lunes, 2 de septiembre de 2019

Vacaciones llegaron a su fin en Cuba.

Por Iván García.

Vacaciones llegaron a su fin en Cuba

Cinco autos policiales se parquearon a un costado de la Plaza Roja, una explanada de ochenta metros de largo por veinticinco de ancho ubicada en el populoso barrio de La Víbora, al sur de La Habana, un lugar utilizado con frecuencia como espacio recreativo o tribuna política por el régimen que desde hace 60 años gobierna en Cuba.

Con urgencia, una brigada estatal armó un escenario portátil donde actuaron orquestas mediocres de salsa, reguetoneros aficionados y un cantante de éxito contratado para la ocasión. En cuatro carpas con toldos de colores brillantes vendieron comestibles y bebidas alcohólicas. En dos torres altas de madera colgaron amplificadores de audio que hasta las cuatro de la madrugada no dejaron dormir a los vecinos.

A partir de las seis de la tarde había comenzado a sonar un reguetón tras otro, a todo volumen. Antes, había arrancado la venta de cerveza a granel y ron de tercera categoría. Cuando comenzó el concierto, varios borrachos con las pupilas dilatadas y noqueados por el exceso de alcohol estaban tirados en portales cercanos a la Plaza Roja. A los comisarios culturales del municipio Diez de Octubre se les olvidó montar baños portátiles y el público asistente, unas dos mil personas, orinaron en calles aledañas, entradas de viviendas o en cualquier recodo.

En los bailables populares de la capital son habituales las broncas, apuñalamientos y practicar sexo exprés en pasillos de los edificios o en jardines y patios públicos y privados. En esta ocasión, la mayoría de las personas vinieron de Mantilla, La Lira, El Moro o Párraga, barriadas pobres de Arroyo Naranjo, municipio colindante con Diez de Octubre, el más violento de La Habana junto a San Miguel del Padrón.

Quienes viven en los alrededores de la Plaza Roja, quisieran volar a la luna cuando anuncian un bailable. Diana, empleada de una empresa alimenticia afirma que “en Cuba las leyes no las cumplen las entidades estatales. Cuando un particular hace una fiesta en su casa, solo puede poner la música alta hasta las doce de la noche. Pero cuando instituciones culturales realizan sus pachangas, el bullicio dura casi hasta el amanecer. Aunque sea verano, no todos estamos de vacaciones”.

Manuel, chofer de ómnibus, cuenta que varios vecinos escribieron una carta al partido comunista municipal. “Esos bailables son ataques acústicos. Dijimos que muchos vecinos tenemos que levantarnos a trabajar de madrugada. La musicanga y el ruido insoportable estremecen las paredes de mi casa. No hay quien pegue un ojo con tanta bulla. Fui a hablar con policías que estaban cuidando el bailable y me dijeron que eso no era asunto de ellos. Aún no hemos recibido respuesta de la carta, los del partido nos han hecho el caso del perro”.

Niosber, estudiante de tecnología, dice que apenas tiene opciones recreativas en las vacaciones veraniegas. “El salario de mis padres no les permite pagarme un todo incluido en Varadero ni darme dinero para ir a discotecas caras. En Párraga, donde vivo, hay una discoteca de barrio que está considerada zona de guerra. Siempre alguien resulta herido y alguno ha muerto. Entonces los jóvenes de la zona optamos por ir a los carnavales en El Vedado o a los bailables que se programan en la Plaza Roja. Son las opciones menos malas”.

Por estos días se desarrolla el Carnaval de la ciudad. En un trecho del malecón han emplazado puestos de ventas de comida y cerveza, además de palcos para que la gente disfrute del paso de las carrozas y comparsas.

Elena, jubilada, confiesa que hace tiempo los carnavales habaneros dejaron de ser lo que eran. «Ahora es una cola tras otra en los quioscos donde venden confituras y cerveza . Además de los altos precios de los productos y el problema del transporte, están las fajazones. Si hace treinta años uno iba al carnaval con 20 centavos para pagar la guagua y con 20 pesos compraba comida y cerveza, actualmente tienes que llevar mil pesos o más. A la hora de regresar, tienes que pagar 200 pesos a un taxista particular. En el verano, lo mejor es quedarse en casa”.

Armando y su esposa, maestros los dos, comentan que cada año que pasa es más difícil disfrutar de un rato de esparcimiento en La Habana. “Sobre todo si no tienes divisas. Nos gusta ir al teatro, la entrada es barata, pero si está roto el aire acondicionado no vamos. Si no tienes auto, tienes que disponer de no menos de 100 pesos para ir y venir en taxi. El incremento salarial no alcanza para casi nada, menos para disfrutar de las escasas ofertas recreativas que ofrecen en la capital. Si uno quiere disfrutar sin agobios, tiene que tener pesos convertibles”.

Y a veces ni así. Leonardo, cuentapropista, gracias a un dinero que le envió un hermano desde Miami, estuvo con su familia una semana en Cayo Coco. «El arreglo de las camas te lo hacen a la hora de comer. La mesa buffet no tenía variedad y, encima, la comida mal elaborada. No juega la lista con el billete. Pagas entre 1,200 y 1,500 dólares y el servicio que te brindan, incluso en hoteles administrados por firmas extranjeras, es pésimo ”.

En una encuesta entre doce familias, ocho respondieron que pasaron sus vacaciones en casa. “Aproveché e hice arreglos en la cocina”, dijo un encuestado. “Con el calor que hace, si tienes aire acondicionado en tu cuarto, mejor te quedas en tu hogar. Si vas a una tienda o cafetería estatal el aire está roto o apagado para ahorrar electricidad. Pasé las vacaciones viendo por la tele los Juegos Panamericanos y la liga española de fútbol”, señaló otro entrevistado..

Cuatro familias, con mayor solvencia, rentaron varios días un hotel cinco estrellas en Varadero o Cayo Santamaría y otras cuatro dijeron que los fines de semana fueron a comer en un paladar y beber mojitos a un bar privado.

Osniel y Mireya, dos de los encuestados, son profesionales, ganan buenos salarios y en la etapa vacacional suelen ir a sitios particulares, “porque escapas de las consignas del gobierno y desconectas, pero la calidad del servicio ha retrocedido bastante. Donde mejor se pasa es en los paladares y bares que tienen shows con humoristas. Lo único que en una salida gastas entre 60 y 80 pesos convertibles».

Desde luego, un porcentaje elevado de cubanos no puede pagar esos precios para distraerse un rato. Lo que les queda es la playa, un bailable popular en la Plaza Roja de La Víbora o quedarse en casa viendo la tele.
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