Uno de los miedos que al parecer teme enfrentar el gobierno cubano si decretara de súbito la eliminación del peso cubano convertible (CUC) es el descontento popular debido al impacto psicológico que provocarían las cifras altísimas de los precios al ser traducidos a pesos cubanos no respaldados en divisas o CUP.
Hay demasiadas insatisfacciones acumuladas para sumar una más a la actual situación política que pudiera tornase peligrosa, de modo que el temor es más que una suposición.
La prueba es que ya ha ido ensayando con algunas variantes desde hace algún tiempo como esa de obligar a determinados establecimientos estatales a aceptar el CUP, incluso a homologar los precios de los productos en exhibición, o la más reciente de procurar, en un par de comercios de la capital, los vueltos de los pagos en CUC en “moneda nacional”, que es como llamamos al peso de toda la vida para diferenciarlo de esa otra moneda, también “nacional”, pero que ni siquiera los bancos consideran como tal. Tengamos en cuenta que hoy cualquier transacción en ventanilla con CUC debe hacerse en aquellas habilitadas para “monedas extranjeras”, una de las tantas “curiosidades” de la economía cubana.
Pero la presencia de ese CUC del que hoy todos nos deshacemos, al menos ha servido para disimular un tanto el desequilibrio más que dramático entre salarios estatales y precios de productos y servicios, aun cuando buena parte de Cuba no puede acceder a estos a no ser para adquirir cosas esenciales (ni siquiera básicas), aunque bajo enormes sacrificios en la economía personal.
Todavía con el CUC en circulación algunas personas pueden pensar “esto o aquello me costó un pesito”, cuando en realidad están hablando de 25 pesos cubanos, es decir, mucho más de lo que ganaría como salario en una jornada laboral de ocho horas, que a veces se extiende a dos o tres más por esas “dificultades” de la vida diaria en el socialismo que ya conocemos: transporte pésimo, cortes de electricidad, guardias obreras e incluso extremismos de los jefes que de vez en cuanto gustan de “medir” el “compromiso ideológico” de los trabajadores, pero eso es otro tema.
Lo cierto es que al desaparecer el CUC se van con él, al menos, las fantasías de, primero, creer que tenemos dinero en el bolsillo cuando jamás pasó de ser un bono y, segundo, el espejismo de que las cosas no están mucho más caras que “afuera” donde más o menos cuestan lo mismo.
Quizás por eso aún nadie se decide por declarar una fecha límite, pero ya es más evidente que tienen pensado hacerlo de un momento a otro, aunque evitando ser demasiado aguafiestas dejarán pasar las celebraciones de fin de año para, en las primeras semanas del 2020, anunciar el ultimátum al CUC que, sin dudas, tendrá que llegar acompañado de otras medidas relacionadas con los salarios al sector no presupuestado que ayuden a minimizar los efectos psicológicos del “día posterior”.
Algunas fuentes consultadas de manera anónima, relacionadas directamente con el proceso de implementación de los llamados “Lineamientos económicos”, confirman que ya se encuentra todo listo para la definitiva salida de circulación del CUC en el primer semestre del año venidero y que, acompañando este proceso, llegarán nuevas reformas salariales, como resultado de estudios que establecen la necesidad de fijar el salario mínimo mensual por encima de los mil 500 pesos cubanos (menos de 60 dólares estadounidenses de acuerdo con el cambio actual en la calle) así como un tope máximo de 10 mil (por debajo de los 400 USD) para las empresas estatales que han adoptado la forma de “pago por resultados”.
Tal medida, de acuerdo con las fuentes consultadas, probablemente repercuta además en la elevación de las pensiones en cerca del 50 por ciento o un poco más del valor actual, también incluiría la eliminación de otras formas de pago asociadas a los salarios estatales como esas que consideran las condiciones anormales en el desempeño de las labores o el pago extra de estipendios diarios -como los del almuerzo-, o anuales -para la adquisición de vestuario, por ejemplo-, cuestiones que estarían integradas en ese incremento salarial que, supuestamente, perseguiría elevar el poder adquisitivo de los trabajadores estatales del sector no presupuestado, quienes quedaron fuera de la reforma más reciente del 2019, a pesar de estar ligados directamente a la producción, la venta y exportación de bienes y servicios. Otra curiosidad más de la economía de Cuba.
Sin embargo, igual que ha sucedido con el CUC cuyo “deceso” se ha venido anunciando desde hace más de un quinquenio, no solo ha quedado toda esa información sobre los “cambios futuros” para conocimiento de unos pocos sino que ni siquiera se habla de fechas, sino de “intenciones para 2020” que, sin dudas, será uno de los años más difíciles para el régimen de La Habana con la lluvia de medidas en su contra por parte del gobierno de los Estados Unidos, así con el debilitamiento y desaparición de los principales aliados en la región, como son los casos de Venezuela, Bolivia, Brasil y Ecuador.
El trauma masivo que provocará la desaparición del CUC cuando las personas deban darse de frente con la cruda verdad de lo que en realidad reciben como salario (incluso como remesas en aquellos casos en que no son regulares ni estables en su valor), así como las empresas estatales descubran en números reales su indiscutible ineficiencia, es bien previsible y el gobierno cubano deberá resolver lo más pronto posible cómo habrá de controlar la situación ya no para evitar el caos sino para que no se acerque demasiado rápido a sus niveles críticos.
Algunos entre los pocos que han alcanzado a conocer los planes de reforma salarial y de pensiones para 2020 se muestran entusiasmados, igual que lo hicieron en su momento cuando por vez primera se habló oficialmente de eliminar la dualidad monetaria y cambiaria pero ahora la felicidad va mezclada con esa dosis de frustración que les ha impregnado una espera tan prolongada.
A otros, probablemente la mayoría, pienso en algunos economistas de prestigio dentro del ámbito académico cubano, les preocupa de dónde saldrá el dinero necesario para sostener tales reformas, más cuando las principales figuras del gobierno han reconocido públicamente que Cuba atraviesa por una crisis de liquidez, han disminuido los contratos para la exportación de servicios médicos, la temporada alta del turismo va camino al abismo y no se alcanzan los niveles de producción y exportación necesarios para que se eleve la curva de ingresos por sobre la de gastos.
Sin dudas, uno de los más complicados acertijos con los que habrá de comenzar el año nuevo si en verdad llegara a cumplirse lo que tanto se ha dicho al menos para ese exclusivo grupo de “informados” o “privilegiados de la información”.
Unos planes a futuro inmediato que serían magnífica noticia para quienes piensan que una subida de salario en una moneda sin respaldo real es la mejor solución para la vida de penurias que enfrenta cualquier cubano o cubana que vive exclusivamente de sus ingresos como trabajador estatal pero que en realidad pudiera ser el preámbulo de otra (u otras) crisis de la que -tal como sucede hoy con el CUC- habremos de lamentarnos dentro de cinco o diez años, si es que el régimen sobrevive a tal nivel de descontento popular.
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