Loom en China. El Ministro de Economía y Finanzas de Panamá, Héctor Alexander, que tiene una maestría y un doctorado de la Universidad de Chicago, y ha sido ministro y viceministro varias veces, fue al inicio de su carrera subgerente de la Zona Libre de Comercio de Colón, el más importante centro de distribución de mercancías del hemisferio.

Esos ministros tienen distintas ideologías políticas y principios de administración económica, y algunos críticos podrían describirlos, groseramente, con lenguaje y estupidez konstantinovescos, como meros administradores del subdesarrollo y la dependencia de sus países, pero nadie podría alegar que no están ampliamente calificados para sus puestos, mucho más que cualquier ministro de Díaz-Canel. No hay ninguna razón para pensar que Gil era, al principio de su carrera, menos inteligente o capaz que sus colegas del arco del Caribe y el Golfo de México, pero su formación y su experiencia, como la de los otros ministros diazcanelistas, ha estado fatalmente limitada por la galopante mediocridad de la enseñanza de las ciencias sociales y económicas en las escuelas y las universidades cubanas, el aislamiento internacional de la sociedad y la economía del país, el contagioso oscurantismo ideológico del Partido, y la falta de libertad política e intelectual que exprime el cerebro de los funcionarios de Cuba hasta sacarles las últimas gotas de imaginación, creatividad y coraje. Por supuesto, en Cuba quedan, en cada campo o especialidad, decenas de miles de brillantes profesionales que podrían, si los elevaran al Consejo de Ministros, a la dirección de las empresas, a las columnas de los periódicos y a los decanatos universitarios, revertir la ruina del país, quizás al final los cubanos no tendrían que abandonar la isla, podrían quedarse. Pero a esos talentos los han obligado a callarse, y a hablar sólo cuando los llaman, a sólo dar consejo cuando se lo piden, que es casi nunca. La degradación intelectual de los círculos de mando y administración del gobierno cubano, su desprofesionalización, la inhabilidad o desinterés de los líderes del país para identificar, formar y promover a las estructuras de mando individuos con la capacidad de pensar y crear libremente, y a la vez, la renuencia de los profesionales más calificados del país a ser elevados a puestos de dirección, en el Consejo de Ministros, las provincias y las empresas, es uno de los síntomas más claros de la descomposición del sistema político que ha regido Cuba durante seis décadas. El otro síntoma de que ya esto no da más es el equipo nacional de béisbol. En comparación con estos alcornoques de ahora, Carlos Lage, el pediatra que administró la isla durante el período especial, parece Angela Merkel. Roberto Robaina, Obama.

Al menos Gil estuvo algún tiempo en Londres, que es como estar en todo el mundo a la vez, uno se imagina que el Ministro de Economía de Cuba ha visto los frisos del Partenón en el Museo Británico y ha comido hamburguesas en el McDonald’s de Leicester Square. Ha comprado en Boots, en Primark y, nos hacemos la ilusión, también en Waterstones. Ha caminado entre las torres de los bancos de Canary Wharf, entre los turistas del South Bank, y entre los bears, los twinks y las drag queens del Soho. Ha visto a los batallones de la policía desfilar en la Marcha del Orgullo Gay, no asaltarla. Ha visto a un ciudadano llamar mentiroso al Primer Ministro del Reino Unido en Question Time en la BBC, y a los demás miembros de la audiencia estallar en aplausos. Quizás, siguiendo la recomendación de su hermana, de Vicky, vio en el West End El Fantasma de la Ópera y Les Misérables, otros dos favoritos de «De la Gran Escena» (el programa ya ha puesto 248 veces a Sarah Brightman cantando el aria del Fantasma, y 156 veces a los estudiantes revolucionarios de París rugiendo «Do you hear the people sing, singing a song of angry men?»). A diferencia de otros ministros de Cuba, que sólo han visto brevemente el mundo exterior cuando han ido de «visita oficial» o «de trabajo», o «como parte de una delegación», Gil ha vivido y trabajado allí, y quizás, sólo él en ese esperpéntico gabinete de Díaz-Canel, tiene una idea de cómo podría ser Cuba, no como Inglaterra, y mucho menos como Holanda, pero, quizás, echando a volar la imaginación, un país donde no haya colas de días para comprar comida y el paracetamol esté regalado en las farmacias.

A lo mejor Díaz-Canel lo escogió para Ministro de Economía porque era el único de los candidatos considerados que tenía una remota idea de cómo funciona el capitalismo, había leído alguna vez The Financial Times, había comprado pacotilla en Amazon y podía hablar inglés con ministros extranjeros. Cuando a Cabrisas le llegue finalmente el retiro, habrá que sustituirlo con alguien que pueda ir al Club de París a suplicar, y al menos Gil es relativamente presentable. Pero si hay alguien en ese Consejo de Ministros que sabe que la Cuba de Raúl Castro y Díaz-Canel no tiene arreglo, es él. Por eso su función, que no puede declarar abiertamente, y que disimula tuiteando tonterías, no es planificar el futuro, como indica su título, el futuro ya no existe. Su tarea es cerrar Cuba, para siempre, desalojarla, y dejar que los sobrevivientes puedan comenzar una nueva vida en cualquier otra parte. Él tiene pensado volver con Tatiana.

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martes, 29 de septiembre de 2020

Un día normal en sesenta años.

Por Javier Prada.

Cartel de los CDR en La Habana.

Si algo bueno ha traído la pandemia de COVID-19 es el brusco parón de las algarabías revolucionarias, excepto el molesto, pero cada día más débil escándalo de las nueve de la noche, con el que la claque del barrio reconoce el trabajo de los médicos cubanos. Se sabe ya que los galenos cambiarían esos aplausos por una mejor gestión del régimen para evitar las colas, o una mayor conciencia ciudadana a la hora de cuidarse y cuidar de los demás; pero aplaudir es lo que está establecido y a falta del entusiasmo popular que se hizo sentir durante los primeros meses de la crisis epidemiológica, los cederistas del barrio inician la alharaca y exhortan a sus vecinos a apoyar.

Por tal motivo, la gente evita que el Cañonazo los pille en el quicio o los balcones de sus casas. No tiene sentido aplaudir en medio de un rebrote que tiene a La Habana en paro casi total, asediada por policías dispuestos a multar a cualquiera, sea un infractor o un pobre infeliz seleccionado al azar.

Esa claque incongruente y predecible ha tenido que quedarse sin juerga ni caldosa cederista por culpa del coronavirus. No hubo vísperas de ron y bronca para celebrar la creación de los CDR, ni tributo a la chivatería este 28 de septiembre. Dos días de calma absoluta y un olvido popular que debe estarle quemando al castrismo como un clavo al rojo vivo. Con desgano y hasta vergüenza, obligados por la decisión tomada en otros tiempos, los cederistas concentraron la tradicional gozadera en trozos de papel y cartón con consignas impresas o escritas a mano, con caligrafía de primaria.

“Vivan los CDR” fue la más repetida en las puertas de esos tontos útiles que tuvieron que poner su cartel para que se sepa que son ellos, y solo ellos, quienes se prestan al ridículo. En ciertas cuadras el titular del Comité trató de colocar panfletos en otras puertas y se encontró con negativas rotundas, en muy mala forma algunas, provenientes de vecinos que luego de meses de colas, hambre y estrés, no quieren saber de nada.

Los comecandela no se atrevieron a hacer presión, ni siquiera con el toque de autoridad que les ha concedido el exespía Gerardo Hernández Nordelo, hoy mantenido del castrismo como en la etapa republicana lo eran aquellos zánganos que vivían de las llamadas “botellas” (nóminas políticas infladas y remuneradas). Los chivatones de barrio saben que esta “coyuntura” epidemiológica va a pasar, pero la económica pica y se extiende. Si ahora tienen la “facilidad” de beneficiarse del negocio que antes pertenecía a los coleros, eso se acabará en algún momento y volverán a ser los muertos de hambre que tocan la puerta del vecino para pedir un analgésico, o dos laticas de arroz hasta que llegue la cuota del mes próximo.

El 28 de septiembre es desde hace años una jornada penosa para hombres y mujeres de bien; incluso para algunos obligados a aparentar que son revolucionarios hasta la médula, y otros que siendo verdaderamente revolucionarios, entienden que los CDR son una de tantas fachadas para tapar la corrupción que ahoga al país. No se trata siquiera de una delincuencia organizada, sino de un gremio rastrero que ha disminuido sus expectativas, y con ella el valor de su propia lealtad al sistema como moneda de cambio.

Los cederistas procuran que su chivatería sea selectiva porque saben que todo el mundo sabe a lo que se dedican, y entre esos que saben hay gente a la que no quieren perjudicar, porque la necesitan. Debe ser agotador intentar quedar bien con la dictadura sin violar la ética del barrio. Un presidente del comité probablemente cuente entre los seres más solitarios, aborrecidos e inútiles de Cuba, que cada 28 de septiembre vive a plenitud su propia mentira, convocando a la cuadra, pintando las aceras con cal, yendo de puerta en puerta para recolectar algunos pesitos, forrajeando el pedazo de gordo de puerco, el pobre surtido de viandas y las botellas de ron adulterado que asigna el Gobierno Municipal a algunas circunscripciones.

Todo eso estuvo ausente este año y hay que agradecerlo; en especial porque se hizo sencillo imaginar Cuba sin esos rituales decadentes que recuerdan cuán estúpidos hemos sido y cuán atrasados estamos en todos los sentidos. Consignas, alcohol, música de la peor, palabras obscenas en boca de resentidos, enajenados, indolentes y oportunistas. La bandera cubana, la del 26 de julio, la náusea, Fidel y Raúl. Nunca Díaz-Canel. Los cubanos lo detestan.

Hubo silencio el 28 de septiembre por vez primera en sesenta años. Hubo olvido y asco, y miradas amenazantes. “Que no coma tanta pinga y guarde el cartón pa’ los apagones”, dijo en voz alta una vecina entrada en años que vive en puerta de calle y se negó a que amarraran en su reja uno de los panfletos. Su actitud fue, por mucho, lo mejor del día; la prueba concluyente de que el castrismo está erosionado hasta en su base generacional.

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CDR en Cuba, 60 años de delación.

Por Alberto Méndez Castelló.

La organización parapolicial de vigilancia y delación quizás mayor y más longeva del mundo, los llamados Comités de Defensa de la Revolución (CDR), fundados por Fidel Castro el 28 de septiembre de 1960, cumplen 60 años.

Dirigidos hoy por Gerardo Hernández Nordelo, exagente de inteligencia del Ministerio del Interior (MININT), otrora jefe de una red de espías plantada en el sur de la Florida, los CDR parecen cabalgar sobre la cresta de una ola de delaciones que, como en sus mejores tiempos en los años 60 y 70 del pasado siglo, ahora mantienen ocupados a jueces, fiscales, policías y carceleros a la par de médicos y paramédicos en el mismísimo rebrote de la pandemia de coronavirus en Cuba.

En lo que se conoce como “la noche de las cien bombas, a las nueve de la noche del 8 de noviembre de 1957, integrantes del Movimiento 26 de julio, del que Fidel Castro era el jefe máximo, hicieron explotar en La Habana decenas de explosivos. Pero el dictador de turno, Fulgencio Batista, no optó ante esa ristra de actos terroristas por la violación masiva de los derechos individuales de los cubanos, como sí hizo Fidel Castro ante la explosión de un petardo.

El fallecido gobernante creó “un sistema de vigilancia colectiva” para saber “qué hace el que vive en la manzana”, y conocer no sólo de los ciudadanos residentes en La Habana, sino en todos los pueblos, ciudades y campos de toda Cuba, “qué hace”, “a qué se dedica”, “con quién se junta” y “en qué actividad anda”.

Los CDR llevan 60 años entrometidos, día y noche, en la vida privada de los cubanos, vigilantes de cada uno de sus movimientos, sin importar quehaceres ni estatus social, mezclando los intereses políticos con las ojerizas personales, en los que la envidia y los rencores juegan papeles insospechados, casi siempre funestos para los delatados.

En los CDR se observa por igual a delincuentes y criminales potenciales, ladronzuelos, comerciantes, campesinos, obreros estatales y trabajadores por cuenta propia, opositores políticos, o simples personas “que no están con esto”, militares, policías, intelectuales, campeones deportivos, artistas famosos, aunque canten loas al castrismo, funcionarios administrativos y políticos del régimen.

Hace dos días, un capitán retirado de la policía me narró el viacrucis que ha vivido a consecuencia de una denuncia en que le imputaron el haber asistido a una fiesta “en casa de un cubanoamericano”.

Y no son los CDR una organización de “chivatientes”, en alusión a los viejos delatores-combatientes-revolucionarios, como piensan algunos. Cuba es un estado policial donde, por mero instinto de conservación, no es raro encontrar metamorfosis entre delatores y delatados. A saber, el delatado hoy mañana se convierte en delator y el delator en delatado. La propia situación de desventaja jurídica, política y socioeconómica vivida por los cubanos en estos 60 años propicia esas alteraciones kafkianas.

Lo otro es que, jurídicamente, los “vigilantes” de los CDR se encuentran legitimados a la par de los oficiales, sargentos, soldados y auxiliares del Ministerio del Interior (MININT), los jefes de unidades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de la Defensa Civil y de los capitanes de las naves y aeronaves cubanas.

El apartado 5 del artículo 111 de la Ley de Procedimiento Penal dice que se “consideran auxiliares de las funciones judiciales” a los “responsables de vigilancia de los Comités de Defensa de la Revolución”. Y el artículo 112 de la propia ley conceptúa que “los auxiliares de las funciones judiciales practicaran sin dilación, según sus atribuciones respectivas, las diligencias que el instructor, el fiscal o el Tribunal les encomienden”.

Según declaraciones a la prensa oficial de Gerardo Hernández, Coordinador Nacional de esa organización, en Cuba hoy existen “casi 138 000 CDR”. Si usted multiplica esa cifra por al menos 10 integrantes por CDR, tendrá 1 380 000 personas mirando al lado para ver “qué hace”, “a qué se dedica”, “con quién se junta” y “en qué actividad anda” su vecino, y si no es un “vigilante revolucionario” por convicción, quizás sea un “vigilante por conveniencias”. Es alucinante, ¿no?

Cabe preguntarse: ¿La “vigilancia colectiva” es un concepto y una obra de Fidel Castro, o Fidel Castro copió de alguien ese engendro para implantarlo en Cuba?

En el libro "La Gestapo". Mito y realidad de la policía secreta de Hitler, el historiador británico Frank McDonough describe la histeria colectiva vivida en Alemania en los años 40, cuando un rumor, la mera suposición, una hipótesis, se convertía en prueba judicial, pues, la acusación de un vecino, bastaba para ir a la cárcel en una sociedad en la que todos eran jueces y verdugos.

“La gente común ayudó a la Gestapo a localizar a los opositores políticos… Muchas personas acusaron a otros por comentarios antinazis”, dice el historiador británico.

McDonough narra como “escuchar emisoras extranjeras” fue el “delito” imputado por dos vecinas a un hombre minusválido, Peter Holdenberg, residente de Essen, Renania del Norte, quien, pese a ser defendido por otros vecinos, fue acusado de “agitador peligroso”.

Peter Holdenberg, que terminó suicidándose en su celda, me recuerda el caso de Harold Brito Parra. Siendo apenas un adolescente y por escuchar “música extranjera”, Harold fue imputado de “diversionismo ideológico” y seguido y perseguido sin descanso. Harold murió en la cárcel, cumpliendo sanción por “índice de peligrosidad predelictiva”. Lo ocurrido a Harold Brito Parra en Cuba, no parece muy distante de lo sucedido a Peter Holdenberg, en la Alemania nazi.

En 1999 fue publicado el libro "Historia de un alemán. Memorias. (1914-1933)", donde Sebastian Haffner narra como la autoanulación individual reformuló los principios de la sociedad alemana para establecer el nazismo.

“Los nazis han emborrachado hasta el delirium tremens a los alemanes con el alcohol de la camaradería, cosa que, en parte, ellos deseaban. Han convertido a los alemanes en camaradas, y los han aficionado a esa droga desde la edad más temprana en las Juventudes Hitlerianas, las SA, el ejército del Reich, en miles de campamentos y federaciones, extirpándoles algo que no puede ser recompensado con la felicidad propia… La camaradería como forma de prostitución con la que los nazis han seducido a los alemanes, ha arruinado a este pueblo más que ninguna otra cosa”, dice Haffner.

60 años después de Fidel Castro haber anunciado la creación de los CDR, una organización de vigilancia policial que, no sólo ha mantenido bajo observación operativa a los cubanos dentro de Cuba, sino también a los que residen fuera del territorio nacional, y la red de espionaje que el actual coordinador nacional de los CDR dirigía en Estados Unidos es sólo uno de tantos otros casos parecidos, hace preguntar, recordando las palabras de Sebastian Haffner:

Del mismo modo que hizo Hitler… ¿Acaso Fidel Castro no emborrachó a los cubanos con “el alcohol de la camaradería” cosa que, “en parte ellos deseaban”? Cientos de discursos, millones de aplausos vienen a dar respuesta afirmativa a esa interrogante con un resultado desalentador: la mendicidad socioeconómica que hoy padece la nación cubana es fruto de la “camaradería como forma de prostitución” con la que el castrismo sedujo a los cubanos y, los parecidos con el nazismo parecen más una copia que una mera coincidencia.

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lunes, 28 de septiembre de 2020

Presidenta de CDR: “Pensé que esta Revolución iba a ayudar a los pobres.”

Por Augusto César San Martín.


A los 13 años de edad, Caridad Caraballo Forteza se incorporó a los Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Todo su empeño como dirigente local de la organización le sirvió para descubrir “la mayor decepción de su vida” a los 73 años de edad. 

A pesar de desempeñarse como presidenta del CDR no. 7 “Claudio Argüelles Camejo” de Habana Vieja, Caraballo Forteza asegura que esa organización de masas -supuestamente no gubernamental- le dio la espalda.

“Me parece mentira que después de 30 años como dirigente cederista, y de cumplir con todo lo que me ha asignado la Revolución, no me hayan podido conseguir, ni siquiera, un lugar de tránsito hasta que se resuelva el problema del edificio (en peligro de derrumbe donde vive)”, declaró a CubaNet. 

Caraballo Forteza comparte con 11 familias el inmueble ubicado en Habana no. 611, entre Muralla y Teniente Rey, en Habana Vieja. La edificación de tres plantas construida en 1920 está catalogada por la Dirección Municipal de la Vivienda como “mala, inhabitable”.

En los últimos años el deterioro del edificio se agudizó debido al aumento de las filtraciones por el hundimiento de los techos, y el quiebre de elementos de la estructura apoyada en muros de cargas de ladrillos corroídos. 

En el último dictamen técnico los especialistas recomendaron continuar con las indicaciones previas (2012): la evacuación urgente del edificio mediante el otorgamiento de albergue transitorio a sus residentes. 

Caraballo Forteza “gastó” todo su aval cederista para materializar la orden de albergue concedida por las autoridades en 2017.  

“Llevo 43 años viviendo en el edificio, 30 dirigiendo las organizaciones de masas, siendo presidenta de las mesas electorales, constitucionales. Nada de eso vale para que, aunque sea, me den una respuesta en todos los lugares a los que hemos ido”, lamentó.

Acompañada de su vecina Pilar Pérez, otra anciana de 70 años residente en el tercer piso, ha entregado reclamos en todos los niveles de burocracia gubernamental. Caraballo Forteza posee como constancia de su decepción los cinco acuses de recibo entregados cada vez que presentó una demanda en la Asamblea del Poder Popular, así como los nombres de los funcionarios que no la escuchan y la cronología de tres dictámenes técnicos en los que las autoridades competentes recomiendan con urgencia la evacuación del apartamento no. 3, donde ella reside.  

Su vecina Pilar Pérez ha conseguido aún menos. Comenzó los reclamos por la reparación del edificio en 1980, después del primer derrumbe parcial en la azotea. 

“Me responden que no hay ni viviendas, ni locales transitorios, y que no se puede reparar el edificio (…). Ya no tengo esperanzas, no puedo caminar; hace 30 años padezco de lupus eritematoso sistémico, eso me afecta los nervios y el sistema inmunológico”.  

Pérez augura el derrumbe del baño de su casa, o la cocina, y se mantiene en la incertidumbre preguntándose si ella estará en los espacios durante el instante fatal. 

“Cada vez que estoy en la cocina o el baño tiemblo de miedo pensando que se van a caer”, dice.  

Según el informe del Ministerio de la Construcción elaborado en julio del pasado año, “64 998 derrumbes totales y parciales de viviendas se deben resolver hasta el 2021” en el país. De la cuenta se exceptúan Pinar del Río y Santiago de Cuba, donde la promesa se extiende hasta el 2025. 

El parásito llamado CDR.

Caraballo Forteza pudo haber resuelto su problema de vivienda cuando los CDR eran propietarios de locales en toda La Habana, nombrados “Zonas de los CDR”. Estos espacios eran utilizados para ubicar puestos de mando en los barrios y espiar casa por casa.  

“Pude meterme en la cuadra en 20 locales como presidenta cederista, pero nunca lo hice porque no es mi estilo, a mí me gustan las cosas legales”, dice.

Ante el declive de la organización cederista, la mayoría de las “Zonas” fueron entregadas como viviendas a funcionarios de alto nivel. 

Debido a la crisis habitacional en La Habana, el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel instó a las instituciones estatales a prescindir de locales que pudieran servir como viviendas. Sin embargo, la Dirección Nacional de los CDR mantiene espacios como propiedad y cuatro apartamentos vacíos en su antigua sede, ubicada en Carlos III no. 603, Centro Habana. 

Los apartamentos sirven de tránsito a dirigentes cederistas de nivel nacional, hasta que se les otorga una casa o local para ser rehabilitada como vivienda mediante subsidio estatal. 

Ese tráfico de influencias para la entrega de casas fue denunciado en las redes sociales y ante las autoridades de la Dirección Municipal de Vivienda en la Habana Vieja por Elizabeth Valdés, una de las víctimas de derrumbe en la capital.  

Dos días después de la denuncia, la Dirección de los CDR contrató un custodio con la única misión de vigilar que los apartamentos para que no fueran ocupados.  

Para Caraballo Forteza no existen posibilidades. A ella le corresponde el discurso de los dirigentes que exhortan a celebrar “la Revolución”. Los años que le tomó llegar a la decepción como cederista son los mismos que hoy homenajean los gobernantes cubanos: el aniversario de una organización creada para vigilar al pueblo.  

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El gobierno cubano ha socializado la miseria.

Por Iván García.

Secando colchón en calle habanera.

Luego de cuatro horas de cola bajo un sol de fuego y amago de riña, Gisela, ama de casa, pudo adquirir diez perros calientes y un kilogramo de mortadella en un mercado del Reparto Sevillano, a veinticinco minutos en auto del centro de La Habana. De las más de 400 personas que había, solo la mitad pudo comprar. Los que se quedaron sin adquirir embutidos comenzaron a protestar. Una brigada policial a duras penas pudo contener el descontento ciudadano.

Las ofensas al presidente Díaz-Canel se ventilaban en voz alta. También la corrupción y las críticas al inoperante sistema de ideología marxista. Acusaron a los dependientes de esconder alimentos para luego revender en el mercado negro.

“Ni pinga, hasta cuándo uno va aguantar tanto descaro. Tengo tres hijos y no tengo comida que darles, estamos pasando hambre. Siempre es lo mismo. Hago la cola desde la seis de la mañana y nunca alcanzo nada. O me dan un poco de embutido o empiezo a tirar piedras a los cristales”, vociferaba una mujer enfurecida. Un tipo con pinta de burócrata prometió vender a cien personas más y aplacó la ira.

Las colas han entrado en el terreno del surrealismo. En algunos barrios del municipio Arroyo Naranjo, Guanabacoa y San Miguel del Padrón las personas se ocultan toda la madrugada encima de los árboles para evadir el toque de queda en La Habana y ser de los primeros en la cola. Les dicen ‘los paracaidistas’.

Según el jefe de almacén de un agromercado, a La Habana no están entrando camiones del sector privado con viandas, vegetales y carne de cerdo por miedo a que les decomisen los productos o los desvíen para vender en mercados estatales a precios topados. “La capital está cerrada. En todas las entradas a la ciudad hay fuerzas policiales. Incluso teniendo los papeles en regla, te obligan a vender la mercancía a precios topados. Entonces el sector privado, que genera el 70 por ciento de la producción agrícola, ganadera y porcina en Cuba, prefiere no traer mercancías”.

Las propias autoridades reconocen que para abastecer a La Habana se necesita cuando menos 500 toneladas diarias de productos agrícolas. Una fuente aseguró a Diario La Américas que “está entrando un promedio de 120 toneladas diarias, pero hubo días que solo entraron 70 toneladas. El déficit es grande”.

Un recorrido por tres agromercados estatalesl y cinco puntos de ventas particulares en la barriada habanera de La Víbora, confirmaron el desabastecimiento. En el agro de Santa Catalina y Diez de Octubre, los dependientes jugaban con sus teléfonos móviles o fumaban cigarrillos acostados en las tarimas. Igual sucedía en el de Patrocinio y Diez de Octubre. En el agro del Mónaco, una aglomeración de personas esperaba la llegada de un camión con boniato. “Y no es seguro que venga. Pero la gente está tan desesperada que hace cola por gusto”, manifestó un dependiente.

En los cinco puntos privados de venta dijeron que sus suministradores habituales tienen temor de perder la carga. Los precios se han disparado. Una libra de pepino cuesta 30 pesos, un mazo de cebollinos 25, una libra de frijoles colorados 30 y una fruta bomba pequeña 50 pesos. La carne de cerdo está desaparecida. En el mercado negro, cuando aparece, la libra de carne deshuesada fluctúa entre 70 y 90 pesos.

Con tantas redadas policiales la oferta en el mercado subterráneo ha menguado. A través de WhatsApp y Telegram, donde suelen venderse alimentos, apenas se consigue comida. Una persona que por WhatsApp vende pescados y mariscos comentó que «la última vez que me entró mercancía fueron 200 libras de castero y en diez minutos lo vendí, pero hace un mes no me entra nada». Un vendedor de carne de cerdo cuenta que en tiempo récord despachó cuatro cerdos por Telegram y WhatsApp. “La gente compró hasta los huesos, la cabeza, el hígado, todo”.

Llamémosle Miguel. Es funcionario de Comercio Interior y reconoce que la situación alimentaria es muy tensa. “El único rubro alimenticio que cumple los planes es la producción de croquetas. En los otros, granos, viandas, hortalizas, frutas, cítricos, carne porcina, vacuna o caprina, la producción ha caído de manera alarmante. Si el Estado no deroga millones de dólares en comprar alimentos, un sector de la población va a pasar hambre. Se está intentando reactivar la industria alimentaria para vender en divisas. Pero la mayoría de las industrias están descapitalizadas o no tienen recursos para adquirir materia prima. Fíjate que en las tiendas en MLC (moneda libremente convertible) casi no se venden productos nacionales. Ni siquiera barras de guayaba, por falta de envase, tampoco cerveza y refresco. La situación es preocupante”.

La mayoría de los especialistas consultados coinciden que si el régimen no pone en marcha profundas reformas económicas, la actual crisis se le puede ir de las manos. Carlos, sociólogo, considera que el temor a perder el control sobre las reformas los tiene paralizados. “Tras seis meses de confinamiento, muchas personas no están trabajando o solamente están cobrando el 60 por ciento de su salario. Están al borde de la indigencia. Si el gobierno no reacciona con la urgencia que requiere la situación, en Cuba se puede generar una hambruna”.

Gustavo, licenciado en economía, es más optimista. “Supongo que el gobierno debe tener fondos en divisas de reserva para adquirir amplias cantidades de alimentos en caso de que las producciones agrícolas sigan en números rojos. Pero si las reformas aprobadas se aceleran, se crean PYMES y se autoriza un nuevo marco jurídico se puede revertir la crisis. Hay que intentar comprometer a los cubanos emigrados con el futuro de su país. Y cambiar el modelo. El problema de Cuba es sistémico”.

Norberto, taxista privado, cree que será un milagro superar esta nueva crisis económica. “De la crisis de 1970 y de la del Período Especial, en los 90, a duras penas se sobrepuso el país. Entonces se contaba con dinero de los soviéticos y luego con el petróleo venezolano. Ahora estamos solos en el ring. Si logramos escapar de esta crisis, quedamos locos”.

Nuria, ingeniera, piensa que el socialismo fue un experimento político, económico y social que fracasó en todas las naciones donde se aplicó. “No sé por qué el gobierno insiste en repetir el mismo error. Ya la gente está harta de las colas, de comer lo que aparezca y de vivir con tantas penurias. Cada vez más nos parecemos a un país pobre de África”.

Es tanta la necesidad de comida, aseo y medicinas en Cuba que las personas han creado sitios en WhatsApp o Telegram para intercambiar ropa y otros artículos por alimentos, papel sanitario o determinados medicamentos. Un sitio del municipio Diez de Octubre que intercambia comida recuerda a la etapa primitiva, cuando no circulaba el dinero.

Algunos ejemplos. Lucrecia cambia diez compotas por seis cajas de jugo. Aunque le han ofrecido 10 cuc por las diez compotas, alega que no hace nada con tener dinero, porque «no se encuentra jugo en ninguna parte». Silvia, ha desempolvado su armario y la ropa que no usa, intenta canjearla por comida. Una señora canjea dos vasitos de arroz por una latica de sal. Otra persona, tres cebollas por diez cabezas de ajo. Una usuaria ofrece tres paquetes de perritos (salchichas) por un pomo de champú, pues «hace dos meses que no me puedo lavar la cabeza con champú». Diariamente, Fermín rastrea sitios en busca de una persona que venda carne de res o de carnero para su hijo con la hemoglobina baja. Esther intenta cambiar dos libras de pollo por una botella de aceite.

El régimen castrista ha socializado la miseria. Y lo peor, opinan muchos cubanos, es que aún no se ha tocado fondo. Se esperan más restricciones, más escasez y apagones que ya vienen en camino.

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El castrismo agoniza bajo la presión de Estados Unidos.

Por Javier Prada.

Los ingresos generados por el turismo, la exportación de servicios médicos y las remesas no se han traducido jamás en bienestar para el pueblo de Cuba.

En el año más duro que ha tenido el castrismo desde la crisis de los noventa, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos ha asestado un golpe demoledor para recortar los ingresos de la dictadura en los rubros del turismo, la exportación y el intercambio con Estados Unidos, sea en el ámbito cultural, educacional, académico o deportivo. Las nuevas sanciones, anunciadas el pasado 23 de septiembre, se corresponden con el objetivo central de la administración Trump, de eliminar o reducir al mínimo las fuentes de financiamiento que el régimen de La Habana utiliza para el control y la represión de sus ciudadanos, así como la desestabilización regional, y canalizar dichos recursos hacia el pueblo cubano y su sector privado.

La lista de hoteles y empresas prohibidas para los estadounidenses asciende ahora a 433 propiedades afiliadas de manera directa al castrismo o sus testaferros. Asimismo, se prohíbe la importación a territorio norteamericano de ron y tabaco cubanos en cantidades comerciales, dos de los principales productos exportables que generan altas sumas a la nomenclatura castrense.

El Departamento de Estado aumentará también las restricciones a los viajes de estadounidenses enfocados en el intercambio profesional, la organización de conferencias, presentaciones artísticas o eventos deportivos; pues cada una de estas actividades es controlada por el régimen, benefician a entidades que sirven al régimen y funcionan además como un canal de adoctrinamiento a los visitantes, que entran en contacto solo con la Cuba que el castrismo quiere dar a conocer como parte de su propaganda internacional.

La política del embargo de Estados Unidos hacia Cuba tiene sus orígenes en la confiscación sin compensación alguna, por parte de Fidel Castro, de miles de millones de dólares en propiedades que hoy son explotadas no para asegurar el bienestar del pueblo cubano, cada día más empobrecido; sino la permanencia en el poder de una élite militar-empresarial que controla la economía escudándose tras la justificación de que todo el dinero que se recauda es para sufragar los sistemas de salud y educación gratuitos, además de asistencia y seguridad social.

Sin embargo, la cantidad de reclamos y denuncias hechas por los cubanos ante los órganos jurídicos del país, o publicados en redes sociales, demuestra que el sistema de salud es deficitario, negligente y agobiado por escaseces de todo tipo; una realidad que contrasta con las clínicas perfectamente equipadas y abastecidas que el régimen mantiene en países como Qatar, y hasta fecha reciente, Bolivia. Treinta años lleva el castrismo denunciando el embargo en Naciones Unidas, y en ese mismo lapso ha gastado cientos de millones en servicios de inteligencia para ampliar su influencia nefasta en la región latinoamericana.

El dinero que debió ser utilizado para invertir en tecnologías de alto impacto en la producción de alimentos, medicinas, forraje para el ganado, importación de insumos médicos, desarrollo inmobiliario, programas sociales y un largo etcétera, fue destinado a instaurar y mantener en el poder a gobiernos de izquierda, que a su vez se dedicaron a empobrecer y reprimir a sus ciudadanos en nombre de una igualdad social imposible a menos que sea en la pobreza.

Los ingresos generados por el turismo, la exportación de servicios médicos y las remesas no se han traducido jamás en bienestar para el pueblo de Cuba. El deshielo promovido por la administración Obama depositó cifras multimillonarias en las arcas de la dictadura, mientras que los cubanos solo disfrutaron de un espejismo de libertad. El cuentapropismo, que tuvo unos pocos años favorables gracias a la administración demócrata, hoy padece bajo la presión del régimen, que ha dejado claro, con la nueva oleada de allanamientos y expropiaciones televisadas en horario estelar para intimidar a la población, su odio al sector privado y la iniciativa individual.

Si el castrismo no supo aprovechar al máximo aquella apertura generosa para el bien de Cuba y los cubanos, hoy no le queda más remedio que lidiar con sanciones de una severidad inédita, a la par que se derrumban los mitos de la solidaridad, el altruismo, la potencia médica y la soberanía alimentaria. El embargo per se no es la causa de la ruina que consume a Cuba. Sus leyes han agravado los males provocados por una dictadura que sumió al país en la improductividad, la mendicidad, la dependencia; y no conforme con ello ha exportado su modelo ideológico de miseria y represión a otras naciones del continente.

Esa influencia maligna debe ser conjurada. Permitir que la dictadura gane el dinero que le permite mantener a todo un pueblo de rodillas es irresponsable y vergonzoso para el mundo libre. Ni dólares ni prestigio internacional para un régimen que alquila y extorsiona a sus médicos; que promueve la intimidación, el secuestro y la cárcel para silenciar a opositores políticos; que recaba donaciones y préstamos para impulsar la producción de alimentos mientras las tierras de este archipiélago siguen ociosas o invadidas por el marabú; que ante organismos internacionales preconiza la defensa de los derechos civiles, pero no cesa en su acoso a quienes denuncian tanto su incompetencia como sus arbitrariedades.

Oportunidades ha tenido el mal gobierno encabezado ahora por Díaz-Canel de dialogar con todos los actores de la sociedad civil cubana, de reparar la confianza dañada por décadas de mentiras y abusos, y abrir finalmente las puertas a una democracia sin cortapisas. En lugar de soltar amarras, ha elegido el hambre como instrumento para asegurarse el sometimiento de la población, y el inmovilismo que obliga a emigrar a tantos buenos cubanos. Vengan entonces los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre la peor escoria de América Latina.

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domingo, 27 de septiembre de 2020

Mentiras olvidadas tras una y otra generación.

Por Martha Beatriz Roque Cabello.


Una generación puede definirse como toda la gente que nace y vive más o menos al mismo tiempo considerada colectivamente. También es el período  de 20 a 30 años durante el cual, desde que se llega al mundo, se crece y se comienza a ser adulto y a tener sus propios hijos, como promedio a los 25 años, lo que implica que cada vez que transcurre ese lapso estamos frente a una nueva generación.

Basado en lo anterior, se puede decir que ya pueden contarse tres generaciones desde que la dictadura está en el poder, pero también cuando tomaron el mando había una, que estaba en su fase madura, de la cual -en la actualidad- existen pocas personas vivas, incluyendo los que llegaron para quedarse después de asaltar el cuartel Moncada.

Aquella generación que tenía entre 15 y 20 años cuando la tiranía se posesionó de forma totalitaria en 1959, recordarán muchas de las cosas que se le prometieron a este pueblo y que no se cumplieron. También los más jóvenes pudieran leer La Historia me Absolverá, es el primer homenaje que le hizo Fidel Castro a la mentira.

En redes sociales se comparten por estos días algunas de las intervenciones de “La Piedra”, en las que la falsedad es algo que ha salido a flote durante todos estos años.

Podemos recordar que en 1959 dijo en Santiago de Cuba: “Habrá libertad para los que hablan a favor nuestro y para los que hablan en contra nuestro y nos critican”.

Un periodista americano Richard Bate, le preguntó en una entrevista en inglés: “Usted dijo que en 18 meses iban a haber elecciones en Cuba. Cuando llegue este momento… ¿a todos los partidos políticos se les permitirá presentar candidatos en las elecciones?”. Él contestó en inglés (muy mal hablado, por cierto): “Si por supuesto”. El periodista insistió: “¿Todos los partidos políticos incluido el Directorio Revolucionario?”. Y de una manera cínica contestó: “Por supuesto. Si no le damos libertad a todos los partidos políticos para que se organicen no seríamos un país democrático. Hemos peleado por la democracia y la libertad del pueblo. No queremos parar ni poner en dificultades a nadie. Nosotros creemos en la democracia”. En esta entrevista terminó diciendo que él no era comunista.

Pero en realidad nunca hubo elecciones, esta declaración se volvió un nuevo refrán: “Elecciones ¿para qué?”

También en 1961 se quitó la careta y abrazó al marxismo-leninismo, y se pegó con cola a la extinta Unión Soviética, para expandir por el mundo las ideas de izquierda recurrió a las armas cada vez que lo consideró preciso; y hay que reconocer que logró imponer en algunos países del continente su farsa de defensa de los pobres.

Para ser lo más justos posibles, hay que decir que algunas cosas no fueron mentiras. Por ejemplo, en una entrevista con Edward Murrow dijo que se cortaría la barba cuando hubiera cumplido su promesa del “buen gobierno”. Nunca se la cortó, lo que implica, de hecho, que aceptó que su tiempo en el poder no fue bueno, y la barba icónica se convirtió en el símbolo de su desastroso paso como jefe del país.

Y aunque después que Fidel Castro llegó al final de sus posibilidades el mando lo tomó su hermano Raúl, en estos momentos la diferencia es que no hay nadie con el apellido Castro dando la cara de forma pública; además, sin dudas, mientras se mantenga como Secretario General del Partido Comunista, quien dirige y decide en el país es el General de Ejército. Lo que sí se puede afirmar es que ha renovado, aunque esa generación que estuvo en la lucha armada en la Sierra Maestra no quieren ceder y se mantienen en el poder.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Miguel Díaz-Canel es la continuidad del embuste: porque estos pequeños ejemplos que hemos mencionado son solo una bicoca con respecto a los 60 años que lleva este pueblo aguantando las paparruchas de la dictadura. Quizás la primera generación no pensó que la engañaban, pero ya esta última está convencida de que no puede confiar en las cosas que le dicen, porque no resultan en beneficio del pueblo, que se ha convertido en una sociedad cansada, destruida, que no ve el futuro por lado alguno.

Es bien cierto que tanto Díaz-Canel como Raúl Castro temen a un estallido social, no se sabe hasta cuando el pueblo de la Isla seguirá aguantando que no haya agua, electricidad, comida, artículos de aseo, servicios médicos, etc., y lo más triste de todo es que como continuidad de las falacias de Fidel Castro, la culpa la tiene el imperialismo, de lo que podemos concluir que no hay interés alguno en solucionar los problemas de nuestra sociedad.
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viernes, 25 de septiembre de 2020

“Es legítimo hacer cualquier cosa para liberarse de la tiranía venezolana.”

Por Marinellys Tremamunno.

“Esto es orden de Maduro, Casa Militar y DGCIM. Ni Dios puede contra nosotros”. Estas palabras lapidarias fueron escuchadas por Vasco Da Costa en el “Área 51”, uno de los centros clandestinos de tortura de la dictadura venezolana, y que el opositor conoció en abril de 2018. Allí vivió 7 días de torturas luego de ser apresado por octava vez por el régimen de terror de Nicolás Maduro, para luego ser trasladado a la cárcel militar de Ramo Verde. Allí permaneció hasta que el pasado 1 de septiembre fue favorecido por un indulto del dictador, que liberó a 110 prisioneros políticos venezolanos.

Vasco Da Costa es un politólogo anticomunista, premio Zakharov 2017. Es una de las pocas víctimas que se atreve a hablar sobre lo que vivió en prisión, y su testimonio confirma las “violaciones atroces” que exponen los crímenes de lesa humanidad denunciados recientemente en una investigación del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

“La ONU por fin dice lo que era una realidad para todos los que viven en Venezuela. Es simplemente la constatación de una realidad: que en Venezuela la Revolución Bolivariana usa la tortura de forma sistemática y organizada para aplastar a los opositores, y para mantenerse en el poder”, expresó Vasco Da Costa en entrevista exclusiva para CubaNet.

Asimismo, destacó la necesidad de que esta investigación tenga consecuencias, “las cosas no pueden seguir igual. El señor Maduro, el señor Reverol (ministro del Interior), el señor Padrino López (ministro de la Defensa) y toda la estructura del gobierno tienen que ser enjuiciados, tienen que pagar cárcel por los crímenes de lesa humanidad que han cometido”.

Ante las acusaciones, el régimen no se detiene y continúa sus acciones de terror contra los disidentes recientemente liberados. “Por denunciar las torturas, los tratos crueles y degradantes, por denunciar que fuimos apresados de manera injusta y sin ninguna razón, tanto la ministra de Prisiones, Iris Varela, como el Fiscal General, Tarek William Saab, nos han amenazado en público, dicen que si los indultados reinciden volverán a prisión. Evidentemente eso es una reacción frente a nuestras denuncias. La ONU debería ver todo esto y actuar en consecuencia”, indicó.

Pero las amenazas no logran silenciarlo: “Deberían investigar al coronel Carlos Terán, deberían investigar al coronel Hanover Guerrero, deberían investigar a Granko, que son los que dirigen la tortura, al teniente Romero Cuoco y a tantos otros que están en los listados y que son los torturadores. No sólo la dirigen y no sólo son puestos por la estructura de gobierno y dan cuenta de todo lo que hacen, sino que ellos mismos, con sus manos, ejecutan las torturas”.

Entre el año 2004 y 2020 Vasco Da Costa ha estado preso en ocho ocasiones: tres con procesos judiciales abiertos y otras cinco simplemente secuestrado por el régimen. Lo han acusado de terrorismo, de financiamiento al terrorismo, de golpe de Estado, de cooperación militar, de instigación al golpe de Estado, de instigación a la violencia, de producción de armas de guerra, de almacenamiento de municiones y de ultraje a las Fuerzas Armadas.

La lista de acusaciones en su contra es tan larga como la de las torturas de las que fue víctima: recibió golpes prolongados con una mandarria en los pies, lo sumergieron boca abajo en un pozo de agua, lo intentaron asfixiar con una bolsa plástica, recibió electricidad en las tetillas, lo colgaron con sus propios excrementos y se le desarrolló un cáncer de ojo después de un desgarre por recibir tantos golpes.

El chavismo es una organización criminal.

Para entender por qué el régimen de Nicolás Maduro comete crímenes de lesa humanidad es importante escuchar a Vasco Da Costa, quien se define a sí mismo como un “pensador político católico, tradicionalista, contrarrevolucionario”. Con sólo 14 años fundó con un grupo de amigos una organización anticomunista en el colegio San Agustín del Paraíso (Caracas): la Sociedad Venezolana de Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad (la TFP). Desde 1979 y hasta 1987 estudió en la universidad Jasna Gora, de Brasil. Como politólogo trabajó en Chile, Argentina, Perú, Uruguay, Paraguay, y Colombia; hasta que en 1995 volvió a Venezuela, “porque sabía que venía el chavismo y decidí luchar contra la dictadura comunista que iban a implantar en el país”.

¿Qué es el Chavismo? “Es una secta socialista con algunos aspectos de Teología de la Liberación, que simplemente ha tomado el poder, y ese poder está dirigido, o fungen como jefes una banda de criminales que tienen secuestradas todas las instituciones del Estado. Y lo que pretenden es tener un país de esclavos y permanecer para siempre en el poder. Tanto la Revolución Bolivariana como el socialismo del Siglo XXI son una organización criminal, conectada con el narcotráfico y el terror internacional, que no piensan soltar Venezuela y pretenden masacrar a todo aquel que en el país se oponga a sus maléficos propósitos”.

Usted ha sido arrestado ocho veces y ha recorrido nueve cárceles venezolanas, ¿cómo vive un preso político en esos centros penitenciarios?

Además del centro clandestino de torturas que ellos llaman “Área 51”, porque yo pregunté “¿dónde estamos?” y me dijeron “llegó al infierno, la Zona 51”; también estuve en la Dirección General de Contra Inteligencia Militar (DGCIM) de Boleíta, en El Helicoide, en El Rosal, en el CICPC de Parqué Carabobo, en el CICPC de la Av. Urdaneta, en El Rodeo II, en Tocuyito, en 26 de Julio, en la Cárcel Militar de Santa Ana, en la Cárcel Militar de Ramo Verde y en la zona de procesados militares del hospital Carlos Arvelo. Las cárceles del régimen son muy peligrosas. A mí me mudaron de muchas porque yo sé cómo hablarles a los presos y me han acusado de tres levantamientos, por ejemplo.

En las cárceles está lo que se llama un pranato (es una forma de organización delictiva constituida por criminales denominados pranes). El Pran está en manos de los levantamientos que haya y se va haciendo una especie de sociedad interna. La vida es muy dura, se come muy mal, de vez en cuando a mí me iban a torturar en las cárceles, me daban palizas, pero dentro de ese ambiente que es muy fuerte, yo lo viví, realmente uno sobrevive. En las cárceles militares como Santa Ana y Ramo Verde es diferente, porque surgieron directamente de los militares y hoy hay prisioneros políticos y militares allí, aunque hay también pranatos; pero el pranato en las cárceles militares, por el origen que tienen, es puesto por el director. A no ser la DGCIM, que va de vez en cuando a torturar en las prisiones militares, el director escoge jefes y los castigos físicos los da a través de presos, lo que hace la vida muy dura y complicada, porque estás bajo la presión de la dirección de la cárcel, con la amenaza de la estructura terrible que hace la propia dirección. El que no acepta o lo sacan, lo castigan o incluso lo matan. Ha habido varias muertes en Ramo Verde que llaman suicidios, pero no lo son.

En la sede de la DGCIM y en El Helicoide es otra cosa, son campos de concentración brutales. En la DGCIM me daban palizas todos los días; para comer me desnudaban, tenía que arrodillarme delante del custodio y me tiraban la comida en el piso, tenía que comer en el piso delante del custodio, eso es una monstruosidad. Hay muchos tipos de cárceles, y yo he vivido todas, he estado en nueve y todas son diferentes… A mí me dicen: —tú sales de la cárcel y no te da miedo, —¡no! Es que yo salgo alimentado, después de esta cárcel y las monstruosidades que vi más alimentado salgo y más convencido de que hay que acabar con esta porquería, que esto es una tiranía que no sirve para nada. Si no estaba convencido en las otras siete, en esta salí totalmente convencido. Es una monstruosidad con la que hay que acabar. ¿Qué es ilegítimo? Ilegítimo es este gobierno, además, el presidente nunca presentó la partida de nacimiento para demostrar que es venezolano. Legítimo es el que hace cualquier cosa para sacarlo. ¡Vamos a poner las cosas como son!

Su historia es un vivo testimonio de lo que significa caer en las garras del terror de la dictadura venezolana, ¿por qué ese ensañamiento contra usted?

Esa pregunta habría que hacérsela al gobierno. Soy político, pero en realidad no tengo un gran partido político, ni una fuerza militar o armada, ni un gran grupo económico. Soy un intelectual, que tengo un movimiento que se llama Movimiento de la Derecha Dorada de Venezuela, presido una ONG que se llama Foro de Caracas, que es un grupo reducido de intelectuales, y realmente lo que hago es producir ideas como hacedor de pensamiento, formar gente, influenciar dirigentes para que hagan lo que tienen que hacer. Entonces ataco el corazón del problema: la revolución anticristiana, querer eliminar el orden jerárquico del universo puesto por Dios y hacer una prefigura del infierno en esta sociedad igualitaria socialista. Con lo que digo y con lo que hago toco las conciencias profundas de la opinión pública para despertar lo mejor de ella. Ellos detestan eso, me quieren callar la boca, me han exigido salir del país varias veces, pero yo continuaré aquí hasta que me muera, me maten o ellos salgan, continuaré hasta el final.

Pero si le temen a su opinión, a sus ideas, ¿por qué indultarlo?

Este es mi segundo indulto, y en octubre del año pasado ya tenía una medida humanitaria firmada en Fiscalía. Chávez era más inteligente que este señor (Maduro), me tenía preso dos o tres meses, en cambio los 6 o 7 años que lleva este señor en el poder los he pasado preso. El indulto es un juego para tratar de legitimarse, somos fichas de negociación, es una jugada muy inteligente porque las sanciones les están haciendo daño, los está poniendo contra la pared, se sienten ahogados. Si aquí adentro hay gente inteligente, podemos aprovechar esas sanciones para liberar a nuestro país.

Entonces, ¿cree en una la salida por la fuerza?

La tiranía venezolana tiene sometido al pueblo de Venezuela por medio de las armas, las armas que el propio pueblo le entregó a las Fuerzas Armadas. También están las armas de los colectivos y de lo que se llama el ECO, que es el ejército cubano de ocupación, que todo el mundo sabe que existe y que son más de 30 mil personas. Entonces, frente a ese poder de fuego en donde estamos amenazados de muerte, porque nos matan, nos meten presos o nos torturan, hay que tener poder de fuego, pero con inteligencia.

¿Qué responsabilidad tiene Cuba en todo lo que sucede en Venezuela?

La dirigencia cubana trabaja con la izquierda internacional y ellos pretenden imponer el comunismo en todo el mundo. Cuando cayó la cortina de hierro y Rusia se abrió al mundo occidental, Cuba y la izquierda internacional crearon el Foro de San Paolo (entre Lula Da Silva, Fidel Castro, las FARC, etc.) para conseguir los recursos que continuarían el proyecto comunista, Cuba era la excusa. Luego el Foro de San Paolo decidió tomar Venezuela y Cuba es la que dirige esto.

Maduro fue formado en la Isla, cuando su padre era el que mantenía secuestrado a Williams Niehous —el secuestro más largo de la historia política de Venezuela, duró tres años y cuatro meses, y el estadounidense fue secuestrado por grupos de izquierda en el año 1976, ndA—, que trabajaba con el papá de Jorge Rodríguez (actual Vicepresidente de Comunicación y hermano de Delcy Rodríguez, vice presidenta de Venezuela, ndA), los mismos que tomaron la Owens-Illinois, y eso era todo un proyecto de una serie de gente que estaba perfectamente combinada en ese tiempo.

Cuando murió Chávez entró todo lo que era la antigua liga socialista. Maduro es simplemente un alumno, un títere, llámalo como quieras, de Raúl Castro y de esa estructura cubana, y le enseñaron cómo se mueve el comunismo. Entonces sí, Cuba dirige aquí, pero en realidad no es Cuba. Esto es chuparle la sangre a la riqueza de un pueblo para alimentar a la izquierda internacional que tienen gente muy preparada, y ellos tienen planes para toda América Latina, muy complicados.

¿Qué les dice a los cubanos?

Yo lo que le digo al pueblo de Cuba, y se lo digo de todo corazón, es que hay una sociedad cubano-americana que tiene recursos, que tiene inteligencia y hay una resistencia interna dentro de Cuba, no esperen que otros los vayan a ayudar, utilicen sus herramientas. La liberación de Cuba va a ser como la de Venezuela, va a ser desde adentro.

El régimen ya ha mostrado su cara más sangrienta con los asesinatos de Óscar Pérez y del militar Rafael Acosta Arévalo, ¿teme por su vida?

¡Claro!, pero las razones de mi lucha son religiosas, si ellos me matan me resuelven el problema de la vida porque como la mayoría de los seres humanos soy un pecador, y si ellos me matan yo sé que viene un ángel con la palma del martirio y me lleva directo al cielo. Esta experiencia me dejó claro que tengo que ir contra la revolución bolivariana, contra el Socialismo del Siglo XXI, y tenemos que sacar del país esta maldición extranjera y extraña a nosotros. Es un plan macabro y sólo los fundamentos de la sociedad occidental y cristiana, de la cual hacemos parte como nación, nos pueden dar la luz para salir adelante. Todo lo que he vivido ha sido mi preparación, mi lucha apenas comienza.

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Los cubanos no quieren ver los CUC «ni en pintura».

Por Henry Chirinos.

Peso convertible cubano o CUC.

Luego de que comenzara a correr el rumor de un presunto seminario para el “reordenamiento monetario” en Cuba, evento que ha sido “aguantado” por el castrismo, los cubanos no esperaron y comenzaron a abarrotar las Casas de Cambio (CADECA), intentando deshacerse del Peso Convertible (CUC) y tratar de pasarlos a Pesos Cubanos (CUP). De acuerdo Maribel Azcuy, una especialista en Contabilidad que fue consultada por el portal Diario de Cuba, los cubanos “actuamos entre el pánico y la desconfianza” ya que el castrismo muy pocas veces informa de sus movimientos financieros.

«Los cubanos actuamos entre el pánico y la desconfianza porque el Estado nunca avisa de sus timonazos en el ordenamiento económico, sino que ha recurrido históricamente al secretismo y a los anuncios de medidas con apenas días de antelación”, dijo

La experta afirma que el CUC se ha convertido en el “enemigo” del pueblo, ya que los comercios se niegan a aceptarlo por temor a que “de pronto” deje de circular. “Nadie lo quiere por temor a grandes pérdidas en tanto en la información que se filtró a las redes se habló de que el CUC podría caer, en la tasa de cambio, de 24 a 20 pesos cubanos. Y sí, la información es real, no es inventada. Quizás no sea a partir de octubre, pero todo lo dicho es un hecho a ocurrir».

Cola frente a un banco en La Habana.

Recordemos que el pasado 10 de septiembre, el Banco Centro de Cuba (BCC), afirmó que la información filtrada no es “verídica”, pero los cubanos parecen no creer en lo expresado por la entidad. El BCC indicó que de tomarse dicha decisión todo se notificaría con “antelación” por los canales oficiales, recordando además que la unificación monetaria no afectaría “el efectivo en poder de la población, ni los saldos de sus cuentas en los bancos».

Sin embargo, una funcionaria del Banco Metropolitano consultada por el portal web, insiste en que el castrismo ni sus instituciones financieras tienen en “poder” de convencer a la población y de generar la confianza necesaria. “La desconfianza de los cubanos se extiende a las propias entidades bancarias porque no confían en que, llegado el caso, sus cuentas en CUC se conviertan automáticamente a pesos cubanos con la tasa actual de 24×1”.

La dictadura pretende eliminar próximamente el CUC sin tener las condiciones creadas para una unificación monetaria.

Informó que ahora los cubanos están “acudiendo en masa” a sacar sus CUC de los bancos para ir personalmente a las CADECA y cambiarlos a moneda nacional. «Ciertamente, la nota informativa que emitió la presidencia apenas sirvió para apaciguar las especulaciones; y tampoco detalló qué parte de la información o que aspecto de la misma no es verídica», señaló.

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El castrismo frente a la patria potestad.

Por René Gómez Manzano.

Pioneros cubanos.

El pasado 19 de septiembre, el programa Este Día de la Televisión Cubana (consagrado a evocar de manera breve las principales efemérides de la fecha) abordó un tema polémico: la “falsa ley de la patria potestad” circulada en los comienzos de la Revolución. Debo reconocer que, al escuchar el interesado enfoque, sólo atiné a pensar: ¡Qué gran ocasión de quedarse callados han desperdiciado!

El suelto, rebosante de maniqueísmo, mencionaba el texto de un espurio proyecto legislativo firmado por Osvaldo Dorticós Torrado. Se trataba del flamante Presidente de la República al que los cubanos, tan dados al choteo, asignaron el sobrenombre de “Cucharita”, porque “ni pinchaba ni cortaba”. La malintencionada mixtificación anticomunista que representaba la falsa ley habría surgido (¡no faltaba más!) en la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (la CIA).

El problema no radicaba en que el documento fuese una invención (que es lo más probable). Lo realmente importante es que, a pesar de la febril actividad legislativa de aquellos años iniciales del “Proceso”, no todas las medidas importantes del Gobierno Revolucionario llevaban forma de ley. En ese contexto, el proyecto divulgado habrá podido ser falso, pero reflejaba una gran verdad.

De hecho, esto pudo comprobarlo mi familia poco tiempo después. Quien esto escribe (entonces un joven de 17 años) obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de la Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba”, en Moscú. Recuerdo el comentario que hizo entonces mi padre: “Nosotros hubiésemos firmado todos los permisos que hubiesen sido necesarios, pero nadie pidió nuestra opinión”. Fue así como, siendo menor de edad, inicié un viaje a las antípodas sin un permiso formal de mis progenitores.

Esa realidad ha sido una constante a lo largo de toda esta pesadilla que pronto cumplirá 62 años. ¿Qué, si no un ataque desembozado contra la patria potestad, han sido las medidas enfiladas contra la familia cubana que el régimen castrista ha adoptado durante decenios! Ellas han sido muchas y constantes.

Viene al caso recordar las instrucciones que unos tíos míos le daban a su nieto cuando en unión de su mamá se aprestaba a emigrar: “No llores en el aeropuerto, pero si lo haces y te preguntan, di que es porque te entristece alejarte de tus abuelitos, pero que tienes muchas ganas de volver a ver a tu papá en Miami”. Esto era porque, con todo y la patria potestad (que se suponía sacrosanta), si un menor expresaba sus deseos de no querer irse de Cuba, ello bastaba para que las autoridades castristas impidieran que abordase el vuelo.

Pero conviene que pasemos de los ejemplos puntuales a realidades más generales. ¿Qué decir de la “Escuela al Campo”? Se trató, durante decenios, de una política del castrismo, diseñada y ejecutada con el deliberado propósito de socavar la institución familiar y, por ende, la autoridad de los padres sobre su prole.

Los adolescentes (¡a veces simples niños!) permanecían lejos de sus seres queridos por períodos de hasta 45 días. Allí, so pretexto de completar “su formación”, eran forzados a realizar rudos trabajos del campo (¡hasta una cita martiana invocaron a modo de justificación!). La alimentación solía ser mala o pésima.

Para congraciarse con los educandos, los comunistas, cual nuevos aprendices de brujos, recurrían al hacinamiento, la promiscuidad y el libertinaje. Los varoncitos constituían visita habitual en los albergues de las hembras. Las fugaces relaciones se establecían no sólo entre compañeros; también entre estudiantes y “profesores”, pues no era raro que algunos de estos tuviesen sólo un par de años de edad más que sus alumnos.

Por sus terribles consecuencias, este funesto engendro de la “Escuela al Campo” fue mantenida a ultranza por el fundador de la dinastía castrista. Fue sólo bajo el mandato de su hermano menor y heredero que se suspendió el repudiable experimento.

Ahora padres e hijos no están obligados a vivir separados durante semanas. Pero el ansia absorbente de los “mayimbes”: la de controlar la educación de los muchachos, se mantiene incólume. Ahí están, para demostrarlo, el matrimonio compuesto por el pastor evangélico guantanamero Ramón Rigal y su esposa Ayda Expósito, sancionados por pretender educar a sus hijos en casa.

Se trata de un derecho solemnemente reconocido y plasmado en importantes documentos internacionales. Pero, según el régimen cubano y los fiscales y jueces que le sirven, esos actos constituyen un supuesto delito: otros actos contrarios al normal desarrollo del menor, previsto y sancionado en el artículo 315 del Código Penal, que castiga al que “no atienda o descuide la educación (…) de una persona menor de edad…”.

Y por supuesto que, en la farsa judicial escenificada en Guantánamo, no se trató de esclarecer el nivel de conocimientos alcanzado por el menor hijo del matrimonio Rigal-Expósito. De hecho, no se excluye que la educación por él recibida haya sido harto superior a la muy precaria que se imparte en las escuelas del régimen.

Lo importante para los mandantes es evitar que algún menor se sustraiga al adoctrinamiento político y ateo que constituye la regla en el sistema nacional de educación. El fin perseguido es que cada niño cubano aprenda a realizar los actos que les enseñan los pedagogos comunistas, sin que importe mucho si sienten lo que expresan o simplemente lo fingen.

¿Y la patria potestad! Bien, gracias. ¡Y todavía se animan a cuestionar a quienes, durante decenios, se han declarado opuestos a los ataques que el régimen castrista perpetra contra los derechos naturales que tienen los progenitores sobre sus hijos!

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jueves, 24 de septiembre de 2020

Los intelectuales cubanos ante la falta de medicamentos.

Por Víctor Manuel Domínguez.

Que algunas vacas sagradas de la cultura cubana y otras personalidades del sector tengan que acudir a las redes sociales para solicitar un medicamento que le ayude a sobrevivir, o pedirle a la aduana la liberación de fármacos con un propósito similar, demuestra que ni los que apostaron por la revolución de 1959 tienen ganado un espacio para morir en paz.

Y es que, desde ese año hasta la actualidad, ni los más encumbrados héroes o los más fervorosos seguidores del régimen han estado exentos del abandono, la defenestración, el ostracismo y otras recetas punitivas aplicadas contra quienes dejan de ser útiles, sin importar el nivel de entrega, las cuotas de abyección o su papel en la conformación de una maquinaria de moler derechos y cercenar libertades en la que se ha convertido la revolución.

De ahí que los gritos de socorro lanzados por el laureado cineasta y escritor Enrique Pineda Barnet (Premio Nacional de Cine 2006) y la etnóloga Natalia Bolívar no sean más que otras voces sumadas al muro de las lamentaciones en que se han transformado las redes sociales para quienes, como los susodichos intelectuales, han contribuido con sus palabras o silencios a la manipulación de las causas que generan la falta de medicamentos en Cuba.

Fieles al discurso oficial de “que la estabilidad en la provisión de medicamentos implica importación, producción, almacenamiento, distribución en las farmacias; búsqueda, evaluación y contratación de nuevos proveedores cuando se retiran los existentes; transacciones financieras complejas por la situación especial que genera la política de Estados Unidos hacia Cuba”, fingen desconocer su venta en divisas dentro y fuera del país.

Seguros de unas prebendas más volátiles que un merengue en la puerta de un colegio del país, y aliados con un progresismo que intenta retrotraernos a la flecha y el carcaj desde una espuria Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, nuestros aguerridos pensadores olvidan que el resto de los cubanos son humanos también, aunque no comulguen con el poder.

No es noticia para nadie, y menos para estos intelectuales que actúan como poleas de trasmisión gubernamental hasta que le pisan el callo -como se dice en el argot popular-, que muchos medicamentos de los que han carecido miles de cubanos durante décadas son asignados a las farmacias que comercializan sus productos en divisas, a instituciones médicas para extranjeros, a la élite del partido, a sus acólitos y a la claque “revolucionaria”.

Además, se han hecho los de la vista gorda, oídos sordos y actuado en complicidad con el régimen en las campañas implementadas para desmentir el aluvión de acusaciones por la venta y destrucción de medicamentos deficitarios en Cuba, a que son obligados los colaboradores de la salud cubanos en el exterior, bajo su condición de servidores de una esclavitud moderna.

Según revelaron a la Foundation for Human Rights in Cuba (FHRC) una veintena de ex colaboradores cubanos que abandonaron sus misiones en Arabia Saudita, Belice, Bolivia, Brasil, Ecuador Sierra Leona y Venezuela, la destrucción de fármacos, insumos médicos y materiales desechables, llevados desde la Isla con el fin de manipular cifras y obtener mayores ganancias, es un comportamiento impuesto a las brigadas médicas fuera del país.

De acuerdo con un odontólogo que prestó servicios en Venezuela y Ecuador, el régimen cubano obliga a los galenos “a mentir” y “a falsificar información”.

“Teníamos que informar 25 pacientes al día y había que cuadrar los números. Había que desaparecer los medicamentos, la anestesia y la amalgama. Todos los medicamentos, el instrumental, los desechables como guantes, mascarillas, gasas se traían de Cuba. Me dolía porque sabía que eso no estaba en existencia dentro de la Isla”.

Por su parte, una especialista en Medicina General Integral (MGI), que laboró en Bolivia y Brasil, aseguró: “Cuba vendía los medicamentos a Bolivia. Cada consultorio tenía un stock de medicamentos y a fin de mes teníamos que destruir los que no usábamos para justificar las consultas infladas. Muchos de los que destruíamos estaban en falta en Cuba: Timolol, antibióticos, cremas como Clobetasol, Triamcinolona, sueros de hidratación venosa, jeringuillas y espejuelos, entre otros medicamentos e insumos deficitarios dentro de la Isla.

¿Dónde se hallaba o cuál fue la reacción del realizador del filme La bella del Alhambra, Enrique Pineda Barnet, cuando leyó o escuchó esta y otras noticias sobre el tema? ¿Qué hacía la autora de Los orishas en Cuba, Natalia Bolívar Aróstegui, ante la arremetida gubernamental contra quienes denuncian y acusan al castrismo de manipular los hechos?

Si bien ambos merecen encontrar los respectivos medicamentos para recobrar su salud -al igual que el resto de los cubanos-, deben pensar que a cada uno le llega su hora, y aún más bajo un régimen que prioriza la captación de divisas que alargue su agónica permanencia en el poder por encima del bienestar de una ciudadanía sin derecho a un mínimo reclamo.

No hay voluntad política para mejorar esa situación, lo que existe es un montaje propagandístico para vender las supuestas bondades del sistema a nivel internacional, sin importar los que sufren en el país por falta de un antidepresivo, o mueren a la espera de un medicamento para el corazón.

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La Habana en modo supervivencia.

Por Iván García.

Mujer con un cartón de huevos camina por la calle Teniente Rey, en el corazón de La Habana.

Para José, 76 años, jubilado, Cuba no es país para viejos. Lo dice mientras hace cola en una panadería al sur de La Habana. La fila es larga y decide sentarse en la escalera de un edificio ruinoso, desde donde puede observar si hay inspectores o policías por los alrededores. Se baja la mascarilla, coge un poco de aire y comienza a fumar.

Después de la cola en la panadería, irá a la carnicería, donde tendrá que hacer otra cola para comprar los huevos que le tocan por la libreta. Y si todavía está abierta la farmacia, hará la tercera cola del día, esta vez para ver si ha entrado algún medicamento que le ayude a controlar la presión arterial.

José está al límite emocionalmente. “Quienes peor estamos pasando la pandemia, la crisis económica y el desabastecimiento somos los viejos, sobre todo si vivimos solos. Mi esposa falleció hace dos años y mi hijo está preso. Tengo que lidiar con mi alimentación y una vez al mes visitar a mi hijo al correccional donde cumple sanción. Mi única entrada es la pensión de jubilado y lo que puedo inventar por la izquierda, que no es mucho», confiesa.

Cuenta que para ganar unos pesos extras, recoge dinero de la bolita (lotería ilegal) y en sus ratos libres repara sombrillas y le quita el tizne a las cazuelas. «También he sido jardinero y he sido custodio en un negocio privado. El problema es que te caiga algún trabajo que te permita ganar unos pesos para sobrevivir. La situación en Cuba está caliente. Es como sacarle el bate a una recta de más de cien millas a Aroldis Chapman», comenta, usando un paralelismo beisbolero.

Los grandes perdedores de las tímidas reformas económicas emprendidas por el autócrata Raúl Castro entre 2008 y 2013 fueron los ancianos y los jubilados. Con pensiones que fluctuaban entre diez y veinte dólares mensuales, debían hacer la proeza de preparar dos comidas al día, pagar la factura de la electricidad y comprar medicamentos.

Un segmento amplio de jubilados se vio obligado a conseguir dos o tres empleos para poder llegar a fin de mes. Salieron a las calles a vender periódicos, cigarros sueltos, jabitas de nailon y cucuruchos de maní o se dedicaban a hacer mandados (compras) y ancianas con buena salud, lavaban, planchaban y limpiaban a particulares.

El régimen verde olivo ignoró la mano tendida por el presidente Barack Obama para, no solo restablecer relaciones diplomáticas, sino también encaminar al país por un rumbo democrático y construir una economía próspera y sostenible. Pero de verdad. Creando PYMES (pequeñas y medianas empresas), un marco jurídico coherente para los inversionistas extranjeros y abrir definitivamente la talanquera a las inversiones de los cubanos en el exilio.

Eso conllevaba un nuevo trato. Negociar con la emigración. Legitimar a la oposición y respetar la libertad de expresión. Pero el régimen de Raúl Castro apostó por el numantismo y una narrativa anacrónica y pseudonacionalista.

Los emprendedores privados seguían siendo sospechosos habituales. Se apostó por el pasado. Vivir pasando la gorra en Venezuela, su colonia ideológica. Por el discurso antiimperialista, aliarse con los enemigos de tu enemigo, manejar la economía de cuartel con una absurda planificación central y afilarle la cuchilla impositiva a los trabajadores privados.

La dictadura militar ha cumplido al pie de la letra con todo lo que no se debía hacer en medio de un panorama que avizoraba una tormenta perfecta. En medio de la crisis económica intentó topar los precios de venta de productos agrícolas y subir los impuestos a los criadores privados de cerdo. Comenzó un operativo policial y propagandístico contra los carretilleros que comercializaban frutas, viandas y vegetales por los barrios. Y aceleró las inspecciones y limitaciones a varios negocios particulares.

Todo eso, desde luego, generó escasez. Si a finales de 2018 la carne de cerdo se podía comprar a 25 o 30 pesos la libra, en 2019 subió a 45 pesos y ahora mismo, si se consigue, cuesta entre 75 y 90 pesos la libra. En Cuba la carne de puerco es un rubro tan importante como el índice Down Jones en la bolsa de Nueva York. Simplemente porque junto al pollo es de las pocas proteínas cárnicas que pueden consumir los cubanos de a pie en la Isla.

En septiembre de 2019 comenzó lo que Miguel Díaz-Canel, el mediocre y grisáceo presidente elegido a dedo por su tutor Raúl Castro, denominó ‘situación coyuntural’. Era un eufemismo para suavizar la situación real: una profunda crisis económica agravada por el déficit de combustible que llegaba desde Venezuela y las importaciones de alimentos se redujeron de dos mil millones de dólares a la mitad. Las malas políticas agrarias, a golpe de voluntarismo y consignas, provocó que la mayoría de los renglones productivos decrecieran o estuvieran en número rojos.

Antes de que llegara el Covid-19, ya el panorama económico en Cuba era negro con pespuntes grises. La producción de arroz, frijoles y azúcar se encontraban deprimidas. El turismo también decrecía. Y el dinero que generaba era coto exclusivo de GAESA, un gobierno en la sombra que no declara al fisco beneficios, impuestos ni estrategia de negocios.

El coronavirus es el catalizador para que en 2020 la economía decrezca entre un diez o quince por ciento del PIB. Por falta de estadísticas transparentes, tal vez la caída sea más salvaje. El régimen se ha visto abocado a diseñar planes de emergencia.

Cuando el barco se hunde, lo correcto es subirse a los botes auxiliares y dejar que la nave naufrague. Y comenzar de cero. Pero la táctica del régimen es seguir montado en un viejo velero que no lleva a ninguna parte. Y solucionar la disfuncionalidad de la economía con parches anacrónicos o revitalizar el dólar de su enemigo acérrimo.

En medio del desabastecimiento, se ha potenciado una escalada inflacionaria del dólar que crece por día. En el mes de septiembre, si se encuentra, un dólar se cotiza entre 1.50 y 1.90 cuc, el devaluado peso convertible. Probablemente en diciembre se cotizará a más de 2 cuc por dólar. Cuando se abra la frontera y comiencen los vuelos desde Estados Unidos, el dólar promete seguir creciendo y será la moneda ancla en Cuba para los ahorristas.

Damián, chofer, y jubilados como José, que suelen ver los dólares en las películas norteamericanas de los sábados por la noche, opinan que aunque se pongan en marcha nuevas aperturas económicas, no serán beneficiados. Damián maneja durante ocho horas un viejo Lada de la era soviética en una empresa estatal. Gana 900 pesos mensuales (38 dólares), pero desde hace dos meses está desempleado debido a la pandemia. Casado y con tres hijos, Damián mantiene también a sus padres. “Con este confinamiento y sin el carro la estoy pasando cruda para buscar dinero. Este mes solo me pagaron el 60 por ciento de mi salario. Por eso estoy haciendo mandados en una moto eléctrica que me alquila a un amigo o le marco en la cola a otras personas que luego me pagan”.

Veintidós habaneros consultados por teléfono o Whatsapp por Diario Las Américas consideran que ha sido abusivo por parte de las autoridades haber reforzado el confinamiento y mantenido el toque de queda hasta el 30 de septiembre.

«Si a los viejos no nos lleva el coronavirus, al cementerio nos va a llevar el agotamiento, tener que salir todos los días a la calle a hacer cola, a veces por gusto, pues se acabó lo que necesitábamos comprar. Y alimentándonos muy mal. Llevo varios días comiendo arroz, quimbombó y yuca», expresa Diego, jubilado de 70 años.

Sara, ama de casa de 65 años, se levanta a la cinco de la mañana y a las seis ya está en la calle, a ver si consigue muslos de pollo, picadillo condimentado o perritos (salchichas). «Pero hace cinco días que no he podido comprar nada. Después de caminar cuatro kilómetros hasta un mercado en La Palma -municipio Arroyo Naranjo, al sur de La Habana- cuando llego ya hay más de 200 personas en la cola. Lo único que he podido conseguir han sido unos boniatos raquíticos, un trozo de melón, dos libras de pepinos, a 30 pesos cada una, y una fruta bomba. En estos seis meses de confinamiento he perdido más de veinte libras. Todos los días camino varios kilómetros. Ni que yo fuera deportista”.

Orelvis, residente en Centro Habana es más radical. “Creo que hay mucho resentimiento del gobierno contra los habaneros porque los planes de contingencia para enfrentar el Covid-19 no les ha salido como ellos hubieran querido. Su reacción fue culpar al pueblo de la capital acusándonos de irresponsables y de propagar la epidemia. Como si el resto del país fuera un dechado de virtudes. No informan que la mitad de esos casos son por negligencias de las instituciones del Estado. Como los 23 constructores indios que se contagiaron. En sistemas como el cubano, las culpas nunca caen al suelo. Lo más fácil es acusar a los habaneros de desobedientes y prometer más mano dura”.

Los veintidós habaneros consultados rechazan el toque de queda de un mes y la suspensión del transporte público. “Está demostrado que el toque de queda no es la mejor opción para reducir los contagios. Y quitar el transporte es injusto, porque obliga a las personas a desplazarse muchos kilómetros diarios para comprar alimentos o ir a un turno médico en el hospital. La culpa de que la gente esté en la calle haciendo colas todo el tiempo es por la tremenda escasez de alimentos. ¿O también el abastecimiento es responsabilidad de los habaneros?”, se pregunta uno los encuestados.

A seis meses de iniciado el confinamiento en La Habana, los capitalinos aguantan el embate en modo de supervivencia. Sin dinero, con las neveras vacías y el futuro entre signos de interrogación.

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