Por Iván García.
El Mercado de Tulipán, uno de los más concurridos de la Habana.
El agua que brota de una cañería rota corre por un sucio portal del populoso barrio de La Víbora, municipio Diez de Octubre, a veinte minutos en automóvil del centro de La Habana. Una rata enorme sale de una alcantarilla y entra en una escalera próxima a la farmacia donde varias personas hacen cola para comprar medicamentos.
La dependienta que despacha a través de una ventanilla, grita asustada cuando ve al roedor desplazarse por el portal. “Que hediondez hay en esta Calzada de Diez de Octubre. Toque de queda para frenar el coronavirus. Lo que hace falta es que fumiguen para acabar con las ratas, cucarachas y mosquitos que pululan en el barrio”.
Una señora asiente con la cabeza y en alta voz comenta: “Ay, niña, en Cuba todo es una puesta en escena. Ahora la cogen con el virus pa’ hacerse delante del mundo que cumplen con sus deberes. Pero mira toda la cochinada que hay alrededor -y señala las edificaciones ruinosas- donde pululan ratones y cucarachas. Del coronavirus se han muerto menos de cien personas. Pero por afecciones respiratorias todos los años se mueren doce mil cubanos y en estos momentos en las farmacias no hay medicamentos para controlar el asma”.
Los que esperan en la cola coinciden que el gobierno cubano vive de la propaganda. “Visten un santo para desvestir a otro. No tenemos medicinas, ni pasta para cepillarnos los dientes ni detergente para lavar la ropa. Conseguir comida es una odisea y esta gente (el régimen) dice que la culpa de que no se controle el Covid-19 la tiene el pueblo. No joda, el rebrote del coronavirus en La Habana se resuelve con jama (comida) no con toque de queda”, señala un anciano.
El toque de queda decretado por las autoridades el martes 1 de septiembre ha reforzado el descontento entre los habaneros de a pie. Armando, electricista privado, desde hace seis meses apenas tiene trabajo. «Los trabajadores por cuenta propia y los informales estamos sin un centavo, porque el poco dinero que la gente tiene lo deja para conseguir comida. El gobierno no le da ninguna ayuda a los particulares”.
El régimen solo le paga un mes el cien por ciento del salario a los trabajadores estatales. Luego cobran el sesenta por ciento. Ya se sabe que el salario en Cuba es un chiste de mal gusto. El sueldo promedio ronda los 25 dólares mensuales. Pero lo emprendedores privados están peor. No han recibido ningún crédito bancario ni ayuda del Estado.
Horacio, chofer de ómnibus urbano, en el último semestre solo ha trabajado un mes. “Imagínate, tengo que estar inventando para mantener a mi familia. Lo mismo chapeo un cantero, boto escombros que recojo apuestas de la bolita (lotería clandestina). La cosa está que arde. Sin transporte público es muy complejo trasladarse de un sitio a otro en La Habana. Ahora, después de las siete de la noche y hasta las cinco de la mañana, ni los carros particulares pueden estar en la calle. Si no nos mata el coronavirus nos morimos de hambre”.
En algunos barrios al sur de La Habana se han reportado focos contagiosos. En las barriadas de Mantilla y Párraga, perteneciente al municipio Arroyo Naranjo, uno de los más pobres y violentos de la capital, limítrofe con Diez de Octubre, se detectaron decenas de contagiados por el Covid-19.
Migdalia, jubilada residente en Arroyo Naranjo, cuenta que por donde ella vive de manera espectacular irrumpieron, decenas de carros patrulleros, ambulancias, médicos y guardias de tropas especiales. «Como en una película de de Hollywood. La gente del barrio pensaba que era una redada para detener a un revendedor o un fugado de la prisión. Pero era para montar a unas cuarenta personas en carros y llevarlos a centros de aislamiento. Unos locales que no tienen las condiciones requeridas, tremendo calor, los baños son un asco y mezclan a sospechosos de tener el virus con otros que no lo tienen».
En su opinión, mientras se mantenga el desabastecimiento, no se va acabar con la pandemia. «Porque la gente tiene que salir todos los días a la calle a buscar alimentos o dinero. El Estado es el que tiene la culpa. Te vende un buchito de comida después de hacer colas de cinco y seis horas. La culpa de los rebrotes la tienen las colas”, concluye Migdalia.
En los alrededores del antiguo Paradero de la Víbora, frente a la cafetería Pain de París, en un edificio de dos plantas las autoridades acordonaron el lugar con cintas amarillas y a todos los que allí residen los trasladaron a un centro de aislamiento. Sanitarios se dedican a pesquisar casa por casa en busca de posibles sospechosos. Un vecino del edificio a quien la prueba le dio negativo, se fugó del centro de aislamiento y ahora la policía redobla su búsqueda en el barrio.
Muy cerca, en un pasillo estrecho al costado del destartalado restaurante El Asia, también fue decretado zona roja. “Llegaron como si fueran rangers y cargaron con vecinos que viven en el pasillo. Parecían que estaban buscando a una banda de terroristas”, comenta un bodeguero.
El primer día del toque de queda en la Calzada de Diez de Octubre no se movía ni una hoja. Después de la siete de la noche no circulaba ningún vehículo. Ni siquiera perros callejeros. Los autos policiales recorrían las calles. Fuerzas combinadas de soldados del ejército y boinas rojas patrullaban a pie la zona.
Horas antes de comenzar el toque de queda, varios de los alcohólicos que habitualmente beben ron de quinta categoría en la Calzada Diez de Octubre se sentaron en un portal frente a la llamada Plaza Roja de La Víbora. A los pocos minutos, una patrulla policial cargó con ellos. “Ahora le ponen una multa de dos o tres mil pesos que esa pobre gente no puede pagarla”, dijo un vecino.
Carlos, sociólogo, considera que algunas medidas son exageradas. «Quitando el transporte, públicando y decretando un toque de queda no se va a controlar el Covid-19. A su eliminación va a contribuir de que haya una supervisión constante de que se cumpla el distanciamiento social, se limpien y desinfecten los espacios abiertos y los cerrados, las personas se laven a menudo las manos y usen correctamente el nasobuco (mascarilla). Estas disposiciones punitivas parecen más un ensayo para situaciones de crisis y protestas sociales que un protocolo para controlar una pandemia”.
Sandra, una ama de casa que ha convertido las colas en un modo de ganar dinero -revende parte de lo que compra-, confiesa que es horrible que el gobierno y la prensa oficial despectivamente les digan ‘coleras’ y las estén presentando ante la opinión pública «como si fuéramos delincuentes. Somos mujeres luchadoras, sobrevivientes de un sistema que ha sido incapaz de garantizarle alimentos y medicamentos a la población”.
Pasada las cinco de la mañana, Sandra escuchaba a un locutor de Radio Rebelde anunciar con tono jubiloso que el primer día de toque de queda en La Habana ‘las autoridades impusieron 154 multas’. Desayunó un tentempié y luego caminó dos kilómetros hasta un mercado en la avenida Santa Catalina que esa mañana vendería pechugas de pollo y bolsas de yogurt. Cinco años atrás, ella se hubiera quedado en casa ante las amenazas de las autoridades de multar o encarcelar a los ‘indisciplinados sociales’. “Pero si yo no salgo a la calle a buscar cuatro pesos para mantener a mis hijos ¿quién me los va a dar?”, se pregunta. Si de algo está segura Sandra es que ya perdió el miedo.
0 comments:
Publicar un comentario