Por Zoé Valdés.
Numerosos espectadores pudieron apreciar la música de Sixto Rodríguez y su significado en la sombría Sudáfrica del Apartheid mediante el premiado documental Searching for Sugar Men (2012) del cineasta Malik Bendjelloul: un disco de Rodríguez, que pasó sin pena ni gloria en Estados Unidos y en el resto del mundo, dio lugar al auge de numerosas manifestaciones en contra del régimen, y varios de sus protagonistas testimoniaron en el filme cómo la mera evocación de las canciones de aquel álbum, que competía en el mercado con The Rolling Stones, superando a sus rivales, por razones estrictamente políticas llenó de esperanzas y acompañó en su liberación al pueblo sudafricano.
El caso de Camilo Sesto en Cuba, salvando las diferencias, pues sin duda alguna en lo suyo Sesto es muchísimo mejor que Sixto, y por esa razón gozó de una gran popularidad mundial, fue muy distinto a lo que ocurrió con su música en el resto de Sudamérica. Explicaré el por qué a continuación:
En Cuba durante los años en los que Camilo Sesto fue célebre, toda la música norteamericana y la música tradicional cubana en gran medida fue censurada, y prohibida en la mayoría de los casos. Muchos de los más grandes compositores e intérpretes de la isla debieron tomar el camino del exilio; por otro lado, la música norteamericana fue barrida de los medios de comunicación por órdenes directas del tirano de izquierdas Fidel Castro. Los Beatles y todo lo que oliera a rock and roll fue aniquilado.
Entonces, para adecentar la imagen de censores, los castristas inventaron el Festival de Varadero, a donde fueron invitados varios artistas españoles y latinoamericanos: famosos de la época, cuyo público en la isla era también muy selecto en dependencia de su militancia y dedicación revolucionaria. De tal manera, algunas bandas españolas y solistas iberoamericanos visitaron y actuaron en Varadero, que no Cuba.
Camilo Sesto fue convirtiéndose como en el resto del mundo en un cantante venerado por la juventud. Lo mismo en el demandado programa Nocturno que llegaba a los hogares de noche, como en el de Actividad Laboral que trasmitía a las doce del día, la voz de Sesto invadía cada rincón de la isla. Algo de mí se convirtió en un himno, igualmente Vivir así es morir de amor, El amor de mi vida y Perdóname, fueron plebiscitadas por el gran público. Los jóvenes adoraban a alguien cuya imagen les retaba y a la que anhelaban parecerse. Todo iba bien. Hasta que Camilo Sesto decidió convertirse en Jesucristo Superstar. Sí, hasta ahí llegó el auge radial y esporádicamente televisivo de Sesto.
Aquel joven alto, español, que pasó la censura televisiva castrista con su impía melena larga y poderosa, de los pantalones campanas, y de su altísimo nivel erótico (censura que no pudieron pasar grupos de músicos jóvenes cubanos que fueron a dar con sus huesos al cadalso sólo por llevar el pelo largo y unas vestimentas a lo hippie, moda de la época), conmovía a muchachas estudiantes, amas de casa, obreros, macheteros permanentes, estibadores de los muelles, y a los homosexuales que se identificaban a escondidas con cada una de sus letras.
Pero, cuando decidió que representaría a Jesucristo en una ópera pop-rock fue borrado, como al resto, al menos en esa parte tan importante de su carrera. Los creyentes (también perseguidos) y los no creyentes cubanos jamás se enteraron, culpa de la maña castro-comunista, que Sesto hizo de Getsemaní (Oración del Huerto) una joya imperecedera de la cancionística popular de todos los tiempos.
Ven ustedes cómo el Apartheid sudafricano cedió ante Sixto Rodríguez, y el castro-comunismo cubano sigue dando linga (no sólo en Cuba), y consiguió acallar a un artista de la talla de Camilo Sesto, lo que, reitero, no consiguió Franco, por muy dictador que fuese.
Resulta curioso que los intelectuales cubanos no hayan tenido ni una sola mención de agradecimiento para Camilo Sesto en su deceso (deben estar muy ocupados en la metatranca y la semántica revolucionaria del lenguaje reguetonero), y sin embargo se hayan volcado no hace mucho con el políticamente correcto -muy a su pesar- de Sixto Rodríguez.
Resulta curioso también que la disidencia surgida del cantero de Raúl Castro también lo ignore, cuando muchos de ellos le deben más a Camilo Sesto que a los Beatles. En primer lugar, porque al primero pudieron al menos oírlo hasta que lo censuraron y, en segundo, a los otros, debían hacer maromas con las antenas de los transistores para captar las estaciones del extranjero, y de tal modo al menos adivinarlos.
No hubo nadie que me liberara más durante los períodos obligados de escuelas al campo que las voces Camilo Sesto y Nino Bravo, Los Brincos, Fórmula V, Roberto Carlos, entre otros, los que pudimos apreciar en la isla cuando intentaban imponernos a mediocres cantantes polacos, rumanos, búlgaros, rusos y checos, de los que no entendíamos el idioma ni la música; así como cuando quisieron reemplazar el tambor africano por la melancólica quena andina que nada tenía que ver con nuestros alegres ritmos de antaño.
Se puede afirmar que la popularidad musical de Sixto Rodríguez liberó a Sudáfrica. Y que, por un tin a la maraña, por muy poco, Camilo Sesto con su comedia musical cristiana hubiera dado quizá un empujón moral importante a los cristianos de Cuba en su camino hacia la liberación. Pero, visto está que el comunismo donde muerde no suelta.
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