Los liberticidas de todo color político han visto en el calentamiento su oportunidad de imponer sus políticas bajo la amenaza de la destrucción del planeta.
Hace años que el cambio climático ha dejado de ser un debate puramente científico para convertirse en una especie de religión, un acto de fe ajeno a la objetividad de los datos, cuyos profetas, como es el caso de la joven sueca Greta Thunberg, se dedican a pregonar el fin del mundo para generar alarmismo y, de este modo, poder influir tanto en los medios como en las agendas políticas de los gobiernos.
La Cumbre del Clima que se celebra esta semana en Madrid es un claro ejemplo de ello, ya que decenas de estados debatirán los mecanismos a implementar para reducir de forma drástica las emisiones de CO2 a la atmósfera durante las próximas décadas a fin de alcanzar los objetivos fijados en el Acuerdo de París.
Sin embargo, se equivocan quienes piensan que el temido calentamiento global tan sólo tiene que ver con la protección del medio ambiente, puesto que, en realidad, se trata de la nueva excusa que blande la izquierda para, de una u otra forma, imponer su ideario intervencionista, liberticida y gravemente empobrecedor.
Más que ecologismo, socialismo.
Todos los calentólogos, en mayor o menor medida, apuestan por el estatismo como única forma posible de frenar el cambio climático o, al menos, combatir sus funestas consecuencias, incluida la propia Thunberg y su movimiento estudiantil, Fridays for Future. No en vano, ella misma admite que "la crisis climática no tiene que ver sólo con el medio ambiente. Es una crisis de derechos humanos, de justicia y de voluntad política. Los sistemas coloniales, racistas y patriarcales de opresión la han creado y alimentado. Necesitamos desmantelarlos a todos".
Pero, ¿cómo? Mediante el socialismo. Es decir, exacerbando hasta límites insospechados el poder de los gobiernos para determinar el estilo de la vida que deberían llevar a cabo sus respectivas poblaciones, empezando por la forma de consumir y producir energía, cuyo precio se dispararía, junto al resto de bienes y servicios. Tan sólo el impuesto al CO2 que defienden Thunberg y los suyos costaría la friolera de 60.000 millones de euros al año a los españoles, equivalente al 12% del gasto público total.
Tanto es así que la activista climática habla incluso de la necesidad de "cambiar el sistema". A poco que observen las consignas y pancartas que muestran los jóvenes en sus marchas contra el calentamiento global, se percatarán que el gran enemigo a batir no es otro que el de siempre, el malvado "capitalismo".
Si décadas atrás el sistema capitalista era el culpable de la "explotación" que sufría la "clase proletaria", hoy, ante el innegable enriquecimiento y bienestar que ha generado dicho modelo, la amenaza es, simple y llanamente, la "extinción" de la humanidad… De ahí que la toda la izquierda, especialmente la más radical, haya abrazado con fuerza la causa ecologista, tal y como evidencia en España la deriva sanchista y, muy especialmente, los programas de Podemos y Más País.
¿Consenso científico?
Y todo ello en base a un supuesto consenso científico que, por mucho que se diga lo contrario, está muy lejos de ser unánime. Una red internacional formada por 700 científicos y profesionales de reconocido prestigio han aprovechado la Cumbre del Clima para recordar, una vez más, que "no existe emergencia climática".
En su manifiesto destacan, entre otras cosas, que los factores naturales, no exclusivamente antropogénicos, causan calentamiento; que éste, además, es mucho más lento de lo pronosticado por el grupo de expertos de la ONU (IPCC); que la política climática se basa en modelos de medición y previsiones inadecuados; que el CO2, pese a su mala fama, es la "base de toda vida en la Tierra"; que el calentamiento global no ha aumentado los desastres naturales; o que, en definitiva, "no existe causa de pánico ni alarma".
"El objetivo de la política global debe ser la prosperidad para todos proporcionando energía confiable y económica en todo momento. En una sociedad próspera, los hombres y las mujeres están bien educados, las tasas de natalidad son bajas y las personas se preocupan por su medioambiente", añade el documento. Las fuertes restricciones planteadas, junto con el fuerte encarecimiento de la energía, por el contrario, obtendrán como resultado un mayor empobrecimiento económico.
No es el fin de la Tierra.
Y, por si fuera poco, aun tomando como cierto el catastrofismo que venden los ecologistas, el mundo está muy lejos de su fin, ya que, según las últimas previsiones de la Agencia Internacional de la Energía, el aumento de las emisiones de CO2 y, por tanto, la subida media que alcanzará la temperatura global a finales de siglo se encuadrarían en el escenario moderado que elabora el propio IPCC, por debajo de 2 grados. Es decir, todo apunta a que sí se alcanzarán los objetivos de reducción fijados, evitando con ello los peores pronósticos.
Saldrá muy caro.
Ahora bien, el coste de semejante consecución será, sin duda, muy caro. El Green New Deal que pretende poner en marcha la Comisión Europea podría superar los 500.000 millones de euros al año en inversiones, mientras que el plan del Gobierno socialista para descarbonizar España de aquí a 2050 implicará un sustancial encarecimiento de la luz y la fiscalidad para, a cambio, contribuir a reducir las emisiones de CO2 en un ridículo 0,2% a nivel global en 2030.
Por el momento, el precio de la electricidad se ha disparado allí donde los gobiernos han apostado firmemente por las energías renovables, como es el caso de España, con una subida próxima al 70% en la última década, Alemania, con un 51% extra durante su expansión solar y eólica entre 2006 y 2016, o Dinamarca, donde el precio se ha más que duplicado desde 1995, cuando intensificó el despliegue de renovables.
El cuento verde del calentamiento esconde, por tanto, dos amenazas muy reales que poco o nada tienen que ver con el pretendido fin del planeta: el primero, el regreso del socialismo más abyecto y ruinoso bajo la excusa del cambio climático; y el segundo, el empobrecimiento de la población, con especial incidencia en el Tercer Mundo, debido a la subida de la luz y la fiscalidad. Y todo ello en base a un alarmismo injustificado en el que abundan las falacias, las exageraciones y los funestos designios de falsos e interesados profetas.
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