martes, 3 de diciembre de 2019

Humillaciones, castigos y la estrella que ilumina y mata.

Por Roberto Jesús Quiñones.

dictadura Cuba violaciones

Muchos simpatizantes y miembros de la dictadura del Partido Comunista cubano creen que porque tienen un redil de ovejas que balan al unísono de sus consignas, y los siguen como las ratas en el cuento del flautista de Hamelin, todos los cubanos somos iguales.

Apenas llegué a la prisión el 11 de septiembre pasado el mayor Marcelino Bueno Torera, segundo Jefe de Unidad, sin mirar siquiera mis documentos me ordenó levantarme de la silla y me dijo: “¿Atentado? Así que a ti te gusta golpear a los policías…”. Uno de los jóvenes oficiales que allí estaba le rectificó que mi delito era “Resistencia”, peor, ya la frase ofensiva estaba dicha. Aquí hay muchos hombres que gozan imponiéndole a los reclusos una autoridad que muy pocos tendrían el valor de defender en condiciones de igualdad.

El pasado 4 de octubre fui sometido a un consejo disciplinario por haber publicado un artículo en CubaNet. La medida propuesta por la Jefatura fue prohibirme usar el teléfono durante un mes. Cumplido el periodo de castigo pude hablar con mi esposa 14 minutos bajo la vigilancia del Jefe de Reeducación del Penal y de una de mis reeducadoras. La medida -según he conocido- es una violación por parte de la dictadura del propio Reglamento Penitenciario, pues no se puede privar de derechos ordinarios a los reclusos, tales como visitas y pabellones conyugales.

En mi caso -porque según las autoridades de la prisión soy un contrarrevolucionario- no puedo hacer uso del teléfono con la misma frecuencia que los demás reclusos, lo cual es una violación del artículo 42 de la Constitución, que formalmente afirma que todos los ciudadanos cubanos somos iguales ante la ley y tenemos los mismos derechos, y también es una violación de las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos, aprobadas por la ONU y conocidas como “Reglas Mandela”, que prohíben cualquier tipo de discriminación en la Regla 2.1.

El 22 de octubre, cuando iba a encontrarme con mi esposa en el pabellón conyugal, fui interceptado por un suboficial llamado Leyder, quien me hizo entrar a una oficina y me obligó a desnudarme, lo cual constituyó otra violación de las Reglas Mandela, en este caso las número 50 y 51.

Ese día el oficial de la dictadura me ocupó dos cartas. Una de ellas estaba dirigida a alguien que me envío un dulce en la anterior visita y le agradecía por ello, la otra estaba dirigida a los hermanos de CubaNet, agradeciéndoles por su apoyo a mí y a mi esposa durante todo este tiempo. Ninguna de esas cartas estaba destinada a ser publicada ni ofrecía información que pusiera en peligro la seguridad de la prisión. No obstante, la Jefatura consideró que había vuelto a violar el Reglamento Disciplinario por tratar de sacar del penal correspondencia no autorizada.

Aclaro que aquí no existe la posibilidad de que un militar revise antes esos papeles y autorice su salida. Según la Jefatura debo echar esa correspondencia en un buzón situado en el pasillo central del edificio y que ellos “no revisan”, pues es recogida por la Unidad de Correos del municipio El Salvador. Añado que no hay ninguna persona allí que venda los sellos de timbre correspondientes para poder echar las cartas.

Por esta “indisciplina” -que en realidad es un derecho humano- la Jefatura decidió suspenderme el pabellón correspondiente al 8 de noviembre. Me concedieron 72 horas para reclamar y así lo hice, pero pasados 20 días no esperé más una respuesta, lo cual es otra violación del punto 54 de las Reglas Mandela, y también una violación de la Regla 43.1, que establece claramente que “entre las sanciones disciplinarias o medidas represivas no podrá figurar la prohibición del contacto con la familia”.

Al regreso del pabellón volví a ser llevado a una oficina y desnudado, con el evidente propósito de tratar de humillarme.

Es significativo que el oficial Leyder haya quitado con evidente rabia del recipiente que llevaba al pabellón -una tanqueta plástica- sendos papeles donde constaba mi nombre, que era un preso de conciencia y contenían dos pensamientos, uno de Abraham Lincoln, el gran presidente norteamericano, y otro de Mahatma Gandhi. El de Lincoln decía: “Se puede engañar a todo el pueblo una parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”. La de Gandhi asegura: “La libertad es una opción de todo ser humano. Ser libre o esclavo es una decisión”.

No sé qué tenían palabras tan humanas y de tan grandes hombres para que el oficial de la dictadura se incomodara y arrancara esos papeles en un evidente acto de prepotencia.

Aquí hay algunos -ya les dije- que creen que por vestir uniforme militar, un grado o una estrella blanca de tela en las charreteras, pueden creerse superiores a los reclusos.

En mi caso se equivocan. Las únicas estrellas que reverencio son las del cielo; las de tela que usan esos hombres de la dictadura no significan nada para mí. El respeto no se gana con imposiciones, abusos y humillaciones. La única estrella que vibra en mí es la misma del Apóstol, la que ilumina y mata.
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