Por Alberto Méndez Castelló.
La organización parapolicial de vigilancia y delación quizás mayor y más longeva del mundo, los llamados Comités de Defensa de la Revolución (CDR), fundados por Fidel Castro el 28 de septiembre de 1960, cumplen 60 años.
Dirigidos hoy por Gerardo Hernández Nordelo, exagente de inteligencia del Ministerio del Interior (MININT), otrora jefe de una red de espías plantada en el sur de la Florida, los CDR parecen cabalgar sobre la cresta de una ola de delaciones que, como en sus mejores tiempos en los años 60 y 70 del pasado siglo, ahora mantienen ocupados a jueces, fiscales, policías y carceleros a la par de médicos y paramédicos en el mismísimo rebrote de la pandemia de coronavirus en Cuba.
En lo que se conoce como “la noche de las cien bombas, a las nueve de la noche del 8 de noviembre de 1957, integrantes del Movimiento 26 de julio, del que Fidel Castro era el jefe máximo, hicieron explotar en La Habana decenas de explosivos. Pero el dictador de turno, Fulgencio Batista, no optó ante esa ristra de actos terroristas por la violación masiva de los derechos individuales de los cubanos, como sí hizo Fidel Castro ante la explosión de un petardo.
El fallecido gobernante creó “un sistema de vigilancia colectiva” para saber “qué hace el que vive en la manzana”, y conocer no sólo de los ciudadanos residentes en La Habana, sino en todos los pueblos, ciudades y campos de toda Cuba, “qué hace”, “a qué se dedica”, “con quién se junta” y “en qué actividad anda”.
Los CDR llevan 60 años entrometidos, día y noche, en la vida privada de los cubanos, vigilantes de cada uno de sus movimientos, sin importar quehaceres ni estatus social, mezclando los intereses políticos con las ojerizas personales, en los que la envidia y los rencores juegan papeles insospechados, casi siempre funestos para los delatados.
En los CDR se observa por igual a delincuentes y criminales potenciales, ladronzuelos, comerciantes, campesinos, obreros estatales y trabajadores por cuenta propia, opositores políticos, o simples personas “que no están con esto”, militares, policías, intelectuales, campeones deportivos, artistas famosos, aunque canten loas al castrismo, funcionarios administrativos y políticos del régimen.
Hace dos días, un capitán retirado de la policía me narró el viacrucis que ha vivido a consecuencia de una denuncia en que le imputaron el haber asistido a una fiesta “en casa de un cubanoamericano”.
Y no son los CDR una organización de “chivatientes”, en alusión a los viejos delatores-combatientes-revolucionarios, como piensan algunos. Cuba es un estado policial donde, por mero instinto de conservación, no es raro encontrar metamorfosis entre delatores y delatados. A saber, el delatado hoy mañana se convierte en delator y el delator en delatado. La propia situación de desventaja jurídica, política y socioeconómica vivida por los cubanos en estos 60 años propicia esas alteraciones kafkianas.
Lo otro es que, jurídicamente, los “vigilantes” de los CDR se encuentran legitimados a la par de los oficiales, sargentos, soldados y auxiliares del Ministerio del Interior (MININT), los jefes de unidades de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de la Defensa Civil y de los capitanes de las naves y aeronaves cubanas.
El apartado 5 del artículo 111 de la Ley de Procedimiento Penal dice que se “consideran auxiliares de las funciones judiciales” a los “responsables de vigilancia de los Comités de Defensa de la Revolución”. Y el artículo 112 de la propia ley conceptúa que “los auxiliares de las funciones judiciales practicaran sin dilación, según sus atribuciones respectivas, las diligencias que el instructor, el fiscal o el Tribunal les encomienden”.
Según declaraciones a la prensa oficial de Gerardo Hernández, Coordinador Nacional de esa organización, en Cuba hoy existen “casi 138 000 CDR”. Si usted multiplica esa cifra por al menos 10 integrantes por CDR, tendrá 1 380 000 personas mirando al lado para ver “qué hace”, “a qué se dedica”, “con quién se junta” y “en qué actividad anda” su vecino, y si no es un “vigilante revolucionario” por convicción, quizás sea un “vigilante por conveniencias”. Es alucinante, ¿no?
Cabe preguntarse: ¿La “vigilancia colectiva” es un concepto y una obra de Fidel Castro, o Fidel Castro copió de alguien ese engendro para implantarlo en Cuba?
En el libro "La Gestapo". Mito y realidad de la policía secreta de Hitler, el historiador británico Frank McDonough describe la histeria colectiva vivida en Alemania en los años 40, cuando un rumor, la mera suposición, una hipótesis, se convertía en prueba judicial, pues, la acusación de un vecino, bastaba para ir a la cárcel en una sociedad en la que todos eran jueces y verdugos.
“La gente común ayudó a la Gestapo a localizar a los opositores políticos… Muchas personas acusaron a otros por comentarios antinazis”, dice el historiador británico.
McDonough narra como “escuchar emisoras extranjeras” fue el “delito” imputado por dos vecinas a un hombre minusválido, Peter Holdenberg, residente de Essen, Renania del Norte, quien, pese a ser defendido por otros vecinos, fue acusado de “agitador peligroso”.
Peter Holdenberg, que terminó suicidándose en su celda, me recuerda el caso de Harold Brito Parra. Siendo apenas un adolescente y por escuchar “música extranjera”, Harold fue imputado de “diversionismo ideológico” y seguido y perseguido sin descanso. Harold murió en la cárcel, cumpliendo sanción por “índice de peligrosidad predelictiva”. Lo ocurrido a Harold Brito Parra en Cuba, no parece muy distante de lo sucedido a Peter Holdenberg, en la Alemania nazi.
En 1999 fue publicado el libro "Historia de un alemán. Memorias. (1914-1933)", donde Sebastian Haffner narra como la autoanulación individual reformuló los principios de la sociedad alemana para establecer el nazismo.
“Los nazis han emborrachado hasta el delirium tremens a los alemanes con el alcohol de la camaradería, cosa que, en parte, ellos deseaban. Han convertido a los alemanes en camaradas, y los han aficionado a esa droga desde la edad más temprana en las Juventudes Hitlerianas, las SA, el ejército del Reich, en miles de campamentos y federaciones, extirpándoles algo que no puede ser recompensado con la felicidad propia… La camaradería como forma de prostitución con la que los nazis han seducido a los alemanes, ha arruinado a este pueblo más que ninguna otra cosa”, dice Haffner.
60 años después de Fidel Castro haber anunciado la creación de los CDR, una organización de vigilancia policial que, no sólo ha mantenido bajo observación operativa a los cubanos dentro de Cuba, sino también a los que residen fuera del territorio nacional, y la red de espionaje que el actual coordinador nacional de los CDR dirigía en Estados Unidos es sólo uno de tantos otros casos parecidos, hace preguntar, recordando las palabras de Sebastian Haffner:
Del mismo modo que hizo Hitler… ¿Acaso Fidel Castro no emborrachó a los cubanos con “el alcohol de la camaradería” cosa que, “en parte ellos deseaban”? Cientos de discursos, millones de aplausos vienen a dar respuesta afirmativa a esa interrogante con un resultado desalentador: la mendicidad socioeconómica que hoy padece la nación cubana es fruto de la “camaradería como forma de prostitución” con la que el castrismo sedujo a los cubanos y, los parecidos con el nazismo parecen más una copia que una mera coincidencia.
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