Clienta insatisfecha amenazando al resto de los presentes.
El pasado sábado en el Minimax “La Mía” del municipio Centro Habana tuvo lugar un desagradable altercado que por muy poco no acabó en bronca multitudinaria. ¿El motivo? Pequeños envases de Tomate Frito, que salieron a la venta en medio de una escasez general de salsas de tomate. Como suele suceder cada vez que aparecen estos productos luego de una larga ausencia, la gente comenzó a llevárselos por cajas, provocando su agotamiento en pocos minutos.
La cola se hizo inmensa, y se salió de control cuando los clientes que no alcanzaron ni un envase comenzaron a denunciar a los acaparadores. Una mujer se plantó delante de la primera caja y arremetió verbalmente contra una anciana que había comprado tres cajitas, mientras a lo largo de la fila otros usuarios aguardaban con cantidades muy superiores. La señora, quien se veía no estaba acostumbrada a esos conatos de chusmería, no dijo una palabra; y ninguno de los empleados de la tienda se dignó a mediar en la discusión porque el conflicto, en principio, lo habrían causado ellos.
El lote de Tomate Frito había sido recibido junto con la orientación de no despachar más de dos unidades por personas, pero los empleados entendieron que su función no es racionar los bienes, sino cobrarlos; de modo que permitieron a los clientes tomar todos los que quisieran. Cuando la labor en las cajas se detuvo por la exasperada mujer, que era además inspectora, muy tímidamente dijeron que solo se despacharía la cantidad orientada.
Para entonces era tarde, y había que ver a la gente escondiéndose entre los estantes con sus cajas de más para evitar que otros se las quitaran. Varios usuarios dijeron por lo claro que tenían que haberlo dicho desde el principio, porque ellos no iban a devolver nada. La inspectora chusma no dejaba de amenazar a todo el que tuviera más de dos cajitas, pues ella estaba resuelta a no irse sin las que le tocaban. Un hombre tuvo que cederle dos de las suyas para que se callara, pagara y se fuera.
La cola siguió bullendo con el disgusto de otras personas que tampoco alcanzaron. La administradora hacía oídos sordos y los empleados se miraban unos a otros evitando a toda costa tener que llamar a la policía, porque en estos tiempos de crisis ellos también sacan provecho y la presencia de las autoridades puede “malearles” el negocio de guardar mercancía a los cuentapropistas, u ocultarlas para luego revenderlas.
De la nada apareció una caja completa de Tomate Frito y varias mujeres se arrojaron al suelo para agarrar al menos un envase. Ninguna reparó en la que llevaba un bebé en brazos y no se podía agachar. Era todo miradas aviesas, forcejeos, maltratos. La solidaridad femenina se esfumó en medio de tanta ira contenida, mientras una de las empleadas increpaba al encargado de vigilar la puerta: “Fíjate, si la gente se roba el Tomate Frito o lo que sea, a mí no me preguntes, eso no es problema mío”. ¿Y entonces de quién es?
Lo ocurrido el sábado en “La Mía” demuestra una vez más que los cubanos hacen caso omiso de lo que dice Miguel Díaz-Canel. Los mercados en Cuba son hoyos de corrupción donde los trabajadores esconden mercancía muy demandada por la población debajo de las cajas registradoras. Ellos también tienen que resolver, los demás no importan. Esa es la “sensibilidad” que predomina en Cuba desde aquel Período Especial cuya sola mención genera pavor, y del cual muchas familias aún no han salido.
Cubanos y cubanas se agreden por cosas tan insignificantes, que como nación -el término de moda- damos pena. Al parecer no hay peor enemigo que otro cubano en la cola, o el empleado indolente para quien esas broncas por puré de tomate, lejos de constituir un síntoma del desgarramiento de la sociedad, suponen un espectáculo “refrescante” que lo saca de su odiada rutina. Los trabajadores de las TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas) no están dispuestos a racionar, fiscalizar ni prohibir que la gente compre todo lo que quiera. No les pagan para eso ni ganan nada cuidando el negocio que no les pertenece.
Eso es lo que no entienden nuestros ministros tan poco dados al ejercicio del pensamiento. Continúan atados, por insensatez o conveniencia, a la lógica trastornada de que Cuba es algo distinto de lo que verdaderamente es. Nadie quiere, a estas alturas, pensar como país. Es una idea tan distante de la realidad nacional, que quienes guardan algún sentido de pertenencia hacia esta Isla no aspiran más que a conservar una breve memoria de la nación, reconstruida con los jirones que van quedando en la versión antillana de los juegos del hambre.
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