Por Zoé Valdés.
Siento un profundo desprecio por mujeres que no representan en absoluto a la mujer y sin embargo se promueven y venden como sus máximas representantes. No lo son de ninguna manera en ninguna de sus aristas y valores.
Por desgracia, algunas de ellas forman parte de la política actual; o la misma izquierda que pontifica o desvaloriza a su antojo ideológico o ideologizante las ha convertido en adalides de algo que ya yo no sé ni qué nombre lleva, como no sea el de la vergüenza y el impudor.
Pero ahí siguen, predicando y preceptuando desde las tribunas y los medios de comunicación, desde sus condiciones impúdicas de inmigrantes asistidas, y hasta desde sus sillones de inválidas tiroteadas durante un pasado de traficante de drogas en el país que les dio, no sin cierta inocencia, la bienvenida.
Claman, gritan, se desnudan, y vuelven a sobre actuar gritonas, espantosas, pechos al aire, movidas por las suculentas ayudas económicas que les proponen aquellos que las usan (ellas se dejan gustosas) para sus escándalos y bretes políticos, que les han valido chiringuitos y poderíos de porquería.
No hay mujer más sucia que la que grita sin razón, esgrimiendo la mentira, aireando el engaño como bandera, sabiendo ella misma la basura que lleva dentro.
No hay mujer más indecorosa que la que escribe "fake" sabiéndose ella misma un fraude, una mentira colosal en una prensa rebajada, arrastrada por los lodazales de la manipulación, a lo que ella ha contribuido con su mezquindad de militante trasnochada.
No hay mujer más puerca que aquella que coloca a un otrora importante periódico al servicio de su orientación sexual, íntimo e individual, reduciéndolo a un panfleto que en Francia llamarían de cul, en el que a toda hora restriegan por la cara a sus lectores que ser heterosexual es un delito y que, siendo mujer, debe andarse armada hasta los dientes frente al peligro que conlleva el mero hecho de haber nacido hombre.
La lista de esas malditas impresentables es larga, y yo odio las listas, abomino dar nombres. Lo evito en la mayoría de los casos, porque sé cuánto el comunismo se ha valido de las listas, de apuntar con el dedo, de las delaciones hasta las numerosas desapariciones y los más de cien millones de crímenes. Pero, visto la que se está montando en el mundo, bajo el pretexto de haber nacido con una raja entre las piernas, no queda de otra que denunciar.
Al menos debo manifestarme mediante la escritura sobre este fenómeno que pretende englobarnos, incluirnos a todas en ese patético espectáculo denigrante, de una mediocridad y cretinismo tan absurdos que debiera dar pena a cualquier persona inteligente. No quiero pertenecer a eso. No me representan. Nada tienen que ver conmigo ni con mis ideas de la libertad y la belleza.
Defender desde los medios de comunicación al asesino Rodrigo Lanza Huidobro, además de provocar y animar el mitin de repudio que ha recibido un político elegido democráticamente, como es el caso del señor Javier Ortega Smith, por parte de una delincuente aprovechada y provechosa lo mismo para un partido como para el otro, no sólo resulta repulsivo, nauseabundo, vomitivo, además debiera ser investigado a profundidad y apartar de sus cargos a estas oportunistas e inmorales que se escudan detrás del oprobio.
No mencionaré tampoco por su nombre a la mujercita de Unidas Podemos, comunista esclavista, abusadora y trepadora de colchón, porque eso ya me sobrepasa. Espero no tenerla nunca delante.
Sepan que esas hembras fatigosas y chocantes no son mujeres. Ser mujer es una distinción para la que ninguna de ellas está verdaderamente preparada ni mucho menos apta.
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