Es fácil hablar de una “Ciudad Real y Maravillosa” desde una casona en Miramar, un hostal en los alrededores de la Plaza del Convento San Francisco de Asís, o un apartamento en el Edificio del Retiro Radial, en fin, para esos que viven o se alojan en lugares exclusivos de la capital. Pero difícil para esa mayoría que habita entre las ruinas y la promiscuidad habitacional, en medio del caos, y víctimas del desamparo gubernamental en esa otra cara de La Habana.
Apagados los estallidos y las luces de los fuegos artificiales en el Capitolio Nacional, rota la incesante cadena propagandística orquestada en los medios de información oficial sobre las maravillas de la ciudad, concluidas las efímeras visitas de reyes y princesas al país, todo vuelve a una dura realidad de indios con levitas tras una noche de permiso para carnavalear.
Las reiteradas postales de presunto esplendor mostradas a lo largo de un año de celebración, por el arribo a los 500 años de la ciudad, no bastaron para ocultar la miseria material y moral de un país que, pese al discurso oficial, sigue marcha atrás en espera de que al paso de otro medio milenio vivamos como nuestros ancestros taínos, guanajatabeyes y siboneyes, o, al menos, en medio de la manigua, empuñando la tea y el machete mambí.
Y no exagero, pues ahí están como muestra la vuelta a la tracción animal, la coa y el azadón que, junto a la inauguración de suntuosos hoteles para el turismo internacional, la venta de “motorinas”, autos, electrodomésticos, y la importación de más del 70 por ciento de los alimentos para la población, la reducción del combustible, el uso de la energía solar, y otras señales de avances y retrocesos, no sabemos si vamos hacia el medioevo o al Siglo XXII.
Si ha costado seis décadas de revolución y cientos de decenas de muertos, exiliados y heridos maquillar como a una vieja prostituta desahuciada el Bulevar de San Rafael, el Mercado de Cuatro Caminos, una que otra edificación, bodega o consultorio médico de la familia, o la “iluminación” de la calle Galiano ¿tomará igual tiempo llegar a Belascoaín?
La Habana apenas fue maquillada para las celebraciones del 500 aniversario. Foto archivo
Esta pregunta, formulada en un tono de desaliento y cinismo por dos vecinas que volvían a la realidad luego de disfrutar del homenaje a una ciudad maravillosa, que las hizo pensar que estaban en otro país por el derroche de fuegos artificiales, luces, diversos espectáculos culturales y la limpieza reluciente de la mugrosa capital, será una constante luego del falso esplendor y espíritu de rescate y laboriosidad mostrado ante la incrédula ciudadanía del país.
Para la mayoría de los cubanos devueltos a su mundo real, a los que no asistieron a la gran puesta en escena de un sainete gubernamental, o simplemente no llegó el más mínimo ruido del julepe por estar sumidos en su sempiterna parcela de miseria y oscuridad, todo seguirá igual, por mucho que brille la cúpula enchapada en oro del Capitolio, o alumbren las luces del bulevar de San Rafael.
La pachanga patriotera pasó, y la resaca sentimental dejó un regusto a desesperanza pese a que por un momento la mente de la población se obnubiló. Las dos caras de La Habana permanecen con sus diferencias insuperables; una, la iluminada, lista para deslumbrar a incautos fuera y dentro del país; otra, la oscura, condenada a ocultarse por la represión.
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